Según un estudio, ese hábito es heredado

Cómo revertir la aversión de los chicos a probar nuevos alimentos

Mensaje a los padres: no es su forma de cocinar, son sus genes.

NUEVA YORK (The New York Times).– Una semana de cenas de la pequeña Fiona Jacobson es así: fideos, fideos, fideos, fideos, papas fritas, fideos. El séptimo día la niña, de cinco años, podría llegar a pedir una pizza pero sin salsa ni queso.

En Nueva Jersey, la familia Baker cambió el destino de sus vacaciones de noviembre para adaptarse a Sasha, de once años, que siente tanta aversión por las frutas y vegetales que una vez el olor del jugo de naranja lo desmayó. En lugar de volar a Praga, los padres de Sasha decidieron ir a Barcelona, donde esperan que la comida sea más de su agrado.

En el hogar de los Useloff, las preferencias del joven Ethan son tan pocas que su casa de Westfield funciona como algo parecido a una cafetería. "Yo hago algo terrible para una madre, preparo cenas separadas para cada uno", confesó Jennifer Usefold.

Las tres familias comparten un mismo problema. Sus niños no sólo son quisquillosos a la hora de comer –es decir, inclinados a rechazar las comidas que alguna vez parecían gustarles–, sino también neofóbicos, lo que significa que le temen a los alimentos nuevos.

Pero para los padres que se preocupan porque sus hijos puedan llegar a comer sólo leche chocolatada y vitaminas de por vida, un nuevo estudio ofrece algo de alivio. Los investigadores examinaron los hábitos alimentarios de 5390 pares de mellizos de entre 8 y 11 años y encontraron que las aversiones de los niños a probar nuevos alimentos son mayormente hereditarias.

Mensaje a los padres: no es su forma de cocinar, son sus genes. El estudio liderado por la doctora Lucy Cooke del departamento de epidemiología y salud pública del University College de Londres, fue publicado en la revista American Journal of Clinical Nutrition.

Según el informe, el 78% es genético y el otro 22% ambiental. "La gente en realidad ha rechazado esta idea porque han estado observando las relaciones sociales entre padres e hijos –dijo la doctora Cooke–. Yo provengo de una posición en la que no se quiere culpar a los padres."

Una nueva mirada

Nutricionistas, pediatras e investigadores académicos recientemente han puesto su atención en los niños que comen demasiado en lugar de ocuparse de los que comen demasiado poco. Pero los casos de obesidad son menos frecuentes que los ataques de selectividad a la hora de elegir los alimentos.

En algunas familias, las comidas compartidas se han convertido en una campo de batalla, o se han abandonado por completo. Quienes cocinan se quiebran bajo el peso de preparar miles de variaciones de fideos con queso. Las idas a los mercados de frutas y vegetales han sido reemplazadas por caminatas a través de las góndolas de congelados.

Para los padres que saben que compartir los frutos de la cocina familiar es uno de los placeres más grandes de cocinar, tener un hijo que rechaza la mayor parte de la comida representa una gran tristeza.

Hugh Garvey, editor de la revista Bon Appétit, conoce ese sentimiento por experiencia propia. Y lo comparte en www.gastrokid.com , un blog que creó con un amigo británico en el que detallan la vida gastronómica de las familias. Su hija, de 6 años, es una soñada niña omnívora. Pero su hijo de 3 años sólo ingiere alimentos integrales.

"La manera en que me consuelo es la misma que la de cualquier otro padre –aseguró Garvey–. Es igual que el entrenamiento para dejar los pañales. Finalmente llega el día que lo logran. Finalmente comerá algo verde".

La mayoría de los niños comen una amplia variedad de alimentos hasta alrededor de los 2 años, momento en que de pronto, dejan de hacerlo. La etapa puede durar hasta que el niño tenga 4 o 5 años. Es una respuesta que corresponde a una etapa evolutiva, según creen los investigadores. Los gustos de los niños pequeños cambian cuando comienzan a caminar, lo que les da más control sobre lo que comen.

"Si hubiéramos salido corriendo de la cueva como pequeños cavernícolas y hubiéramos metido cualquier cosa en nuestra boca, hubiera sido potencialmente muy peligroso" afirmó la doctora Cooke. Una desconfianza natural ante los nuevos alimentos es parte del desarrollo saludable de un niño, afirmó Ellyn Satter, experta en nutrición infantil cuyos libros, entre ellos Niño mio: alimentación con amor y buen sentido, han desarrollado una especie de culto entre los padres de niños quisquillosos a la hora de comer.

Cada niño posee un conjunto único de gustos y desagrados que Satter cree están determinados genéticamente. La única forma en que los niños descubren lo que son es poniéndose alimento en la boca y sacándolo una y otra vez, agregó. "Por supuesto, es duro cuando los niños están muy hastiados con la comida o la rechazan, especialmente para los padres que pasan mucho tiempo pensando sobre el tema y preparando las comidas", comentó.

La relación con lo genético tiene sentido para Jennifer Useloff cuyo hijo disfruta variaciones de un mismo tema: pan con queso, con algo de frutas y ocasionalmente las patitas de pollo. Su hermana menor, Samara, no es tan quisquillosa, pero a veces copia la conducta de su hermano.

Useloff de 36 años, alguna vez fue también complicada a la hora de comer. A pesar que bebía litros de leche, no podía soportar las frutas crudas o los vegetales. Los alimentos nuevos con texturas desconocidas literalmente la asustaban. La aversión duró hasta que tuvo 20 años, cuando decidió trabajar sus miedos y terminar con ellos. "Todavía hoy se niega a comer pepinos. Me siento culpable –manifestó–. Me preocupa haberles hecho esto a ellos."

Aunque la neofobia por los alimentos parece ser genética, los médicos aseguran que los padres de los niños con este problema no pueden darse por vencidos y sólo cocinar otra cacerola de pastas. "Tenemos que comprender que la biología no es el destino –dijo Patricia Pliner, psicóloga social y profesora de la Universidad de Toronto–. Esto no significa que no haya nada que se pueda hacer acerca del entorno."

Estrategias

Quienes estudian a los niños que tienden a tirarse al piso ante la sola mención de los brócoli están de acuerdo en que presentar las nuevas comidas todos los días durante cinco días a dos semanas es una forma de solucionar los miedos infantiles. Por supuesto, intentar introducir la misma comida semana tras semana puede ser una tarea ímproba. Algunos padres simplemente se dan por vencidos.

He aquí algunas estrategias, reunidas por expertos en nutrición infantil, para lograr que un niño quisquilloso pruebe nuevos alimentos:  

Las comidas deben ser servidas al estilo de toda la familia, sin comidas separadas para los niños.  

Prepare platos que usted disfrute pero presente nuevos alimentos, por lo menos dos productos que les gusten a los niños. Aunque el niño coma sólo pan durante ocho días seguidos, siga ofreciéndole alternativas.  

Adapte los platos a formas y tamaños que agraden a los niños. Si hace un guiso, separe los componentes en platos separados en trozos que sean fáciles de agarrar para un niño. De esa manera, todos los comensales pueden seleccionar la cantidad de comida que realmente desee.  

Nunca diga a un niño que tiene que probar todo pero aliéntelo con muestras de nuevos alimentos.  

Asegure a los niños que podrán escupir, con educación, si algo no les gusta.  

Mantenga todo en calma y apague el televisor. Los niños neofóbicos a veces rechazan los alimentos como una manera de controlar la sobrecarga de estímulo. Si no comen nada, no le ofrezca hasta la hora de la próxima colación, un par de horas más tarde.  

No le ofrezca recompensas para lograr que coma. La hora de ver televisión no debería utilizarse como soborno para que coman brócoli. A los niños de menos de 2 años se les deben ofrecer todos los nuevos gustos posibles, antes de que comiencen la etapa del melindre.

Dar nombres agradables a los alimentos puede ayudar. En un experimento, investigadores hallaros que cuando a las arvejas se las llamaba "poderosas" el consumo de duplicaba.

Kim Severson