La maternidad como fenómeno científico y cultural

Madres: tradición y modernidad

La tradición y la ultramodernidad intervienen en la maternidad.

Fuente: La Nación

...Y mañana serán madres

La vitrificación de óvulos, embriones o tejidos es una alternativa que hace pocos años nadie imaginaba cierta. Hoy, aun con limitaciones, constituye una alternativa para mujeres o parejas que postergan la llegada de un hijo. Testimonios reales, y explicaciones sobre lo que la ciencia puede ofrecer.

Marcela tiene 27 años, es empleada administrativa y además canta en una banda. Tenía 22 cuando, en un control ginecológico de rutina, le detectaron un tumor ovárico "de baja malignidad", que no hace metástasis pero sí puede generar alteraciones en otros órganos y reaparecer aproximadamente cada cuatro años. Por ese entonces estaba de novia, pero sentía que era demasiado pronto para preocuparse por la posibilidad futura de formar una familia. "Yo nunca pensé en el tener hijos como el objetivo de mi vida; no sentía que para realizarme como mujer necesariamente tenía que ser madre", explica. Los médicos removieron el tumor, pero cinco años más tarde éste volvió a aparecer. Y algunas cosas habían cambiado en la vida de Marcela.

Las opciones de tratamiento que se le planteaban eran o bien remover todo el aparato reproductor o quitar el tumor y seguir realizando controles periódicos. Marcela optó por lo segundo, pero esta vez la maternidad ya no le resultaba una noción lejana y casi ajena. Fue entonces cuando decidió someterse a un tratamiento de fertilización y vitrificación de embriones, previo a la operación: "Una de las cosas que cambiaron fue que para entonces yo era más grande", explica. Sin embargo, hubo un factor mucho más determinante que la edad. "Esta vez estaba realmente enamorada -admite-. Una noche nos encontrábamos cenando en un restaurante y mi pareja invitó a comer con nosotros a una nena de la calle que estaba con su hermanito. Mientras ella comía, él sostenía al bebito en sus brazos, y ahí me di cuenta de que quería tener hijos con él", se emociona.

La vitrificación de óvulos, embriones o tejidos representa uno de los mayores avances en la criopreservación. "En el caso de los óvulos, la mejora respecto de las técnicas anteriores es abismal", afirma el doctor Ramiro Quintana, director médico del Centro Argentino de Fertilidad y vicepresidente de la Sociedad Argentina de Medicina Reproductiva (Samer),

"El óvulo es una célula grande, y tiene volumen; pese a que es muy fácil de congelar, es muy sensible al descongelamiento", precisa.

La vitrificación maneja temperaturas impresionantes. "Se baja aproximadamente entre 17.000 a 20.000 o 30.000 grados en un minuto, lo cual evita la formación de cristales. Uno de los pioneros en esta área es el japonés Masashige Kuwayama, cuyo método mostró una supervivencia de óvulos superior al 90 por ciento, resultados que no se habían obtenido nunca. Cuando se empezó a aplicar esta técnica, se comprobó que las tasas de éxito eran similares a las de las transferencias de embriones en fresco, entre el 45 y el 50 por ciento de posibilidad de embarazo en un intento. Luego comenzaron a nacer chicos por este método y ninguno presentó mayor incidencia de malformaciones congénitas que las que podían tener por otras técnicas o para el grupo de edad con el que se estaba trabajando", asegura.

Según los médicos, Marcela todavía podría quedar embarazada en forma natural, pero al tratarse de un cuadro recurrente la vitrificación de embriones resulta un reaseguro. Ella podría haber elegido vitrificar óvulos, pero prefirió conservar embriones. "Si yo empecé a pensar en una familia es porque quiero tener hijos con los ojos de él", afirma.

Edad vs. maternidad

Alicia, de 39 años, no padece ninguna enfermedad, pero también decidió acudir a la técnica de la vitrificación para reasegurar sus posibilidades de quedar embarazada en el futuro. "A los 37 años me separé, después de muchos años de convivencia con una pareja que no quería tener hijos, lo cual en parte provocó la ruptura", relata esta profesional de la salud. Hoy está nuevamente en pareja y espera quedar embarazada en forma natural, aunque si después de cierto período no lo logra planea acudir a los óvulos vitrificados. "En el momento de vitrificar, lo que pensé es que, si llegaba a los 42 o 43 años sin embarazarme, sería mejor disponer de óvulos jóvenes, con menos posibilidades de presentar alteraciones genéticas u orgánicas", apunta.

La doctora Liliana Blanco, presidenta de la Samer, apunta que las mujeres tienen un reloj biológico que hace que a partir de los 37 o 38 años el potencial reproductivo disminuya. "Por esto, la posibilidad de vitrificar óvulos para concebir a futuro representa una opción, si bien todavía no se ha establecido como una práctica rutinaria", señala.

Según Blanco, la difusión que se le ha dado a la vitrificación produjo en los últimos tiempos un aumento en las consultas sobre la preservación de óvulos, sumado al hecho de que cada vez más mujeres deciden postergar la maternidad.

"Los profesionales intentamos evitar que la paciente llegue tarde, porque es algo muy doloroso y que a veces hasta genera culpa", sostiene Blanco, quien agrega que los médicos deben ser muy serios a la hora de asesorar. "Si llega una paciente de 42 años con la intención de criopreservar, tenemos la obligación de informarle que las posibilidades de que esos óvulos sean viables, independientemente de que sobrevivan al descongelamiento, son mínimas", explica.

Por otra parte, la vitrificación también abre una esperanza para aquellas mujeres que deben preservar su fertilidad por alguna patología. "Lo que sucede es que esta técnica es tan nueva que acá todavía no se dio la posibilidad de desvitrificar, fertilizar y transferir embriones en pacientes con alguna enfermedad, por ejemplo, de tipo oncológico", advierte. Pero todo avanza tan rápido que las esperanzas crecen.

Por Gabriela Sala Rigler

Lo que hemos avanzado

En la Argentina, los tratamientos de fertilización asistida comenzaron a aplicarse a mediados de los años 80. Desde entonces, ocurrieron cosas que no imaginábamos.

Al comienzo, la fertilización in vitro implicaba el uso de inyecciones intramusculares, laparoscopias, internaciones y muchos días de reposo. Y el resultado no era comparable con el de hoy. Ahora, existen inyecciones autoaplicadas por los pacientes; podemos aspirar óvulos a través de la ecografía, con mínima anestesia y sólo pocas horas de internación. Los resultados son comparables con los de los mejores centros del mundo.

Los hombres, que antes eran acompañantes silenciosos, participan activamente. Hace veinte años, necesitábamos una cantidad de espermatozoides móviles para realizar un tratamiento; hoy, si no hallamos espermatozoides en un espermograma, los buscamos en el testículo y los inyectamos en el óvulo mediante una técnica denominada ICSI. Recuerdo que, cuando apareció, busqué entre mis historias clínicas a todos los hombres sin espermatozoides con quienes no podíamos hacer nada hasta ese momento. Vi esperanza y agradecimiento, pero fundamentalmente vi nacer muchos chicos.

Hace más de diez años recibí la primera consulta de una pareja con un hombre HIV positivo; sólo pude aconsejarla. Ahora, con la doctora Fabiana García y el doctor Daniel Stamboulian llevamos tratadas a más de doscientas parejas discordantes, sin ningún caso de contagio para la mujer o el recién nacido.

Los médicos especialistas en fertilidad hemos visto mujeres con óvulos de poca calidad, o sin ellos; hemos visto niñas, adolescentes y mujeres sin óvulos, como consecuencia de tratamientos oncológicos. Ahora, la vitrificación nos permite criopreservar tanto óvulos como ovarios, y cuidarlos para su fertilidad futura.

Hay muchas formas de ser padres, con o sin ayuda de la medicina. Lo más alentador es que, en esta fascinante especialidad, hoy podemos intentar los mejores resultados para cada caso.

Por Ramiro Quintana
El autor es vicepresidente de la Soc. Arg. de Medicina Reproductiva


Un ángel en la montaña

En Guatemala, las parteras rurales -muchas de ellas analfabetas, y sin apoyo del Estado- asisten a las mujeres indígenas que dan a luz. Un fotógrafo argentino siguió los pasos de una de ellas, Francisca, que lleva dos décadas en el arte de oír los primeros llantos

Un ángel en la montañaFrancisca Raquec atiende a Patricia, de 19 años, una paciente embarazada. Una acción vital para la población indígena de Guatemala

Hace más de veinte años que Francisca Raquec trae niños al mundo. Esta comadrona, como se conoce en Guatemala a las parteras rurales, vive y trabaja en la aldea El Llano, a 90 km de la capital, donde cumple una labor esencial: darles seguimiento prenatal a las mujeres embarazadas y atenderlas en sus casas durante el parto.

La comunidad deposita la confianza en ella, ya que pertenece a la misma etnia -kaqchiquel en este caso-, tiene las mismas costumbres y tradiciones, y habla la misma lengua. Eso no es poco en un país donde los indígenas, que son más del 50% de la población, son discriminados y maltratados en la red de servicios de salud oficial.

Francisca tiene 66 años, y comenzó de casualidad con este oficio ancestral. Fue en los años más duros del conflicto armado interno, que duró más de tres décadas y dejó un saldo de 250 mil víctimas, entre muertos y desaparecidos. Una noche, durante la celebración de una boda en su comunidad, ella y todos los invitados quedaron atrapados en medio de un enfrentamiento entre el ejército y la guerrilla. Protegidos en la humilde casa de adobe, una de las participantes, embarazada, comenzó a tener fuertes dolores prenatales. "Dios me animó", dice Francisca al recordar ese momento crucial en el que se ofreció a recibir una nueva vida sin ninguna experiencia ni instrumentos.

Texto: Rodrigo Abad
Fotos: AP/Rodrigo Abad