CRISTINA DE MARTOS
En los últimos años las revistas científicas han adoptado políticas encaminadas a publicar estudios lo más transparentes posible. La información acerca de los conflictos de intereses de los autores y su relación con la industria es esencial para evitar sesgos, pero la forma en la que se exigen estos datos difiere de unas publicaciones a otras y muchas veces es insuficiente.
Varios escándalos jalonan la historia reciente de la industria farmacéutica. Todos ellos llegaron al mercado rodeados de gran expectación, burbuja que se fue desinflando a medida que la verdadera información acerca de su seguridad y eficacia salía a la luz. Algunos, incluso, desaparecieron.
¿Pero cómo lograron pasar los filtros de un sector que se supone estrechamente vigilado y regulado por las autoridades pertinentes? La 'alma mater' de la investigación médica son los ensayos clínicos. En ellos es donde se pone a prueba la utilidad de un determinado producto, su mayor o menor eficacia frente a otros ya existentes y frente a sustancias inocuas, sus potenciales efectos adversos, etc. Estos estudios son los que aparecen en las páginas de las revistas científicas, cuanto más prestigiosas, mejor.
La cosecha de publicar en las páginas de 'Nature', 'Science' o 'The New England Journal of Medicine' la recogen tanto la compañía que está detrás del fármaco como los médicos firmantes del trabajo y responsables de la investigación. Es obvio que si de los resultados de los ensayos y de su mayor difusión depende la aprobación o no de un producto, la industria podría estar tentada de ejercer su influencia sobre los galenos encargados de testarlo.
Este escenario, lejos de ser una hipótesis, se repite con cierta frecuencia. Datos incompletos o deliberadamente falsificados proporcionados por expertos que, casualmente, ocultaban vínculos con las farmacéuticas. O, lo que es lo mismo, tenían un conflicto de intereses, como los tres psiquiatras de la Universidad de Harvard que recibieron grandes cantidades de dinero de varias compañías que nunca declararon.
La información es la clave
Para curarse en salud, la mayor parte de las revistas científicas exigen a los autores de los estudios que comuniquen los conflictos de interés que puedan tener así cómo que se detalle la procedencia de los fondos que han financiado su trabajo. Estas guías éticas se han desarrollado "en un esfuerzo por proteger la integridad de la investigación y mejorar la confianza del público", apunta un artículo publicado en 'Journal of the American Medical Association' ('JAMA'), que ha analizado la situación actual de estas políticas.
Sus responsables, procedentes de varias universidades de Estados Unidos, seleccionaron 256 de las revistas científicas más punteras y comprobaron que, aunque la mayor parte pedía a los autores que comunicaran sus conflictos de interés, la naturaleza de esta petición difería de unas otras. Incluso "revistas del mismo grupo editorial tenían requisitos distintos", subraya el artículo.
Aunque el 89% de las publicaciones solicitaba este tipo de información, sólo el 54% exigía declaraciones firmadas. Además, la mayor parte se conforma' con que el autor con el que se guarda correspondencia haga este tipo de revelación, para los demás no es necesario, "aumentando las posibilidades de sesgo", aclara el trabajo del 'JAMA'.
En cuanto al origen de estos conflictos, lo normal es preguntar por las relaciones económicas directas (89%) pasando por alto otros, como los profesionales, intelectuales o académicos que "también pueden causar sesgos", añade.
"Los fallos en la comunicación de algunos autores de estos conflictos de interés que están enfrentados con el cuidado de los pacientes han sacudido la confianza del público en general y de los profesionales sanitarios en la literatura médica", explica este artículo. Este tipo de políticas debería extenderse a todas las revistas y mejorar "en pos de la transparencia", concluye.