Por Leonardo Moledo
–Cuénteme qué hace.
–Nosotros tratamos de entender cómo funciona la memoria. Ahora, tratamos de demostrar cómo una experiencia puede memorizarse mejor si está acompañada de otra experiencia conductual. En realidad, la memoria es una función que tiene nuestro cerebro, que consiste en aprender cosas y guardarlas.
–Guardarlas... Lo que pasa es que el input que uno recibe es gigantesco. ¿Cómo se hace para guardar semejante cosa?
–Nuestro cerebro tiene que codificar de alguna manera, en algún lenguaje, las experiencias que provienen del exterior.
–¿Cuál es ese lenguaje?
–La conexión de las neuronas entre sí, las sinapsis.
–¿Y sabemos cómo se traduce una experiencia en sinapsis?
–Hay algunas hipótesis. Una dice que un determinado aprendizaje se guarda como una red de contactos eléctricos en nuestro cerebro, y esos contactos son específicos para el aprendizaje que uno está teniendo. Cada cosa que aprendemos es guardada por el cerebro en una red específica de contactos sinápticos entre las neuronas.
–Lo que yo no entiendo es cómo se puede guardar tanta información. Entiendo que hay un billón de sinapsis, más o menos, y aun así me parece poco.
–Lo que pasa es que eso está relacionado con la atención. Por ejemplo: cuando uno está en una fiesta recibe muchísimos inputs, pero uno selecciona a cuáles les da entrada. Esos procesos que uno está adquiriendo sin prestarle atención, ¿los está adquiriendo o no? Borges decía que la memoria son las grietas que deja el olvido. Son muchísimas más las cosas que olvidamos que las que recordamos.
–La memoria es la base de la identidad del sujeto...
–Sí, claro. Lo que habría que aclarar es que hay diferentes tipos de memoria, que se procesan en diferentes partes del cerebro.
–Vamos a ver cómo son esos tipos de memoria.
–Podemos acordarnos de eventos o de sucesos, existen memorias que tienen que ver con el hábito, memorias espaciales. Esas memorias se procesan en diferentes áreas del cerebro. El hecho de que algún área del cerebro no funcione bien puede perjudicar algún tipo de memoria en particular.
–Claro, puede ser un caso de amnesia o la pérdida de la memoria a corto plazo.
–Sí. Por ejemplo, quienes tienen pérdida de la memoria a corto plazo, posiblemente tengan algún problema en el hipocampo, que es la región de nuestro cerebro encargada de formar la memoria de nuevos sucesos o eventos. Si el hipocampo no funciona correctamente, hay problemas para formar nuevas memorias. Sin embargo, hay memorias viejas que ya están guardadas en otras regiones del cerebro y que sí se pueden evocar, porque en esa instancia el hipocampo no hace falta.
–En la formación de memoria tiene que haber un código...
–Sí, del cual sabemos algo. Sabemos que hay determinadas regiones del cerebro que se tienen que encender para poder codificar un determinado aprendizaje, y dentro de esas regiones tiene que haber una red de contactos que estén actuando. Es posible también que contactos que estaban funcionales finalmente no lleguen a consolidar una memoria y que se reseteen...
–Oí decir que el sueño REM servía para desechar memorias.
–Y también para consolidarlas.
–Ahora... Yo me acuerdo del alfabeto, por ejemplo. La A se guarda por medio de sinapsis. ¿Cómo es eso? ¿La A en mi memoria es una conexión de neuronas hecha de alguna manera particular?
–Lo que pasa es que la A la tiene asociada a un montón de otras palabras, como por ejemplo “mamá”. Y, al mismo tiempo, la A no es sólo un sonido, sino que también se asocia a una forma particular. Entonces no sólo está guardando una sinapsis de una A, sino que se está guardando la misma información con distintas denominaciones.
–Pero, ¿cómo es ese código? ¿Es simplemente un conjunto de sinapsis de una determinada forma?
–Eso no lo podemos contestar.
–Porque si tengo un número finito de neuronas, la combinación es finita también.
–Claro que es finita, pero es realmente enorme la cantidad de combinaciones que se pueden hacer para unir neuronas. Las combinatorias de las sinapsis es inmensa.
–Y cuando se trabaja con animales que tienen menos neuronas... ¿Qué hacen?
–Hay que, primero, optimizar qué es lo que a ese animal le conviene aprender en el medio en el que vive. Hay que enseñarle cosas que al animal le interese aprender para sobrevivir. Es fascinante: uno puede ver, por ejemplo, cómo aprende una abeja, que tiene un cerebro pequeñísimo.
–¿De cuántas neuronas?
–No sé... Una lombriz, por ejemplo, tiene 250 neuronas.
–Y aun así, 250 factorial (o sea, la cantidad de combinaciones que pueden hacerse) es gigante. Me estoy dando cuenta de que yo nunca había pensado este tema en términos de factoriales sino en términos de cantidad de neuronas. Visto así, factorialmente, es inmensa la cantidad de combinaciones.
–Sí. La posibilidad de unión y de sinapsis es fabulosa. Pero si usted me pregunta cómo se representa la “A” en el cerebro, tengo que contestarle con toda honestidad que no tengo ni la menor idea.
–Pero hay, seguramente, una configuración de neuronas que representa la “A”.
–Posiblemente.
–Volvamos a los animales.
–Bueno. Todos pueden aprender cosas: una rata, un cangrejo, una mosca. El asunto es qué enseñarles.
–¿A una mosca qué se le puede enseñar?
–Por ejemplo, a asociar un olor determinado con un castigo, de modo tal que luego va a evitar ese olor. Son comportamientos asociativos básicos, pavlovianos. Así como aprendemos nosotros a no meter la mano en el enchufe porque nos da una descarga eléctrica, lo pueden aprender las ratas.
–¿Y con eso qué averiguan?
–Muchas cosas. Le cuento lo que estamos haciendo ahora. Para que una memoria se almacene por mucho tiempo, necesita que en las neuronas se almacenen proteínas, porque “apoyan” las sinapsis. Cuando aprendemos algo, se forman los contactos sinápticos que van a almacenar ese aporte, pero si esos contactos no reciben el apoyo de proteínas sintetizadas en las neuronas, finalmente pierden eficiencia. Esa memoria, entonces, no puede estar guardada por largo tiempo, y no se consolida. De alguna manera, las proteínas “sostienen” las sinapsis. Piense que cada aprendizaje deja su marca. Lo que nosotros proponemos es que cuando los animales aprendemos algo, colocamos una suerte de banderines en los lugares donde se van a necesitar proteínas para que los contactos sinápticos resulten fuertes.
–¿Quién decide qué hay que guardar y qué no hay que guardar?
–Si el aprendizaje es muy saliente y muy importante se le va a dar mayor prioridad.
–O sea que hay formas de jerarquizar.
–Si el aprendizaje es muy importante, el cerebro decide que lo va a guardar.
–¿Pero quién decide que lo va a guardar? ¿Hay un “yo” que haga eso? ¿Qué es el “yo”? ¿ ¿La neurociencia le da un lugar específico al yo?¿Una persona con Alzheimer conserva su yo?
–Es que la identidad del yo es el conjunto de todas las memorias que forma en su vida. Por eso cada uno es individual e independiente. Cada uno tiene su propia identidad en función de lo que experimenta, de lo que recuerda, de lo que hace. Justamente la gente que tiene Alzheimer pierde su vida, sus recuerdos.
–No sabe quién es...
–Claro.
–¿Y qué parte tienen lesionada los que padecen de Alzheimer?
–El hipocampo, y las cortezas calculo que también. Es una enfermedad que ataca muchas áreas distintas del cerebro.
–¿Se podría decir que una persona con Alzheimer avanzado no tiene un yo?
–Yo no lo diría.
–¿Y por qué?
–Porque el yo, creo, es una síntesis de muchísimas cosas; no alcanza con dañar un lugar específico para que desaparezca. Para mí el yo es algo más. Fíjese, por ejemplo, que la persona que tiene Alzheimer por ahí no se acuerda de sus seres queridos, pero sí conserva la memoria de cómo caminar.
–Y un gato... ¿sabe que él es él?
–No, porque no tiene conciencia.
–¿Y usted cómo lo sabe?
–Bueno, ése es el cutting edge de la ciencia en este momento: tratar de ver si los animales tienen conciencia. Y es algo muy complicado, porque uno suele ver esto desde una perspectiva antropológica (como es obvio) e interpreta comportamientos animales como si fueran humanos.
–Lo que pasa, además, es que no sabemos ni siquiera lo que es la conciencia humana.
–No.