Por Gabriela Navarra
Las dos chicas tienen menos de 20 años. Se acercan con soltura y desenfado a un sanatorio. Es viernes, son las seis de la tarde.
"¿Acá aplican la vacuna contra el cáncer de cuello uterino?", preguntan, decididas. Le temen al HPV, un virus que afecta a millones de personas en el mundo, y del que sólo algunos subtipos, de no ser controlados, pueden causar cáncer de cuello uterino.
Afuera, en la calle, el famoso rostro de la modelo-actriz Araceli González y el de su hija, Florencia, protagonizan un cartel con este mensaje: "Seis mujeres mueren por día en Argentina por cáncer de cuello de útero. Consultá a tu médico. Controlate. VACUNATE". El "vacunate" es la única palabra destacada, en otro color, en el afiche.
Mientras espero mi turno para unas placas de cadera (supero a las chicas por varias décadas), pienso en alguien que ya no está, pero cuya recomendación sigue vigente. Esa mujer, que se llamaba Tita Merello, vivió casi 100 años y debería haber sido nombrada Embajadora de la Salud Pública, porque -como nadie- insistía en una frase muy diferente de la del afiche: "Muchacha, hacete el Papanicolaou".
El Papanicolaou. Esa prueba que difícilmente se han hecho aunque sea una sola vez en su vida las mujeres (no se sabe cuántas; en la Argentina no tenemos estadísticas reales) que absurdamente mueren cada año por cáncer de cuello uterino. Ese método que sigue siendo el único (siempre en combinación con la colposcopía, igual de simple y económico) que previene el cáncer de cuello de útero: permite detectar células alteradas, cuando no son malignas todavía, y por eso da la posibilidad de tratamiento precoz y curación.
Si todo esto existe y está al alcance de la gente (aunque por falencias del sistema no llegue a quienes más lo necesitan), ¿qué sentido tiene hablar de una vacuna contra el cáncer de cuello de útero?
Buena pregunta. Pensemos.
Habría que ser un cavernícola para negar la importancia de las vacunas. Pero antes de afirmar que una vacuna es garantía contra una enfermedad, mucha agua debe correr bajo el puente. La vacuna debe ofrecer pruebas, suficientes y confiables.
En el spot televisivo que formó parte de la campaña protagonizada por Araceli se hablaba sólo de la vacuna, y ni siquiera se recomendaba el control. La Liga Argentina de la Lucha Contra el Cáncer (Lalcec) avalaba el mensaje.
Desde la primera vez que lo vi no pude dejar de preocuparme. "Qué tremenda confusión genera", pensé. Conversé con otros colegas, y con médicos conocidos. Todos coincidíamos: las vacunas contra el virus del papiloma humano (HPV, por sus siglas en inglés, human papiloma virus ), producidas por dos laboratorios multinacionales, no son ni lejanamente la forma de evitar el cáncer de cuello uterino. Los estudios demuestran que pueden ser eficaces en alrededor del 70 al 75% de los casos para proteger de los subtipos 16 y 18 del HPV, las variantes de este virus más vinculadas con el riesgo de cáncer de cuello uterino. Una de las vacunas protege de las verrugas genitales (que no son causa de cáncer).
Se recomienda aplicarlas entre los 11 y los 14 años. ¿El precio? Tres dosis de unos 900 pesos cada una.
¿Con eso uno queda inmunizado para siempre? No se sabe. Las vacunas son muy nuevas. Además de caras para la gran mayoría, y también para los sistemas de salud, no ofrecen una cobertura completa, no se conocen sus efectos adversos ni se tiene en claro a quiénes aplicarlas.
"¿Para qué se la voy a dar a mi hija adolescente? No integra el grupo de riesgo", me dice una ginecóloga amiga. Sí, en cambio, tendría eventual utilidad entre aquellas mujeres que no concurren a menudo al consultorio ginecológico y pueden tener un alto nivel de exposición al virus: frecuente cambio de pareja, sexo sin protección, infecciones vaginales recurrentes... Posiblemente esas mismas que ahora estén muriendo de un cáncer prevenible. Porque no sólo no tienen dinero para ir al médico, sino quizá tampoco para viajar. O para comer. Además, ¿quién pagaría su vacunación?
Mientras miro en el sanatorio a esas dos chicas en la sala de espera, entusiasmadas por seguir los consejos de sus ídolos de TV, pienso que deberíamos esperar por vacunas que sí garantizaran protección completa contra esta enfermedad (y contra otras) que además fueran de alcance masivo. La voz gruesa de la mítica actriz y cantante de tangos no deja de resonar en mis oídos. "Muchacha -repite Tita- Hacéte el Papanicolaou".
gnavarra@lanacion.com.ar
La autora es subeditora de LNR
Fuente imagen: sistemarca