Es, sin duda, el síndrome nipón más conocido y tiene asombrado al mundo entero. En el país ya se detectan varios casos y se lo considera una tendencia alarmante. Incapaces de cumplir lo que se espera de ellos, muchos adolescentes reaccionan encerrándose y hasta pueden llegar a ser violentos con su familia. Pocos psicólogos lo tratan en occidente y suelen confundirlo con fobia. Sociólogos analizan cómo llegó al país. Ermitaños del siglo XXI.
Por Daniela Pasik
Ignatius Reilly se sentía un incomprendido y pasó su juventud encerrado en la casa de su madre, escribiendo en cuadernos baratos. No necesitaba hacer nada más. Temía salir a la calle y su universo se reducía hasta que un día lo obligaron a buscar trabajo. ¿Era el protagonista que creó John Kennedy Toole para La conjura de los necios una suerte de hikikomori literario de los años 50?
El hikikomori es el síndrome nipón más conocido. Esta enfermedad, causante del aislamiento social del que lo sufre, cuenta con jóvenes japoneses que llegaron a vivir en sus habitaciones durante una década, o más. En Argentina comenzaron a registrase algunos casos hace pocos años. Las estadísticas no son claras, por lo novedoso del trastorno en el país, y suele confundirse el diagnóstico con fobia social o agarofobia.
Es normal que un jóven se aísle y hasta es necesario para que pueda construir su propia identidad. El tema es, ¿cuánto tiempo? Cuando la situación pasa de ser sólo de reclusión es momento de que los padres comiencen a preocuparse porque, sin duda, esta es una tendencia que va en aumento entre los adolescentes actuales.
“Ahora estoy trabajando con el séptimo caso. Se padece este tipo de trastorno en Argentina. A diferencia de Japón, acá la presión no es social, sino que viene de la familia. En general se pide de estos hijos que sean más que exitosos y hay enojo cuando fallan. El resultado termina siendo la reclusión, como defensa”, explica la licenciada Sonia Almada, directora del Centro Asistencial de Salud Mental ArAlma.
La pregunta más evidente es qué hacen estos chicos, en qué gastan las horas. Y la respuesta no es demasiado creativa: computadora, Play-Station, televisión y dormir. No mucho más. “El hikikomori es a los varones de hoy lo que la anorexia fue a las chicas de los 90”, reflexiona Almada y aclara: “No es el mismo volumen, pero porque es muy difícil de diagnosticar. Acá no corre peligro la salud física, sino la mental, que es sobre lo que más se tarda en consultar”.
Tiene remedio. Estela cuenta que le costó mucho llegar a entender qué tenía su hijo: “Casi nunca iba a ningún lado y de pronto, un día, no salió más. Nos alarmamos porque se ponía violento cuando lo queríamos hacer ir al colegio. Todavía nos preocupaba que se quedara libre y consultamos a muchos profesionales. Siempre nos decían que había que internarlo, pero por suerte encontramos el diagnóstico correcto. Ahora, poco a poco, Pablo está animándose a ir a los lugares”.
Según cuenta la especialista, la entrada a la casa es muy difícil: “Suele haber mucha violencia y amenazas, dicen que se van a matar, a vos, a tu familia... Yo inicio la relación por mail y sms, después voy y les hablo en persona. No contestan y tengo paciencia hasta que empiezan a decir alguna cosa. Para lograr que salgan a la calle, se puede tardar hasta tres meses. El readaptamiento a nivel de conducta –porque hay que dar pautas y estrategias para cosas simples, como comunicarse con extraños– lleva más o menos seis meses. Ahí se recupera la vida normal, pero con terapia. Un alta total puede tardar años”.
Luciano, que estuvo un año y medio en su pieza, ahora pudo volver a la escuela y Esteban, su padre, dice que toda la situación le sirvió a la familia para entender muchas fallas en las que habían caído. “Las primeras salidas fueron con protector solar, porque mi hijo estaba tan pálido que podía lastimarse”, recuerda Laura, la madre, y se alivia de poder contar esto entre risas, porque sabe que es un pasado superado, que ya no va a volver más.
Del aislamiento al asesinato en masa
Cho Seung-hui, el surcoreano identificado como el autor de la masacre de Virginia Tech, fue un estudiante de literatura hasta que el último 16 de abril sacó un arma y dejó un saldo de 32 muertos y 29 heridos antes de suicidarse. Lo describían como una persona solitaria que apenas hablaba y demostraba signos de violencia. Retrospectivamente, especialistas aseguran que el autismo que supuestamente le habían diagnosticado en su infancia era el síndrome hikikomori que, jamás tratado y acompañado de otras circunstancias como posible maltrato o abuso sexual, haya desencadenado en una esquizofrenia o trastorno bipolar.