O frati”, dissi "che per cento milia
perigli siete giunti a l’occidente,
a questa tanto picciola vigilia
d’i nostri sensi ch’è del rimanente,
non vogliate negar l’esperienza,
di retro al sol, del mondo sanza gente.
Considerate la vostra semenza:
fatti non foste a viver come bruti,
ma per seguir virtute e canoscenza”
INFERNO Canto XXVI[1]
El Renacimiento constituye el pináculo artístico-cultural del humanismo en el cual la fuerza creativa de la persona humana se intensifica sobremanera al punto que el clasicismo con su veta artística y filosófica se instala como un Modus vivendi. Imitar la antigüedad clásica implicará rescatar y aun perfeccionar aquel talante espiritual y diligente, mismo la armonía entre instinto y razón.
El Renacimiento contó con descollantes estadistas, a la par de intelectuales y artistas que en su conjunto seguimos rememorando dada la proyección que tuvieron sobre el pensamiento, el gusto y las costumbres. No caben dudas que la nave insignia de aquel movimiento fue timoneada por Florencia. El Síndrome de Stendhal que el escritor francés experimentó al visitar la Basílica de Santa Croce nos exime de ulteriores comentarios.
La sola mención de dicha ciudad nos retrotrae inmediatamente a una estirpe de magnificentes por antonomasia, cuya morada es una prueba palmaria de tal afirmación. En el interior del Palacio Medici, adyacente al patio central se encuentra la Capilla de los Magos; finalizada a mediados del siglo XV, la misma exhibe unos frescos de intensos colores y pan de oro que prácticamente hipnotiza al visitante. Los Medici eran una familia florentina de banqueros ricos y poderosos, que llegaron a ser los gobernantes de Florencia desde buena parte del siglo XV hasta comienzos del XVIII. En su exterior el Palacio tenía una apariencia austera atento a los ánimos republicanos de la época y la consecuente prudencia para evitar irritantes ostentaciones. Pero por dentro, su esplendor era patente. Los Medici habían obtenido el permiso del Papa Martín V en 1442 para ese espacio de culto privado; donde el grueso de la decoración de la capilla estuvo supervisado por el hijo de Cosimo, Piero “el gotoso” quien había pasado a ser capofamiglia tras la muerte de su padre en 1464. Para su ornamentación convocaron al pintor Benozzo Gozzoli, discípulo de Fra Angelico, aunque Piero también había encargado un retablo a Fra Filippo Lippi “La Adoración en el Bosque”.
Los frescos de Benozzo Gozzoli, cubren cada pared de la capilla y fueron pintados durante 1459 en el lapso de unos 5 meses. El tema se focaliza en la visita de los tres reyes magos al niño Jesús llevándole oro, incienso y mirra con un detalle muy minucioso de la comitiva en la cual pueden advertirse a varios de los señores de casa; a la par de una serie de Ilustres humanistas del momento, e importantes miembros de instituciones florentinas. El rey más anciano, Melchor, está acompañado entre otros por el joven Giuliano de Medici. La procesión se continúa con Baltasar, barbado y de piel algo más oscura, seguido de Gaspar en la persona del joven Lorenzo (il magnifico); en tanto que el segundo venía a representar a Juan VIII el Paleólogo.
Razones no faltaban. Juan VIII Paleólogo (1392-1448), llegó a ser en 1425 emperador bizantino al suceder en el trono a su padre Manuel II. En busca de ayuda ante el acecho de los otomanos, mantuvo un encuentro con el Papa en el cual se acordó la unión de las iglesias griega y romana, que luego sería ratificada en Florencia en 1439.
Un par de años antes, específicamente en septiembre de 1437, el Papa Eugenio IV, había conseguido que la mayoría de los participantes del Concilio de Basilea pasaran a Ferrara, donde también intervendrían delegados de las Iglesias orientales. Juan VIII emprendió rumbo a Italia hacia fines de noviembre acompañado de una comitiva de autoridades eclesiales de Constantinopla, Alejandría, Antioquía, Jerusalén, Éfeso, Rodas, Trebisonda, Rusia, Bulgaria, Georgia y Nicea en la persona de Bessarion, quien luego tendría un protagonismo fundamental en los sucesos que nos ocupan. La delegación de unos 700 religiosos y eruditos arribó a Venecia en febrero de 1438 y al mes siguiente ya estaba instalada en Ferrara.
Las tratativas respecto de la reunificación arrancaron el 8 de octubre de 1438; pero en enero del año siguiente el cuerpo deliberativo debió trasladarse a Florencia a raíz de un brote de peste en la ciudad romagnola. Seis meses después en la Catedral de Santa María del Fiore, que dos años antes había estrenado la cúpula de Brunelleschi, se leyó el documento de la mentada Unión.
La delegación bizantina regresó a Constantinopla en enero de 1440, y muy poco después empezaron a oírse las disonancias en torno al pretendido acuerdo eclesial que derivó en una rompimiento del mismo. Preso del desencanto Bessarion retornó a Italia en diciembre de aquel año.
El clérigo había nacido en Trebisonda, hoy Turquía entre 1399/1408, y fue bautizado con el nombre de Basilio. Siendo joven marchó a Bizancio para cursar estudios y convertirse en monje en 1423 adoptando el nombre de Bessarion. Estuvo al servicio del emperador Juan VIII y a raíz de su nombramiento en 1437 como metropolitano de Nicea (de ahí el epíteto de cardenal Niceno), fue miembro de la delegación griega al ya mencionado Concilio.
En su período italiano Bessarion llegó a ser uno de los integrantes más prestigiosos de la Curia romana. Se ocupó especialmente de las abadías de rito griego, como las de Calabria y Messina en tanto que 1458 fue designado protector de la Orden Franciscana. Sus actividades cardenalicias se combinaron con labores académicas, en paralelo al mecenazgo de un círculo de intelectuales muchos de ellos emigrados griegos. Hombres como Teodoro Gaza, Nicolás Perotti y durante un breve periodo incluso el futuro contendiente Jorge de Trebisonda formaron parte de su séquito.
Producida la caída de Constantinopla en 1453, Bessarion advirtió la necesidad de salvar el patrimonio cultural griego, desde un plano tanto intelectual como político. Su propósito fundamental consistía en rescatar textos hasta entonces desconocidos en la cristiandad occidental. Como un gran coleccionista que era, Bessarion reunió una biblioteca tendiente a evitar la pérdida de esas preciosidades, producto del trabajo y estudio de eximias mentes. Lúcidamente intuyó que Venecia podría ser un refugio seguro para ellos y donó su colección de códices griegos y latinos a la Serenísima, que se convirtió en el núcleo de lo que hoy constituye la Biblioteca Nazionale Marciana o de San Marcos, el santo patrono de la ciudad.
Desde la veta política cabe destacar una misión encomendada por el papa Sixto IV en 1472 para que se entrevistara con Luis XI de Francia a fin de delinear un proyecto tendiente a liberar Constantinopla. El propósito no llegó a buen puerto, y Bessarion ya diezmado en su resistencia física falleció a poco de entrar en Italia, específicamente Rávena. Sus restos fueron trasladados a Roma en diciembre del mismo año, y reposan en la Basílica de los Santos Apóstoles.
El prelado fue en gran medida el responsable del regreso de Platón al mundo occidental en parte por defender la reputación del filósofo ante los ataques de los aristotélicos. Bessarion introdujo lecturas cristianizadas de los diálogos Platónicos, que resultaron bien apropiadas para la teología de aquel entonces. La notoriedad de Bessarion como platónico desdibujó un tanto su veta aristotélica reconocida unos siglos después de su deceso, cuando su traducción de la Metafísica fue celebrada y reimpresa varias veces, mismo el Corpus Aristotelicum.
Con la ayuda de varios miembros de su círculo, Bessarion produjo en el transcurso de unos diez años su obra maestra: In calumniatorem Platonis (Contra el calumniador de Platón, su otrora discípulo Jorge de Trebisonda). Atento a que una obra escrita en griego no habría alcanzado el impacto propuesto, Bessarion recurrió a Niccolò Perotti, secretario y experto latinista para su traducción a la lingua franca.
Si bien Bessarion alternó entre realizar una apología de Platón y una comparación entre este y Aristóteles; en líneas generales su In calumniatorem lo llevó a ser percibido mayormente como un panegirista del primero de los filósofos, con lo cual terminó siendo un blanco de la reacción antiplatónica liderada por los jesuitas a la vuelta del siglo. Como contraparte, los franciscanos y los agustinos simpatizaron mucho con el cardenal no escatimando elogios hacia él y su In calumniatorem. Bessarion también tuvo influencias dentro de las universidades, su visión sobre Aristóteles como un filósofo natural proporcionó a los profesores peripatéticos argumentos acerca de las interpretaciones metafísicas del estagirita.
Como si se tratase de una moneda y sus dos caras, es claro que desde la veta meramente religiosa los objetivos del concilio cayeron en sacos rotos. Cada una de las iglesias siguieron por su lado y el 29 de mayo de 1453 Bizancio, cayó en manos de los turcos, tomando el nombre de Estambul y Santa Sofía transformada en una mezquita. Empero, existió una faceta a todas luces favorable: unos cuantos sabios de Bizancio portadores del precioso acervo de la antigüedad griega, que Occidente había perdido de vista, fueron sabiamente acogidos por Italia. El magnífico legado político y espiritual de Bessarion, a ese “primo rinascimento” es una prueba indiscutible
En este momento de la historia, en que el sostenimiento de una propuesta se vuelve factible en tanto exista una substanciosa monetización, los hechos reseñados dan cuenta que existen otros estándares igualmente de peso. Las artes y el conocimiento tienen un valor intrínseco que los autojustifica y consecuentemente no deben caer en el baúl de los trastos infructuosos. Quienes ocupan los sitios poder y toma de decisiones han de comprender que si todo pasa por el mezquino cedazo de la renta colindante, tarde o temprano se resentirá la base de sustentación de una sociedad, que a juzgar por la perorata se precia de ser progresista.
Bien por los modernos que supieron visualizar y sortear estos enredos.
[1] “¡Oh, hermanos”, dije, “que por cien mil peligros habéis llegado a occidente, de esta tan pequeña vigilia de nuestros sentidos remanente no queráis negaros la experiencia, siguiendo al Sol, hacia el mundo sin gente. Considerad vuestra simiente: hechos no fuisteis para vivir como brutos, sino para perseguir virtud y conocimiento”.
Autor: Dr. Oscar Bottasso. |
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Médico, investigador superior del CONICET y del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
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*IntraMed agradece al Dr. Oscar Bottasso su generosa colaboración.