La práctica de la alimentación consciente enseña a disfrutar de cada bocado más intensamente.
NUEVA YORK.- Intente hacer el siguiente ejercicio: llévese a la boca un tenedor repleto de la comida que más le gusta y vuelva a dejar el tenedor sobre el plato. Esto puede ser mucho más difícil de lo que imagina porque ese primer bocado fue muy sabroso y el impulso es comer otro. Tiene hambre.
El experimento, ahora, consiste en tomar conciencia de esa necesidad de atacar el plato. Resista. Deje el tenedor sobre el plato. Mastique lentamente. No hable. Concéntrese en la textura de la comida, el sabor, el color y el aroma de esa comida humeante.
Repita esos pasos durante toda la comida y logrará experimentar los placeres y las frustraciones de una práctica que se conoce como alimentación consciente, un concepto que proviene de las enseñanzas del budismo. Muchos maestros budistas alientan a sus discípulos a meditar mientras comen, ampliar el estado de la conciencia mientras prestan mucha atención a la sensación que les produce cada bocado. Un ejercicio común es darle a un alumno tres pasas de uva o una mandarina para que pase 10 o 20 minutos observando, sosteniendo y masticando cada bocado pacientemente.
Ahora, ese tipo de experimentos con la mente y la boca se trasladó a un ambiente más secular: de la Facultad de Salud Pública de Harvard al campus de la empresa Google en California, donde los empleados pueden utilizar una hora para almorzar a conciencia. Para algunos expertos, actos tan simples como comer lentamente y disfrutar plenamente de cada bocado serían la solución para la creciente epidemia de obesidad, frente a la que ninguna dieta parecería poder frenar la estampida.
La alimentación consciente no es una dieta ni consiste en dejar de comer uno u otro alimento. Se trata de disfrutar la comida más intensamente, en especial, el placer que proporciona. Una persona puede comer una hamburguesa a conciencia, si quiere. La disfrutará mucho más. O, también, puede darse cuenta a la mitad de que el organismo ya ingirió suficiente y necesita un poco de ensalada.
"Es la antidieta", aseguró la doctora Jan Chozen Bays, pediatra, maestra de meditación y autora de Mindful Eating: A Guide to Rediscovering a Healthy and Joyful Relationship with Food (Comer a conciencia: una guía para redescubrir la relación saludable y divertida con la comida). "El problema está en que comemos de manera inconsciente."
La doctora Lilian Cheung, de Harvard, comenzó a estudiar los beneficios de esta práctica. La semana pasada, se reunió con integrantes del equipo de la Fundación Pilgrim de Atención de la Salud, que depende de la misma universidad, y les pidió que le dedicaran algo de tiempo a una almendra cubierta de chocolate.
"El ritmo con el que vivimos es cada vez más rápido, de modo que ya no tenemos la misma capacidad de introspección -dijo Cheung-. Por eso, alimentarse a conciencia es cada vez más importante. Necesitamos preguntarnos si nuestro cuerpo necesita ciertos alimentos, por qué comemos uno u otro alimento o si sólo lo hacemos porque estamos tristes y estresados."
Para muchos, comer rápido significa comer más. La alimentación consciente apunta a poder reconocer por qué sentimos el deseo intenso de comer y qué factores refuerzan el hábito de llenarnos la panza. Es justamente un efecto secundario de la práctica, su capacidad de construir una barrera psicológica contra la sobrealimentación, lo que genera tanto entusiasmo entre los nutricionistas como Cheung, que sugieren comenzar de a poco. "No se exija demasiado -aconsejó Cheung-. No se trata de presionar un botón para activar la alimentación consciente y, así, cumplirla a la perfección. Es algo que demanda constancia.".