POr Diego Golombek

Laboratorio animado (II): del sueño y los cabezasos

Seguimos develando el lado oculto de muchos relatos infantiles. Como se demuestra a continuacuón, el mundo de Disney tiene mucho que enseñarnos acerca del insómnio, el sonambulismo y otras delicias de la vida onírica.

Fuente: La Nación

Por Diego Golombek

Continuamos nuestra búsqueda de la ciencia en los rincones más insospechados y supuestamente inocentes, esos dirigidos a los niños y al futuro de la humanidad. Escondidos como las famosas propagandas subliminales, los mensajes de la ciencia nos acechan desde los dibujitos animados, manipulados inescrupulosamente por los cerebros superiores que dominarán al mundo.

Consideremos al fenómeno del sueño, conocido ya en la antigüedad como hermano de la muerte: según esta concepción, dormir es morir un poco, al menos hasta el dulce despertar. Está bien: esto no tiene nada de cierto, por el contrario, dormir es un proceso tremendamente activo que requiere que se enciendan zonas específicas del cerebro. Pero pregúntenle a cualquiera si tiene algún problema de salud y seguro van a decir algo sobre su dormir (de hecho, en las encuestas, alrededor de un 20% de la población manifiesta tener algún tipo de insomnio, y eso es mucho). Y si algo es tan común, seguro que se cuela en la cultura popular: si no, pregúntenle a Don Quijote, luchando con gigantes mientras dormía (y despertando rodeado de sacos de vino pinchados por su espada), o a Dickens que inventó un personaje que roncaba en todos lados y dio lugar al llamado Síndrome de Pickwick.

Pero vayamos a los bifes: los dibujitos de Disney. Casi no pasa historia sin que haya algún trastorno grave del sueño: piensen en las hipersomnes Bella Durmiente y Blancanieves, o en Mickey haciendo de aprendiz de hechicero. Así, en la Revista de Medicina del Sueño se publicó un artículo que analiza la presencia de trastornos del sueño (en particular los relacionados con la etapa en que soñamos, llamada MOR o REM, por aquello de movimientos oculares rápidos: vayan rápido, busquen a algún dormido y mírenle los ojos; cuando se esté moviendo mucho, despiértenlo. Además de ligarse algún insulto, seguramente les contarán qué estaba soñando) en 46 películas y 500 cortos del bueno de Walt. Había pesadillas, sonambulismo, convulsiones nocturnas, ronquidos, somnolencia diurna, insomnio y otros trastornos dignos de cualquier libro de medicina del sueño.

Si bien nosotros no actuamos los sueños porque estamos paralizados, en ciertas condiciones sí hay una actuación onírica, y eso fue lo que encontraron en 4 perros disneyanos: los que aparecen en Cenicienta, La dama y el vagabundo, El zorro y el sabueso y un corto sobre Pluto. Por ejemplo, en Cenicienta, el perro Bruno (amigote de la protagonista) vive peleándose con el gato Lucifer. Y parece que esta pelea continúa en los sueños de Bruno, que se mueve a lo loco mientras duerme. Aclaremos que esta película es de 1950, unos años antes de que se definiera formalmente el estadio de los sueños y mucho antes de que se diagnosticara el trastorno de actuar los sueños. No por nada Walt habrá dicho que "a veces podemos reconocernos en los animales. Eso es lo que los hace tan interesantes".

El ratón Mickey, por su parte, es un experto en pesadillas (hay un corto de 1932 que se llama, justamente, La pesadilla de Mickey). En alguna tiene múltiples hijos ratoncitos que destruyen la casa, o en otra secuestran a Pluto (de paso, un perrito propenso al sonambulismo, al igual que el pato Donald). Y ni hablar de los 7 enanos: Dormilón con su somnolencia diurna a cuestas, Tontín que seguramente sufría de convulsiones nocturnas, y todos, salvo Gruñón, grandes roncadores sugiriendo poseer algún tipo de trastorno respiratorio.

Asimismo, en todo buen dibujo animado no faltan los buenos tortazos; así, no es sueño todo lo que reluce en los entrañables personajes. Para demostrarlo, un sesudo trabajo (con tres autores canadienses, uno de la Facultad de Medicina en Quebec, otro alumno de primer grado y el tercero de jardín de infantes, los tres con el mismo apellido) investiga los numerosos casos de neurotrauma sufridos por el joven periodista Tintín, con y sin pérdida de conciencia: heridas de bala, golpes de puño, botellazos, accidentes de auto, barco o avión, envenenamiento y otros. Se encontraron 50 episodios de pérdida de conciencia, con 46 traumatismos craneanos de grado 3 entre ellos. El tiempo promedio de desmayo fue de 7,5 cuadritos. Los autores van más allá: relacionan esta accidentada historia con la notable falta de crecimiento del protagonista, y llegan a la conclusión de que el neurotrauma repetitivo ha causado una deficiencia en la hormona de crecimiento (lo que explicaría su corta estatura aun a 80 años de su creación) y también hipogonadismo (tal vez relacionado con su pubertad retrasada y su falta de interés en el sexo). Una hipótesis que sin duda merece ser investigada a fondo.

Se sabe: la ciencia es una mirada racional sobre lo que nos pasa, lo que sentimos y sobre el mundo que nos rodea. No quiere decir que no pueda ser divertida. Y si no, andá a cantarle al pato Donald.