Hábitos de vida y financiación

La crisis compromete la prevención del cáncer

Disminución de la inversión pública y privada en la investigación.

Samuel Kubani / Cristina de Martos

Sus consecuencias no tienen límites, tampoco en la salud. Un estudio español publicado en la revista European Journal of Cancer advierte que la crisis financiera puede provocar una disminución de la inversión pública y privada en la investigación contra el cáncer, y podría comprometer también los hábitos de vida saludables de buena parte de la población.

"Una crisis financiera, con sus consiguientes presiones económicas, puede actuar como catalizador para reforzar o revertir las malas elecciones", indican los autores liderados por José María Martín Moreno, de la Universidad de Valencia. Desde el consumo de tabaco y alcohol, hasta el dinero que dedican los gobiernos a la salud o la capa de ozono. Todo puede sufrir el azote de una economía de vacas flacas, tal y como demuestra la historia.

Por un lado, cómo la crisis afecta a cada individuo puede tener profundas consecuencias en su estilo de vida. Por ejemplo, la experiencia de pasados cracks financieros indica que algunas personas, en especial aquellos que han perdido el trabajo, pueden aumentar su consumo de alcohol. En cuanto al ejercicio físico, los datos sugieren que podría darse un descenso marcado entre las poblaciones con menos ingresos, mientras que en el resto no tiene porqué haber cambios significativos.

La información referente al consumo de comida basura es contradictoria. Mientras que algunas investigaciones hablan de un incremento del gasto en estos alimentos, otras han detectado un descenso en las comidas fuera de casa. La única buena noticia es la reducción en las ventas de tabaco, uno de los principales factores de riesgo para el cáncer y la salud en general.

Más evidentes aún son los posibles recortes en la inversión pública y privada. Tanto los gobiernos como las empresas farmacéuticas y las organizaciones sin ánimo de lucro deben adaptarse a las nuevas circunstancias, cosa que puede tener consecuencias en la financiación del cáncer. Si todos estos factores confluyen, tanto el número de casos como la mortalidad del cáncer podrían dispararse, indica el trabajo.

Ante esta situación, "los profesionales de la salud deben ser asertivos en su insistencia de que la crisis financiera no es una excusa para la inacción", señalan los autores. Más aún, continúan, se trata de "la oportunidad para emprender un nuevo y positivo viaje hacia la conservación del producto más valioso para nuestra salud".

Por último, los autores recuerdan la necesidad de "revisar la sostenibilidad de los sistemas sanitarios y lo aconsejable de algunos programas". Y advierten: "No sabemos cómo evolucionará la ecnonomía en las próximas décadas pero sabemos que a menos que los políticos y los ciudadanos hagan grandes esfuerzos, el problema del cáncer crecerá, acarreando grandes costes humanos y gastos insostenibles para los sitemas".


CRISIS ECONÓMICAS
La salud durante la Gran Depresión
Las épocas de crisis financieras son menos dañinas para la salud que las de bonanza. Durante los años críticos de la Gran Depresión aumentó la esperanza de vida. Entre las causas de mortalidad, sólo aumenta el porcentaje de suicidios.

ISABEL F. LANTIGUA

MADRID.- Ocupan las portadas de todos los periódicos y las aperturas de los telediarios desde hace un año. Son las noticias sobre la crisis económica, que no dejan de estar en boca de todos. La actual situación financiera desgasta al gobierno, a los ciudadanos y a los empresarios. Y, aunque parece difícil extraer un aspecto positivo de todo esto, un equipo de investigadores de la Universidad de Michigan (EEUU) lo ha hecho. Según un estudio de todos los factores sanitarios entre 1920 y 1940, periodo que incluyó la 'Gran Depresión', las épocas de crisis no perjudican más la salud, a diferencia de lo que se creía. De hecho, durante el 'crack de 1929' aumentó la esperanza de vida de hombres y mujeres, blancos y negros.

Esta nueva visión sobre las crisis financieras se basa en un detallado análisis sobre los índices de mortalidad y natalidad, la esperanza de vida y las enfermedades más frecuentes durante dos décadas, justo antes y después de la 'Gran Depresión'. Los resultados, que publica la revista 'Proceedings of the National Academy of Science', muestran que entre 1930 y 1933 -los años que registraron la mayor crisis económica del siglo XX-, la mortalidad descendió en todos los grupos de edad.

De las seis causas responsables de las dos terceras partes del total de fallecimientos en la decada de los 30, tan sólo los suicidios aumentaron durante la mala racha monetaria, mientras que las enfermedades cardiovasculares y renales se estabilizaron entre 1930 y 1932, al igual que la tuberculosis. Sin embargo, estos trastornos alcanzaron su mayor pico de incidencia en 1926, 1928 y 1936, años que se caracterizaron por su crecimiento económico.

"El hecho de que disminuyera la tuberculosis es algo que nos sorprendió bastante y que parece sugerir que las causas sociales a las que se atribuye habitualmente la enfermedad (hacinamiento que facilita el contagio, nutrición deficitaria...) no debieron agravarse especialmente durante los años de la Gran Depresión", indica a elmundo.es Jose A. Tapia Granados, investigador de la Universidad de Michigan (EEUU) y coordinador del trabajo.

En cuanto a la esperanza de vida, el análisis recoge que en 1929, justo al inicio del crack financiero, era de 57,1 años mientras que al concluir el periodo de recesión (1933), la esperanza de vida había aumentado a 63,3 años. Los datos son bastante llamativos en el caso de la población negra, ya que los varones habían perdido ocho años de esperanza de vida y las mujeres 7,4 entre 1921 y 1926 y los recuperaron durante la Gran Depresión.

Más dinero, más alcohol

Aunque se ha debatido mucho sobre los efectos de las crisis económicas en la salud, este trabajo y otros similares que han analizado procesos de recesión-expansión en intervalos históricos más largos y en diversos países "indican, claramente que, en general, la mortalidad, que es el indicador más objetivo (en tono negativo) de salud de la población tiende a evolucionar mejor en las recesiones que en las expansiones. Por lo que es de esperar que en esta crisis la mortalidad general también disminuya", señala Granados.

El hecho de que la mortalidad alcanzara su pico en 1936, justo cuatro años después de que finalizara la recesión económica, en todas las franjas de edad, incluso en niños pequeños, y por todas las causas, desde heridas hasta infartos, podría indicar que es un efecto a largo plazo de la Gran Depresión. Sin embargo, los investigadores tienen otra explicación. "De ninguna manera es una consecuencia desfasada de la coyuntura económica anterior. Lo que ocurre en épocas de expansión es que a corto plazo empeoran muchas conductas que perjudican la salud. Hay datos sobrados de que en estos periodos de bonanza la gente fuma más, bebe más alcohol y come más insano, además de dormir menos, hacer más horas extraordinarias y estar expuesta a condiciones de trabajo más estresantes y ambientes más nocivos, propios de la actividad industrial y de la propia dinámica bursátil".

Asimismo el aumento de los accidentes de tráfico y de los accidentes laborales están claramente relacionados con el incremento de la actividad económica, señala el estudio. A la vista de estos datos, los autores consideran que "por lo que nos dice la experiencia histórica, no parece que esta recesión actual vaya a tener un impacto negativo en la mortalidad de los ciudadanos".

No obstante, José A. Tapia, matiza que en ningún caso su trabajo quiere decir que "el desempleo es bueno para la salud. Ni mucho menos. De hecho, hay muchos datos que muestran que probablemente es lo contrario y que los desempleados están expuestos a más riesgos de enfermedad cardiovascular, depresión y otros trastornos mentales. Pero la idea de que cuando mejora la economía y baja el paro todo va mejor, es incorrecta".


Hábitos peligrosos

Una crisis 'de infarto'
Las recesiones económicas aumentan el estrés y la obesidad. Ambos son factores de riesgo para sufrir problemas cardiacos.

Emma Fernández | Madrid

En un hospital se ven retos cada día. Las personas necesitamos muchas cosas para sentirnos vivos, pero en realidad sólo una nos da y nos puede quitar la vida: el corazón. Con la crisis, aumentan factores de riesgo de infarto como el estrés o la mala alimentación, lo que hace que la salud de muchas personas se deteriore al mismo tiempo que su situación laboral.

La preocupación aumenta al ver cómo los más pequeños también padecen las consecuencias de una depreciación económica. En la actualidad, uno de cada cuatro niños parece sobrepeso, un factor de riesgo para el corazón que aparece ante un cambio de hábitos alimenticios en el que pasa a primar la comida rápida y barata, la comida 'basura'.

En relación con la nueva recomendación del Gobierno de suprimir la bollería industrial de los colegios, el presidente de la Sociedad Española de Cardiología y doctor del Hospital Clínico de Madrid, Carlos Macaya, hace hincapié en que "no sólo las 'maquinitas' son el origen de una mala alimentación, sino que el obstáculo puede aparecer en los propios hogares. En momentos de crisis, los problemas económicos hacen que la gente se alimente peor, aumentando la obesidad".

Puede suceder que las familias más afectadas por la crisis decidan reducir el gasto en alimentación e ir a buscar productos más baratos y, quizás, menos saludables, a la vez que reducen los presupuestos para actividades deportivas en las que se tiene que pagar (por ejemplo, gimnasios, clubs deportivos o centros de 'fitness' privados).

Macaya cuenta que los chicos y chicas retienen mejor las costumbres que van a ser los hábitos de toda su vida entre los ocho y los 14 años, por lo que la educación de padres y profesores es fundamental en este periodo. "Primero hay que identificar los frentes y luego atacarlos, no sólo atendiendo a los genes sino también a las costumbres con campañas de sensibilización. Si los padres no lo entienden, los hijos tampoco", asegura el doctor.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es la enfermedad nutricional más frecuente en niños y adolescentes en los países desarrollados, y constituye "un problema sanitario de primer orden".

En tiempos difíciles, cuando todos queremos seguir saliendo, comer en la calle se presenta como una vía de escape a la rutina. El problema surge cuando los grandes alicientes son las pizzas o hamburguesas con patatas fritas por su bajo precio y rapidez, sin tener en cuenta que en nuestro cuerpo se acumulan cantidades de grasas difíciles de combatir.

Si a una mala alimentación le sumamos el estrés provocado por una situación laboral difícil, nos encontramos con dos de los factores de riesgo de padecer un infarto o síndrome coronario agudo. "Tener obesidad o sobrepeso es tener una enfermedad. Se tiene que ver como un peligro, como una advertencia", insiste Macaya a ELMUNDO.es

Bajo situaciones de estrés, el cuerpo produce sustancias que incrementan el latido del corazón y la presión arterial para ayudarnos a estar alerta. Durante situaciones esporádicas, éste tiene una finalidad útil en nuestra vida al hacernos responder de manera adecuada a los desafíos; sin embargo, su efecto crónico tiene efectos negativos. Se trata de una situación que debilita el sistema de defensas y nos hace más susceptibles a infecciones. Por ello, la combinación de un ritmo de vida estresante y una alimentación alta en calorías puede conducirnos más rápido a tener problemas de corazón, y por consiguiente, a sufrir un infarto.

Un elevado consumo de tabaco, la falta de ejercicio, la diabetes, llevar una vida sedentaria... son otros factores a tener en cuenta para evitar el problema tanto en jóvenes como en adultos.

Ni tanta calma, ni tan poca

Por si no fuera poco con la crisis económica, algunas personas pecan de excesiva calma sin tener en cuenta que ésta también puede repercutir negativamente en su salud. Según advierte la doctora Nieves Martell, responsable del Club del Hipertenso de la Sociedad Española de Hipertensión, aproximadamente ocho de cada 10 paciente con esta dolencia interrumpen total o parcialmente su tratamiento durante las vacaciones de verano, un 20% más de la prevalencia de incumplimiento terapéutico que se registra habitualmente.

La crisis y las vacaciones, términos tan diferentes, encuentran así similitudes si se atiende al corazón, y es que son muchos los datos que muestran que los desempleados están expuestos a más riesgos de enfermedad cardiovascular, depresión y otros trastornos mentales.

Ya en 2008, unos investigadores de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) investigaron el tema durante la crisis del banco Northern Rock, y llegaron a la conclusión de que una crisis bancaria aumenta el número de muertes por infarto a corto plazo un 6,4% en los países ricos. Cuando se trata de naciones pobres (con unos sistemas sanitarios y económicos más precarios), las consecuencias de este tipo de desastres son aún mayores: los óbitos crecen un 26%.

Unas 50.000 personas sufren un infarto de miocardio cada año en nuestro país. El equilibrio, en este caso, recibe el nombre de prudencia.