Encuentro Nacional de Bibliotecas Populares
Conferencia de Néstor García Canclini,
Para el sociólogo y antropólogo Néstor García Canclini, “no basta promover la lectura en papel; debemos todos aprender a leer en los diferentes soportes, combinando las posibilidades de ser a la vez lectores, espectadores e internautas”.
García Canclini se expresó así en la conferencia “Cultura, organización social y ampliación de ciudadanía”, brindada el jueves 3 en el marco del Encuentro Nacional 2007 de Bibliotecas Populares, organizado por la CONABIP (Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares). Allí señaló que el lugar social de la cultura en América latina sufrió un desplazamiento desde la construcción de los Estados-nación hasta nuestros días: mientras la modernidad ilustrada caracterizaba a la cultura como “un bien que debía ser difundido, explicado y vuelto accesible para todos”, la concepción neoliberal la reduce y la sitúa como “un conjunto opcional de bienes adquiribles a los que se puede acceder o no”.
Destacó que la formación de los ciudadanos y las disputas políticas ya no ocurren en el ámbito de la cultura letrada sino en la de los medios audiovisuales. Pero esto no significa, agregó, que se lea menos: las encuestas sobre consumos culturales demuestran que no es así. Lo que sucede es que se lee en otros soportes, desde los diarios a través de internet –no sólo para sectores medios y altos: basta con ver la proliferación de cibercafés– hasta los mensajes de texto.
“No quiero incurrir en la idealización fácil de la ciberciudadanía –advirtió–, pero en ocasiones la comunicación alternativa por mail o celular ha servido tanto para organizar reuniones contra las cumbres globalizadoras como para desautorizar la manipulación que, sobre el atentado del 11M, intentó difundir el gobierno de Aznar o para organizar un ataque narcodelincuente en San Pablo desde la cárcel”. Y en este sentido agregó que “quizá las tecnologías de uso personalizado sean hoy el principal resorte emancipador de los jóvenes”.
En lo que se refiere al ideal de expansión y ampliación de la ciudadanía, que en la modernidad ilustrada reposaba en la actividad de la lectura, García Canclini señaló que hay que tener en cuenta el cambio de escala –de lo nacional a lo trasnacional– y la “remodelación de lo moderno” para pensar las nuevas formas y los nuevos contenidos de esa ciudadanía. En el siglo XXI, la modernidad es sinónimo de viaje, comunicación e intercambio con el mundo, dijo: “La consecuencia es que, por un lado, la gestión de la justicia y la democracia desbordan la escena nacional y pasan a depender de instancias transnacionales y, por otro, se percibe como poco eficaz lo que los partidos y los ciudadanos pueden hacer para modificar las desigualdades”.
De allí que para ser ciudadano no alcanza con conocer la historia del propio país. Y si bien es verdad que ya no se lee el material escrito que permite conectar el presente con la historia y con el porvenir, García Canclini hizo una reflexión iluminadora: recordando una encuesta reciente del diario español El País, donde más de la mitad de los estudiantes no sabía qué había ocurrido antes, si la revolución Francesa o el Imperio Romano, el autor de Culturas híbridas se preguntó: “¿Conocemos los profesores cuál es la capital de Kazajistán, uno de los principales proveedores de petróleo y gas a Europa? ¿Sabemos cómo es la fiesta más importante de los bolivianos que viven en Buenos Aires –un millón de migrantes, lo que hace de ésta la segunda ciudad boliviana–? ¿Sabemos qué significan y cómo funcionan el MP3, el GPS, las fusiones entre empresas editoriales, de telecomunicaciones y de producción de discos y videos, o sea los instrumentos tecnológicos que hoy hacen visible lo que ocurre en el mundo, los recursos audiovisuales que organizan el trabajo, las relaciones de poder y las nuevas formas de control social y comunicacional?”.
Según García Canclini, son dos los procesos que tienden a debilitar nuestra relación con la historia: “uno es la mayor dependencia de nuestras conductas y decisiones de lo sincrónico que de lo diacrónico por la reestructuración tecnológica, económica y cultural del orden social”. Es decir, la dimensión temporal cede ante la importancia que adquiere el espacio. “El otro es que, mientras las sociedades se reorganizan para hacernos consumidores del siglo XXI, la reducción de beneficios sociales y la concentración de las decisiones en elites tecnocráticas cerradas nos retrotraen al siglo XVIII: somos ciudadanos globalizados, pero apenas si nos dejan ser ciudadanos de lo local”.
Concluyó su conferencia con una fuerte llamada a ampliar y mejorar los diferentes modos de lectura: “Soy de los que piensan que hay que preservar y sigo cultivando lo que los libros representan como soportes y vías de elaboración de la densidad simbólica, la argumentación y la cultura democrática. Pero no veo por qué idealizar en abstracto: sobre todo cuando sucede que al preguntar a los lectores sobre su libro favorito –como se hizo en una encuesta mexicana– el 40 por ciento no sabe cuál es y entre los mencionados sobresalen libros de autoayuda y esoterismo, como El código Da Vinci. No basta con la lectura: hay que enseñar a leer. No basta promover la lectura en papel; debemos todos aprender a leer en los diferentes soportes, combinando las posibilidades de ser a la vez lectores, espectadores e internautas”.
Felipe Pigna: “Las bibliotecas deben ser centros culturales que promuevan agresivamente la lectura”
En la segunda jornada del Encuentro Nacional 2007 de Bibliotecas Populares, organizado por la Comisión Nacional Protectora de Bibliotecas Populares (CONABIP), el historiador Felipe Pigna, la periodista María Seoane y el editor Leandro de Sagastizábal disertaron sobre las potencialidades y los obstáculos para generar nuevos lectores ante 2.200 dirigentes sociales y bibliotecarios de todo el país.
“La formación de lectores es una tarea natural de la escuela”, destacó Pigna. “Esto no siempre se cumple por varios motivos –añadió–, como la falta de libros adecuados en las bibliotecas escolares o insuficientes en las bibliotecas populares.” Para el autor de Los mitos de la historia argentina, las bibliotecas no deben cumplir un rol pasivo ni ser “un depósito de libros”, sino que “deberían ser centros culturales que promuevan ‘agresivamente’ la lectura, con el apoyo total del Estado y los medios”.
En el mismo sentido se pronunció María Seoane, autora de libros como El dictador y Todo o nada, quien subrayó que “en un momento crucial del país, donde la estructura política está tan afectada y los partidos están desarmados, es en las bibliotecas de los barrios donde puede realizarse el encuentro laico y plural de los ciudadanos”. Y destacó: “Las bibliotecas populares pueden ser mucho más que un lugar donde hay buenos libros. Pueden ser verdaderos centros cívicos: las nuevas Unidades Básicas Culturales del siglo XXI”.
Pigna, quien junto a Seoane es desde hace dos años el responsable de la revista Caras y Caretas y realizó diferentes ciclos televisivos, afirmó también que “el libro es y seguirá siendo la base de la difusión del conocimiento, es la puerta a la autonomía de pensamiento, a la imaginación, a la creatividad”. En ese sentido, señaló también que la cultura letrada “continúa siendo central como medio de acceso y ejercicio pleno de la ciudadanía”, aunque advirtió que para ampliar ese derecho es importante “hacer uso debido y responsable de los medios de comunicación”.
El editor Leandro de Sagastizábal, retomando la clásica idea de que “saber es poder”, consideró que “facilitar el acceso a la lectura a los sectores populares y medios es democratizar la cultura”. Y agregó: “en los últimos años, sobre todo a partir de los 90, se piensa más en términos de usuarios que de ciudadanos; los que conformamos esta sociedad creemos que el Estado nos tiene que vender servicios y garantizar la seguridad, en vez de pensar que somos ciudadanos que participamos en un proyecto social. Para volver a ser ciudadanos hay que volver a leer materiales diversos. Y esto sólo se logra con los libros al alcance de la mano”.
Entre los obstáculos más importantes para la difusión de los libros, identificó un rasgo propio de la cultura letrada, que “tiende a establecer cánones de diferenciación y a encapsular conocimiento, más que a facilitar el acercamiento de los diversos sectores sociales”. Expuso la necesidad de modificar esa tendencia y, al mismo tiempo, “tomar conciencia de que el libro no es, como lo presentan habitualmente los medios, una alternativa ‘seria’ frente a otros usos del tiempo libre: es mucho más divertido que eso”.
Más tarde, en la comisión temática dedicada a la Promoción cultural y animación a la lectura, el director de la Biblioteca Nacional, el sociólogo y ensayista Horacio González, reafirmó que “al mundo del libro se ingresa a través de la ciudadanía, y viceversa”. Recordó la tarea de figuras como Emerson y Sarmiento, quienes en el siglo XIX se preocupaban por promover la educación y “atizar la llama de la lectura cuando ésta se apagaba” en una sociedad.
Advirtió también que en la Feria del Libro “se ponen en juego muchas fuerzas dispares, y una de ellas es la del mercado”, y que en ese sentido no hay que desconocer las alianzas que se establecen entre la cultura y la televisión. De allí que, en la Feria, hoy son mucho más convocantes los escritores mediáticos, “e incluso un protagonista de Gran Hermano, que un homenaje al gran poeta Oliverio Girondo”. De todos modos, afirmó que también la televisión puede y debe cumplir tareas culturales genuinas, en vistas al papel clave que ha asumido en la educación de diferentes generaciones.
Coincidió con él el productor y realizador televisivo Emilio Cartoy Díaz, quien participó en la comisión sobre Las otras formas de la lectura. Cartoy Díaz destacó que “el libro es irreemplazable: nada se compara con el hecho de que un adolescente, un adulto, un anciano tome un libro y se concentre, sobre todo en un contexto de bombardeo informativo, porque no hay mejor contador de historias que uno mismo”. Aun así, consideró que los medios audiovisuales, en todos sus formatos, “complementan, estimulan y contribuyen a acercar la lectura a quienes no tienen aún el hábito de leer”.
Cartoy Díaz consideró además que es clave revitalizar las bibliotecas populares “por la gran cantidad que hay, por la tarea sustancial que cumplen y por la dispersión en el territorio del país”, y propuso equipar a cada biblioteca con una videoteca: “sólo hace falta una simple casetera VHS, una reproductora de DVD con un televisor de bajo costo, una bajada satelital: así se podría democratizar todavía más la circulación de cultura y, no menos importante, de entretenimiento. Hoy en canales internacionales de TV se están pasando documentales de primer nivel, tanto de literatura como de rock, de ciencia, de historia, etcétera. Sería importante equipar a las bibliotecas para que puedan grabar y archivar esos materiales para que estén a disposición de la gente”.
El dibujante Miguel Rep reflexionó a partir de su experiencia personal: “Para mí el libro es un instrumento de movilidad social. Así me sirvió a mí de niño, como herramienta para salir de un lugar en el que yo no quería estar. En una época de gran inmovilidad social –agregó–, debemos hacer del libro un instrumento de esperanza y crecimiento”.
Para eso estimó necesario “apelar a todas las armas de la contemporaneidad”, y desestimó la idea de que si la cultura asume una forma moderna, se frivoliza: “no tiene por qué ser así. Para que la gente vaya a la biblioteca hay que usar herramientas de las comunicaciones contemporáneas; hay que invitar amenamente a entrar al libro. Y algo mucho más difícil: hacer de la biblioteca un espacio agradable, vivible, a escala humana, para que las personas sientan ganas de ir”.
Finalmente, la escritora Silvia Schujer, autora de libros infantiles como Cuentos y chinventos y Palabras para jugar y miembro de la Comisión de la Feria Infantil de la Fundación El Libro, fue quizá la más provocadora. Al hablar de promoción de la lectura, sostuvo que “no pueden soslayarse ciertos objetivos meramente mercantiles o ideológicamente dudosos”. Confesó que su actitud ante “lo que se ha dado en llamar promoción de la lectura (con mayúscula) arranca de una cierta desconfianza”, y explicó: “no digo que todo lo que se haga a favor de que los chicos lean contenga oscuras inclinaciones, pero sí que las buenas intenciones escasean, a veces no alcanzan para ir al fondo y no siempre son tan buenas como parecen”.
Refiriéndose a las empresas editoriales, la periodista y escritora advirtió que existen intereses comerciales muy precisos allí donde algunos sólo ven filantropía “Sin menoscabar la labor de las editoriales –señaló–, las empresas orientan una parte de sus esfuerzos a la literatura infantil porque saben que a los compradores de libros hay que prepararlos de chiquititos; y a ciertas políticas de ‘promoción de la lectura’ que parten de su propia producción. Si de algo son concientes, es de que antes de ofrecer un producto al mercado, hay que haber creado la necesidad de él”.
Puntualizó entonces que “la palabra promoción puede dar una falsa idea de algo en movimiento, cuando en realidad ciertas prácticas que se llevan a cabo en su nombre no se proponen transformación alguna”, ya que son muy eficaces para las empresas, “pero muy limitadas para la cuestión de fondo, que es leer para gozar, para leerse mejor a uno mismo y a su entorno y hasta para concebir la posibilidad de transformarlo”. Y concluyó: “Nada atenta más contra la noble idea de que los niños lean que promover la lectura, en abstracto, pero no los libros concretos”.
“Me siento en la entrada del paraíso”
“Estoy tocando el cielo con las manos. Me siento como si estuviera en la entrada del paraíso, y no exagero”, confesó el historiador y escritor Osvaldo Bayer a las mil personas que se acercaron ayer por la tarde a la sala José Hernández de La Rural para asistir al acto en el que la Comisión Nacional Protectora de las Bibliotecas Populares (CONABIP) le entregó la “Distinción especial Amigo de las bibliotecas populares”. Y agregó: “Ya había estado en el paraíso a los seis años, el día que mi padre me llevó a la biblioteca pública de Belgrano. Cuando vi tantos libros abrí la boca y los ojos: es que allí estaba todo para mí”.
El homenaje, junto a la presentación de los nuevos títulos de la Colección Biblioteca Popular y el cierre de las dos primeras jornadas del Encuentro Nacional 2007 de Bibliotecas Populares, se conjugaron en el contexto de la 33° Feria del Libro de Buenos Aires; y allí estuvieron presentes el periodista Vicente Muleiro, la directora de la CONABIP, María del Carmen Bianchi, y el titular de la Dirección del Libro porteña, Carlos Borro.
El autor de La patagonia rebelde fue premiado por “su inestimable aporte a la cultura popular a través de sus obras de investigación histórica y su temprano acercamiento como colaborador a nuestras bibliotecas populares”. Más de 1800 instituciones protegidas por CONABIP cuentan con sus libros, que narran hechos fundamentales de la historia argentina.