Fabiola Czubaj
La vulnerabilidad que da el analfabetismo es enorme. En eso tiene razón el doctor Gabriel Lijteroff, director de la Unidad de Diabetología del Hospital Municipal Sofía T. de Santamarina, de la localidad bonaerense de Monte Grande. Es que a sólo 30 kilómetros del Obelisco, en un aula del entrepiso del hospital, un grupo muy voluntarioso de mujeres aprenden a leer y escribir para controlar la diabetes con la que conviven desde hace años.
Ellas son parte de los 80 alumnos, de entre 40 y, hasta ahora, 77 años, que ayuda el Proyecto Unidos para Alfabetizar y Concientizar, en cuya currícula la educación orientada a la diabetes en particular reemplaza a la materia biología.
Fue una idea que Lijteroff tuvo hace diez años, cuando se dio cuenta de que la principal barrera para que sus pacientes cumplieran con el tratamiento no era la falta de motivación o la complejidad de las indicaciones terapéuticas. Simplemente, no conocían las letras y los números que escribían los médicos en las recetas o que indicaban en el parabrisas del colectivo el ramal indicado para llegar a tiempo a la consulta.
"Veíamos que sólo el 30% de los pacientes tratados tenía un buen control metabólico. Algo estaba pasando, porque muchos cambiaban los horarios de la medicación, venían a la consulta un día distinto al indicado o no podían aplicarse solos la insulina -recordó el médico, que dirige también el Comité Científico de la Federación Argentina de Diabetes-. Colgué un póster en el consultorio y cuando les preguntaba qué decía, generalmente decían: «No traje los anteojos», aunque la letra era enorme. Finalmente, detectamos que 84 pacientes eran analfabetos. Ese era el escollo para que estuvieran bien."
En un año, la Unidad de Diabetología y la Escuela de Adultos 703, con sede en El Jagüel, abrieron el Centro de Educación para Adultos 713/03, a cargo de la maestra María Cristina Isi o "la seño", para médicos y alumnos. "Funcionar dentro del hospital nos permite contar con asistencia rápida si alguno de los alumnos lo necesita. Es evidente cómo todos mejoraron la calidad de vida y el control de la enfermedad. Es apenas un granito de arena que ponemos desde hace diez años", dijo la directora de la escuela, Graciela Canzonetta. Ella organiza también las donaciones de útiles y otros recursos que recibe en el (011) 4389-0410, de 18 a 21, para que el proyecto funcione.
Además de leer y escribir, los pacientes saben reconocer los signos importantes de la diabetes y prevenir sus complicaciones. "Todos saben cómo actuar ante una hipoglucemia y el 92,5% puede reconocer el pie en riesgo y hacer los cuidados primarios, cuando al principio ninguno sabía hacerlo", detalló Lijteroff.
El 74% realiza y registra el autocontrol de la glucemia y el 59,2% hace ejercicio, cuando al principio no lo hacía ninguno. Y el 74% cumple las indicaciones médicas, a diferencia del 14,8% inicial. El 100% de los pacientes con diabetes tipo 1 lograron poder aplicarse solos la insulina.
Según el Indec, el 2,6% de la población mayor de diez años es analfabeta. Al analizarlo por grupos etarios, el 4,4% de las personas de entre 50 y 64 años y el 6,2% de los mayores de 65 no saben leer ni escribir. "Aprender era mi sueño. Cumplí mi misión de criar a mis hijos y ahora me siento muy útil porque ayudo a mi nieto, Tobi [de 7 años], que es diabético", contó entre ejercicios en el cuaderno Lidia Gómez, de 59 años.
A Gabina, de 57 años, la escuela la ayudó a interpretar mejor las recetas y dominar los números para aplicarse la insulina y controlar adecuadamente la enfermedad que le diagnosticaron hace diez años en el hospital. "Me cuesta un poquito la matemática -admite-, pero aprendí a medirme todos los días el azúcar en sangre y que no me falten las verduras y las frutas."
En la primera fila, Deolinda Saojoao de Sampaio recordó su primer libro: la Biblia. "Pero sólo sabía el número 8 a los 50 años." Ahora, a los 76 (llegó de Portugal a la Argentina a los 25), lee bien la letra imprenta y le gusta escribir tanto como cuidar su huerta. Junto con ella, Ramona González, abuela de cinco nietos a los 75 años, y con un marcapasos para controlar una arritmia con la que convive desde hace una década, se apuró a contar: "Nunca fui al colegio porque en Chaco no había. Ahora, todas las tardes les digo a mis hijos: «Chau, me voy al colegio». Acá aprendí a cuidarme y cuidar a los que me rodean". Ramona está cursando primer grado y lleva en su bolsillo un papel con las indicaciones para viajar de la casa al hospital.
"Sin dudas, la lectoescritura les mejoró la calidad de vida. Además, tienen asistencia perfecta con frío o lluvia. Son personas con problemas cotidianos, como todos, pero ellas los dejan al pie de la escalera antes de entrar en el aula. La responsabilidad que sienten para con la educación y la escuela es ejemplar", dijo la maestra María Cristina, emocionada hasta las lágrimas. (Ese día, en otras escuelas, las aulas estaban vacías por un paro docente en adhesión a reclamos estudiantiles.)