Por Silvina Fiszer Adler (*)/ Foto: Cedoc
“Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar”. Así cerró su memorable y ya célebre discurso el humorista rosarino Roberto Fontanarrosa cuando le tocó hablar en el Congreso de la Lengua. Ya sea desde el humor o la literatura, ya sea por su entonación o por su fuerza, estas palabras ¿son útiles para descargar la ira?
Muchas malas palabras, cuando se utilizan en el marco de un insulto, muestran una importante carga de agresividad. Para el Doctor Harry Campos Cervera, Miembro Titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA), es importante rescatar la definición que Lacan hace de agresividad. “Lacan dice que la agresividad es una consecuencia de una forma de identificación que llamamos narcisista y que se manifiesta como imágenes de alteración en la integridad corporal”. Así, una persona que agrede a un otro está comprometiendo su propia integridad.
“Lo que tiene la agresividad es que se mantiene siempre como tendencia. En general, no se ejecuta. Entonces, si vos tenés una tendencia así, y esto no se descarga, es terrible”, explica Campos Cervera. En estos casos de agresividad contenida, “uno de los elementos que nos rescata es la palabra. Entonces, el conjuro que representa la palabra es muy importantes en este sentido, en la función de descarga”, agrega el especialista.
Además de las personas que liberan tensiones, existen aquellos que el “putear” ya es un acto más de la vida cotidiana. Un ejemplo sería el de aquellos que, cuando manejan, se la pasan injuriando a todo aquel que ose cruzarse en su camino. Según Campos Cervera, “son personas narcisistas y creen que todos los otros conductores están atacando su propia integridad. Lo que en realidad pasa con estas personas es que intentan canalizar esa tensión narcisista por medio del insulto. “Están tan inundados de tensión que el mecanismo que normalmente a algunas personas les es eficaz a esas personas que son patológicas, iracundas producto de su narcisismo, le fracasa".
Cuando entra en juego la impotencia. “El insulto tiene una mezcla de descarga, una liberación de ira, pero también puede ser un modo que denote la impotencia de poder hacer algo respecto de aquello que a uno le interesa modificar, inquirir o responder”, analiza el Doctor Ricardo Rubinstein, Médico psicoanalista y Miembro Titular de APA.
Para graficar el caso, Rubinstein habla del hincha de fútbol: “El hincha de fútbol que se pone a insultar al arbitro porque no cobró un penal, por ejemplo; o porque cobró para el equipo contrario, está demostrando su impotencia frente a eso que ocurrió, que para él es una injusticia. El insulto libera la bronca pero marca que él no puede hacer nada con eso”, explica.
Otro ámbito en donde aparece el insulto es en la familia o en la escuela. En esos casos, el episodio reviste otra gravedad. “Además del que insulta en la cancha o cuando maneja, tenés gente que utiliza a veces la ironía o el insulto muy sutil como modo de descalificación o de agresión de tipo psicológico”, puntualiza Rubinstein. “Por ahí no es un insulto directo como “la puta que te parió” sino que son comentarios que tienen un efecto insultante y descalificador. Ahí ya no esta en juego la impotencia. Ahí lo que está en juego es la agresión más solapada en el vínculo”, completa el especialista.
(*) de la redacción de Perfil.com