Para las personas obesas, atrapadas en la compulsión de comer, la comida chatarra podría ser tan adictiva como la cocaína o la heroína. De acuerdo con un estudio que publica hoy la revista científica "Nature Neuroscience", ciertos "manjares" con sobredosis de calorías, les pueden desarrollar a las personas una dependencia tan fuerte como la de un drogadicto.
Científicos del Instituto de Investigación The Scripps, en California (EE. UU.), demostraron que el cerebro impide abandonar el hábito de tragar "comida basura", con la misma jugada que la que sufren fumadores o adictos al sexo, la heroína o la cocaína. El equipo de expertos, liderado por Paul J. Kenny y Paul M. Johnson, determinó en experimentos con ratas de laboratorio que la comida basura puede crear el mismo equilibrio químico en el cerebro que otras sustancias adictivas. "Nuestro trabajo presenta la evidencia más completa de que la obesidad y la drogadicción están basados en los mismos sistemas neurobiológicos", anunció Kenny. Afecta al "sistema de recompensa", que desencadena un sentimiento de bienestar y satisface provisionalmente a las personas, igual que a los animales. Este sistema es una red de neuronas que produce una sensación placentera; se activa con acciones naturales como comer o beber, pero también con videojuegos o las drogas.
Justamente, igual que con los drogadependientes, el sistema se deteriora y actúa, en este caso, exigiendo cada vez más comida; porque cuanto más se come, el cerebro necesita cada vez más material para desencadenar el mismo sentimiento de bienestar que en anteriores ocasiones. La respuesta de placer es cada vez menor, entonces se necesita más. Y así se engorda. Kenny afirma que "en el transcurso del estudio, las ratas perdieron el control de su comportamiento alimenticio. Y ni siquiera pararon cuando se les aplicó electroshocks, lo que muestra la importancia de esa comida".
El equipo de investigadores alimentó a los roedores con todo lo que también atrae a los seres humanos: panceta, salchichas o tarta de queso. Apenas comenzado el experimento, las ratas empezaron a engordar. Ya obesas, al quitarles esta comida y sustituirla por ensalada y verduras, los animales han llegado a rechazar los alimentos. Preferían sufrir hambre.
"El consumo de estas comidas calóricas se convirtió en algo incontrolable, un impulso que iba al margen de la propia conciencia", señaló el autor del estudio. "Cuando el animal sobreexcita el centro cerebral del bienestar con una comida sabrosa, el sistema se adapta y acompasa su actividad. Esto supone que el cerebro tiene que ser estimulado con nuevos aportes para no caer en un estado permanente de sensación negativa", explica Kenny.
Estudios moleculares confirmaron esa relación: el equipo se concentró en el receptor al que se adhiere el neurotransmisor dopamina. La dopamina es generada por el cerebro como reacción a estímulos sexuales o al disfrute con la comida o las drogas, bajo la influencia del receptor D2. El estudio indica que también se activa con la comida basura. El D2 activa, por así decirlo, un conducto tras otro, lo que hace que el receptor necesite cada vez más dopamina para ponerse en acción y desencadenar la sensación de bienestar, el mismo procedimiento que en otro tipo de adicciones.