Las personas que durante toda su vida han sido propensas a la soledad pueden probablemente culpar, al menos en parte, a sus genes, sugiere un análisis de gran tamaño.
El hallazgo proviene de un estudio en que participaron 11,000 hombres y mujeres de a partir de 50 años de edad. Todos participaban en un estudio del Instituto Nacional sobre el Envejecimiento de EE. UU. dedicado a temas relacionados con la salud, la jubilación y el envejecimiento.
Para enfocarse en la soledad a lo largo de toda la vida, en lugar de los episodios momentáneos de soledad, primero se hizo a los participantes tres preguntas básicas: ¿Con qué frecuencia le hace falta compañía? ¿Con qué frecuencia se siente excluido? ¿Con qué frecuencia se siente aislado de los demás?
Entonces, el equipo de investigación examinó la genética de cada encuestado.
Los investigadores afirmaron que concluyeron que entre un 14 y un 27 por ciento del origen de la tendencia a la soledad a lo largo de la vida puede achacarse a rasgos heredados.
"De dos personas con la misma cantidad de amigos y familiares cercanos, una podría considerar su estructura social como adecuada y otra no", comentó en un comunicado de prensa de la Universidad de California en San Diego (UCSD) el autor del estudio, Abraham Palmer.
"Y eso es lo que queremos decir con 'predisposición genética a la soledad'", añadió Palmer, profesor de psiquiatría y vicepresidente de investigación básica de la Facultad de Medicina de la UCSD.
El equipo de investigación dijo que también observó que sentirse solo tiende a ir de la mano con ser crónicamente neurótico y con la depresión.
Pero los investigadores anotaron que los hallazgos sugieren que la soledad crónica se ve impulsada más por el ambiente de la personas que por la naturaleza, dado que los genes solo parecen explicar alrededor de una cuarta parte o menos del sentimiento de soledad crónica.
Y está por ver si los investigadores pueden en realidad determinar un predictor genético específico de la soledad crónica, un esfuerzo que ya se está llevando a cabo.
El estudio, financiado en parte por los Institutos Nacionales de la Salud de EE. UU., aparece en una edición reciente de la revista Neuropsychopharmacology.
FUENTE: University of California, San Diego