Por Federico Kukso
El mundo es cada más biotecnológico. Mire donde se mire, afloran sus joyas alteradas por la ingeniería genética: biofármacos, plásticos biodegradables, alimentos transgénicos, plantas modificadas genéticamente. De a poco y con mucha información, la mala fama de la biotecnología se va disipando al privilegiarse más sus beneficios que sus posibles inconvenientes. “Nos dirigimos a la producción de mejores alimentos, alimentos más seguros”, augura la bióloga Gabriela Levitus, directora ejecutiva de ArgenBio, consejo argentino para la información y el desarrollo de la biotecnología.
–¿Cómo llegó a la biotecnología?
–Yo soy bióloga, de la Facultad de Ciencias Exactas y como todos los biólogos nos formamos en investigación sobre todo. Hice mi doctorado sobre la enfermedad de Chagas y me fui a Brasil a hacer mi posdoctorado en el área de la parasitología, malaria. Volví y me inserté en la carrera de investigador científico del Conicet.
–¿Y cuándo hizo el salto?
–Cuando estaba por cumplir 40 años. Había cosas que me gustaba hacer y otras que no. Lo que me gustaba era la comunicación de la ciencia, la educación. Yo siempre fui docente de biotecnología en la facultad.
–¿Y qué pasó entonces?
–Un conjunto de empresas dedicadas a esto deseaban tener un programa, un área de comunicación. Pusieron un aviso que llegó a mis manos. Y ahí nació ArgenBio, un consejo para divulgar la biotecnología. A partir de un programa educativo (www.porquebiotecnologia.com.ar) les damos herramientas a los docentes para que traten el tema en el aula. Ocurre que es muy difícil definir biotecnología.
–¿Por qué?
–Porque es una disciplina muy amplia. Una definición muy estéril dice que consiste en usar organismos vivos para hacer cosas útiles. En realidad, tiene sus orígenes en la microbiología industrial. Se la relaciona mucho con la fabricación del vino, el pan, el yogur y el queso. Cuando llega la época de la biotecnología moderna en los ’80 ahí comienzan a integrarse muchos conocimientos: aparece también la ingeniería genética y esto de poder cambiar los genes de lugar, y se empieza a aplicar a organismos más allá de los microbios. La biotecnología no deja de ser una tecnología novedosa y como algo nuevo merece su difusión y discusión. Además está en todos lados.
–Pero atravesó por una época de mala fama.
–Las tecnologías nuevas son siempre tomadas con mucha aprehensión porque los seres humanos tenemos miedo a lo nuevo; lo cual es bastante saludable. Tiene que ver con una cuestión de supervivencia. Ahora bien, hay tecnologías peor vistas que otras porque se les ha generado mala fama por diversos motivos: la energía nuclear, por ejemplo. Otras, en cambio, siempre fueron bien vistas, como las tecnologías asociadas con la informática o la telefonía celular. La importancia de usarlas era tan grande que no atravesaron por ese momento de crítica. Hoy no nos vemos sin celular. A veces son las fuerzas del uso las que inciden en la visibilidad de una tecnología.
–Uno de los productos más visibles y cuestionados de la biotecnología son los alimentos transgénicos porque uno los come.
–Totalmente. Cuando hablás de un medicamento, uno le puede llegar a perdonar conceptualmente muchas cosas. Pero cuando uno se mete con los alimentos que forman parte de nuestra cultura, nuestro ser nacional, se mezclan muchas cosas.
–¿Dónde vemos productos de la biotecnología?
–Todos los procesos industriales, desde hacer una galletita a fabricar una tela de jean o papel, requieren en algún momento de un proceso en el que interviene algún microbio. Por ejemplo, todas las enzimas, o sea las moléculas que facilitan las reacciones y hacen que sean amigables con el medio ambiente, provienen de microorganismos que son genéticamente modificados por un tema de practicidad. Actualmente no hay animales transgénicos en el mercado pero sí hay desarrollos con objetivos puntuales como las vacas que en su leche dan fármacos.
–Estamos rodeados por la biotecnología.
–Muchos de los medicamentos que uno consume son generados por la misma tecnología que permite ponerle a la soja un gen de una bacteria. Somos una especie que modifica el ambiente para nuestro provecho. Obviamente, lo tenemos que hacer lo mejor posible. Todo lo que comemos está modificado, ya sea por una técnica o por otra.
–Igualmente hay una especie de santificación de lo natural que viene más que nada del marketing.
–Pero lo natural no siempre es bueno. El tsunami es renatural, también la cicuta y el cianuro. Pensando en los alimentos, si nos ponemos bien estrictos, nada de lo que comemos está en los ecosistemas naturales. No encontrás en el medio de la selva la fruta que se come todos los días, fruta dulce, prácticamente sin semillas, que no es áspera ni produce alergias. Uno selecciona artificialmente los alimentos. Lo cierto es que la mala fama de la biotecnología no dejó a la gente pensar en el tema.
–¿Quién controla en la Argentina que los productos modificados genéticamente son aptos para el consumo?
–El sistema regulatorio que rige todo el tema de transgénicos es un sistema creado ad hoc. La Secretaría de Agricultura evalúa el impacto ambiental y el Senasa evalúa qué puede pasar si uno consume un alimento transgénico. El análisis que se hace de estos alimentos es mucho más exhaustivo que cualquier otro alimento por toda la presión que lleva encima. Hoy se demora seis años en aprobar un nuevo cultivo transgénico.
–Los alimentos transgénicos son sólo una parte de la biotecnología. ¿Qué más hay?
–Como te decía, los medicamentos. El ejemplo paradigmático es la insulina. Antes se iba al matadero y se obtenían los páncreas de vacas y cerdos. Con la biotecnología, se logró fabricar kilos y kilos de insulina humana. También está la biorremediación: algunas bacterias hacen cosas raras, muy deseables, por ejemplo, rodearse de gotitas de petróleo. Eso es maravilloso porque si uno pone esas bacterias en un ambiente contaminado el petróleo se agrupa y puede limpiar la mancha de manera más fácil.
–Podría ser la solución para el Riachuelo.
–Así es. En cuanto a la biotecnología agraria, en la Argentina somos grandes “adoptadores” de cultivos transgénicos. La aprobación la recibieron en 1996. Había una coyuntura favorable para su recepción. El éxito de esto radica en que los agricultores los usaron. Es una tecnología que, a pesar de ser vapuleada, entró por la puerta grande en la Argentina.
–¿La biotecnología tiene límites?
–Absolutamente, hay límites de costo y beneficio, de mercado, pero más que nada los límites son de conocimiento. Estamos muy lejos de conocer todos los sistemas. No sé cómo modificar la cantidad de tal vitamina si no sé cómo se sintetiza en la planta. Que no lo sepamos hoy no significa que no lo sepamos mañana.