Por Raquel Rascovsky *
En los varones, la excesiva práctica de actividad física, unida o no a la utilización de medicamentos que mejoran el rendimiento, puede dar lugar a lo que los especialistas denominan vigorexia o dismorfia muscular. Este es un trastorno psíquico y alimentario que afecta a los hombres y cuya obsesión es lograr un cuerpo indestructible, que contiene la fantasía de poder. Tener un cuerpo musculoso y atlético le hace sentirse poderoso, le otorga atributos de masculinidad, de fuerza, y esto suele acompañarse con la idea de ser alguien seductor, capaz de conseguir mujeres, de tener éxito.
Generalmente, el que sufre este problema aprecia su figura como muy pequeña, frágil o débil, a pesar de que el espejo y la mirada clínica pueden sostener lo contrario. Busca entonces un desarrollo desmesurado de los músculos y en este intento pueden aparecer distintas patologías, además de las lesiones musculares o tendinosas por el acortamiento muscular o por la pérdida de la elongación. Al mismo tiempo, suele producirse una desproporción entre diferentes partes del cuerpo, entre el tronco y la cabeza o el tronco y las extremidades inferiores. Es el extremo opuesto de la anorexia, donde el cuerpo se percibe como demasiado voluminoso y se alcanzan figuras casi cadavéricas.
Es que vivimos en un mundo donde lo visual ha pasado a ser algo inmediato, imprescindible; esto, naturalmente, incrementa la necesidad y el deseo de mirar. Observar y ser observado se transforma en algo imposible de evitar. Por eso, no sorprende que la belleza de los cuerpos haya adquirido tanto valor. Hombres y mujeres parecen necesitar ser mirados y aprobados por el otro ya sea en la calle, en la tele, en el cine: no importa dónde, el cuerpo tiene un protagonismo importante. Las mujeres hacen gimnasia, compiten en diversas actividades físicas y, si no logran un cuerpo como el que desean, suelen recurrir al cirujano plástico. Sin embargo, el paso del tiempo no puede detenerse; hombres y mujeres envejecen. Los cuerpos no siempre se mantienen ágiles, habrá más o menos arrugas y, entonces, para ambos sexos, cremas y tinturas.
La idea del envejecimiento, en nuestra cultura, parece aterrar. Se es viejo precozmente para buscar trabajo, para tener hijos, para enamorarse. El imaginario social ha transformado la edad en algo peligroso para el logro de la felicidad y entrega a los jóvenes una carga pesada de llevar: no se debe envejecer.
En las mujeres, los pechos han tenido siempre una importancia muy grande. Y en este momento las mujeres quieren alcanzar aquello que está señalado por los medios como fantástico. Saben que los pechos exuberantes que ven por televisión pueden conseguirse a través de la cirugía estética. Muchas jóvenes piden como regalo de cumpleaños una estética de mamas. Desde otro punto de vista, los pechos nos han dado vida. En un primer momento, alimentación y erotismo están unidos. Así, uno podría pensar que esto de admirar los pechos es un asunto un poco regresivo.
Las mujeres lucen más que nunca los pechos como algo hermoso y propio del género. Compiten con los hombres con las nalgas, pero no con los pechos. Esto se acompaña de un excesivo cuidado por la figura que puede derivar en un desarreglo alimentario del tipo de la bulimia o la anorexia.
Este incremento del poder de la imagen corporal puede ir acompañado por un decaimiento de la vida interior. La inteligencia va teniendo cada vez menos valor; razonar y pensar llevan su tiempo, pero no hay tiempo. Mirar y ser mirado es algo inmediato, sin mediatización, no se pierde el tiempo. Estamos en una cultura de lo instantáneo.
* Miembro Titular en Función Didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA); full member de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA).