“No es necesario que los pacientes te admiren. Aunque es muy recomendable que te quieran” DF.
El Día del Médico, en América, fue decretado en 1933, en el Congreso Médico reunido en Dallas, Texas, e instituido en homenaje al nacimiento del médico Carlos Juan Finlay y Barrés (Camagüey, Capitanía General de Cuba, España, 3 de diciembre de 1833 – La Habana, Cuba, 19 de agosto de 1915).
Finlay fue el más profundo, talentoso e intenso investigador de la fiebre amarilla, y por sus análisis y estudios llegó a la conclusión de que la transmisión de la enfermedad se realizaba por un agente intermediario. Existe una anécdota que dice que, estando una noche rezando el rosario, le llamó la atención un mosquito zumbando a su alrededor. Entonces fue cuando decidió investigar a los mosquitos.
Con los medios aportados por la comisión mixta hispanoestadounidense, fue capaz de identificar al mosquito Aedes aegypti como el agente transmisor de la enfermedad. Sus estudios lo llevaron a entender que era la hembra fecundada de esta especie la que transmitía la fiebre amarilla.
En 1881 fue a Washington DC como representante del gobierno colonial ante la Conferencia Sanitaria Internacional, donde presentó por primera vez su teoría de la transmisión de la fiebre amarilla por un agente intermediario, el mosquito. Su hipótesis fue recibida con frialdad y casi total escepticismo. Solo fue divulgada por una modesta revista médica de New Orleans a través del Dr. Rudolph Matas, recién graduado en medicina, quien había participado en la comisión mixta hispanonorteamericana en calidad de intérprete, por ser hijo de españoles.
De regreso a Cuba, en junio de 1881, realizó experimentos con voluntarios y no solo comprobó su hipótesis, sino que descubrió también que el individuo picado una vez por un mosquito infectado, quedaba inmunizado contra futuros ataques de la enfermedad. De ahí nació el suero contra la fiebre amarilla. En agosto de ese mismo año presentó ante la Academia de Ciencias Médicas de La Habana su trabajo de investigación fundamental: ‘El mosquito hipotéticamente considerado como agente transmisor de la fiebre amarilla’, en el que describía los detalles, las características y los hábitos del mosquito y anunciaba la trascendente experiencia del contagio en personas: “Cinco casos en los cuales, por una sola picadura de mosquito, se reprodujo la enfermedad”, decía.
Tras la lectura de Finlay hubo silencio total en el auditorio, y los académicos se retiraron uno a uno. Y hubo que esperar 19 años para que la IV Comisión Americana para el Estudio de la Fiebre Amarilla (integrada por Reed, Carroll, Agramonte y Lazear) se dispusiera a comprobar si la teoría de Finlay era cierta. En 1901, la comisión confirmó y amplió las ideas de Finlay, que dieron las bases para la prevención por medio de la lucha contra los mosquitos, dejando atrás la idea de que el mal se transmitía por la ropa o por los objetos que hubieran estado en contacto con los enfermos.
El Dr. William Crawford Gorgas, médico militar que había tratado, sin conseguirlo, de erradicar la fiebre amarilla en Santiago de Cuba, fue nombrado Jefe Superior de Sanidad en La Habana en diciembre de 1898. A iniciativa de Finlay creó una Comisión Cubana de la Fiebre Amarilla que, siguiendo las indicaciones del médico cubano, combatió al mosquito y aisló a los enfermos. En sólo siete meses había desaparecido la terrible enfermedad de Cuba.
Gorgas fue finalmente enviado a sanear el Istmo de Panamá a fin de poder completar la construcción del canal; allí aplicó los mismos principios indicados por Finlay, lo cual permitió terminar esta gran obra de ingeniería. Una placa en el propio Canal de Panamá reconoce la contribución de Finlay en el éxito de esta obra.
La importancia del descubrimiento de Finlay radica en que se trata de la primera infección humana en que se demostró la intervención causal de un virus y la transmisión de éste por la picadura de un insecto.
En Argentina se festeja este día por iniciativa del Colegio Médico de Córdoba, avalada por la Confederación Médica Argentina, y oficializada por decreto del Gobierno en 1956.
Desde Intramed felicitamos a todos los colegas que honran la profesión y los invitamos a leer un hermoso relato del Dr. Carlos Presman.
“CUARENTA AÑOS DE VIDA MÉDICA” |
El martes 3 de diciembre se celebrará el día del médico. Con los años, y los cambios que sufrió la profesión, este festejo adquiere diferentes formas acompañando las condiciones sociales del medio donde ejercemos. Este 2024 cumplimos 40 años de profesión quienes egresamos de la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina. Cursamos durante los años de la dictadura, tras un riguroso examen de ingreso y en la carrera nos iniciamos a la vida democrática que regresaba en 1983. Cada diez años nos juntamos a festejar nuestra recibida de médicos y esta década no fue la excepción. En esta oportunidad más de un centenar de médicos celebramos un fin de semana en un hotel de las sierras cordobesas. Un colega propuso plantar 40 árboles nativos en la comuna más cercana y así lo hicimos. Fue una ceremonia conmovedora, sembrar vida para creer en un futuro donde sigamos cuidando la vida: toda vida. Después compartimos este texto que de alguna manera intenta acercarse al espíritu de nuestro oficio.
Feliz día a todos los colegas.
“TACHAME LA DOBLE” |
La generala es un juego de azar. Se juega con cinco dados y con un cubilete; el número de jugadores óptimo es de tres.
https://es.wikipedia.org/wiki/Generala.
Si lo que quieres es vivir cien años
vacúnate contra el azar.
“Pastillas para no soñar”. Joaquín Sabina.
Hicimos la carrera juntos, allí se fundó nuestra amistad. Héctor es traumatólogo, Cristian cirujano y yo clínico. Nos une un afecto histórico, de compartir ideas médicas, el amor por la literatura, los vinos y el salame de la Colonia.
Cristian vive hace unos años en Avignon, la ciudad del puente, y cada tanto viene a visitar a sus padres. Su paso por Córdoba es la excusa para juntarnos a cenar, repasar la vida de cada uno y el ejercicio profesional.
Este año cumplimos cuarenta del egreso. No nos vemos envejecer pero si cambiar, es notable como los pensamientos y los sentimientos atraviesan el tiempo. Cada encuentro resulta idéntico al de aquellos en el bar del Hospital Nacional de Clínicas cuando éramos estudiantes. Coincidimos en que la medicina, nuestra vida, tiene tres formas de abordar y explicar sus diagnósticos: la ciencia, la religión y el azar. Nada escapa a estas lecturas.
Los tres tenemos una consistente formación académica que prioriza las evidencias y los trabajos de investigación. No negamos la religiosidad en el acto médico, sobre todo en la proximidad de la muerte, pero no forma parte de nuestras conductas profesionales. La medicina es la más científica de las humanidades y la más humana de las ciencias. Sabemos que atender un paciente no es hacer ciencia, es utilizar lo que la ciencia construyó sobre verdades en favor del paciente. Vamos desde la biología a la biografía. Digamos pretensiosamente que somos devotos de la ciencia, respetuosos de la religión y esquivos frente al azar, ese maldito.
Revivir la residencia, la práctica de años atendiendo pacientes y experiencias personales invita a visitar nuestro pensamiento. La ciencia y la religión son las menos conflictivas. Los tres somos agnósticos, que es como decir ateos pero adentro del placar. Tratamos de explicarnos la existencia desde la razón. Respetamos la creencia en Dios pero carecemos de la misma. El azar, por definición, se nos escapa de la cabeza.
La amistad es el ámbito donde compartimos nuestros pesares y nuestras tragedias. De estos amigos colegas, con sus historias de vida, aprendo sobre el pudor y la dignidad en el dolor. El infortunio, a veces, te atraviesa, te lacera y te deja en la entrada de un callejón sin salida. El maldito azar; el que se escapa a toda explicación científica, y cuando llevas centenas de noches sin dormir recorriendo ida y vuelta ese callejón sin salida… Decidís seguir el camino de la vida. Vaya a saber por qué. Llevamos demasiada enfermedad y muerte en el cuerpo. Hemos sido testigos y protagonistas de la visceralidad desgarradora del sufrimiento. Son cuarenta años ejerciendo de médicos.
El 20 de julio pasado decidimos pasar juntos el día del amigo. Los tres solos, nos conocemos y sabemos los códigos para compartir una celebración en donde a los recuerdos los transformamos en buenos recuerdos. La sana memoria.
Fue en la casa de Héctor, el menú estaba cantado: salame, jamón serrano, queso pategrás, de cabra y sardo. Vinos de alta gama (regalos de pacientes) y de postre dulce de cayote con un queso brie que trae Cristian de Francia.
Llenamos por tercera o cuarta vez las copas para brindar por el día del amigo; fue en ese instante que percibimos la ausencia de reproches respecto del menú hipercalórico y salado, no estaban las respectivas esposas. Mientras las copas chocaban, los tres nos confesamos que debíamos cuidarnos por nuestra salud. Cristian exclamó: ¡Voilà, los tres somos hipertensos! En el brindis se hizo un breve silencio incómodo. Héctor agregó: ¡Oui, y encima con sobrepeso! El silencio se volvió culposo y los dos me dirigieron la mirada inquisidora. Soy el clínico de sus familias y el divulgador de hábitos saludables. Tenía la última palabra. En ese segundo, no sé de dónde me salió, pero brindé diciendo: ¡Tachame la doble generala!
Nos reímos con la frescura que lo hacíamos en la época de estudiantes. La frase quedó flotando en el aire y tiñó todo el festejo de un espíritu que trataré de poner en palabras.
Si la vida tiene algo del juego de dados La Generala, nosotros elegimos tacharnos la doble. Si se quiere, una metáfora de lo que ya no seremos o lo que no podremos hacer; una opción con alegría. Nos reímos. Ya no competimos más por ver quién ostenta los mayores logros académicos o mejor progreso económico. En fin, ver quién la tiene más larga…
Y si sacamos cuatro dados con el tres, lo más probable que elijamos doce al tres y no anotemos el póker. Me atrevo a arriesgar que pondríamos hasta ocho al dos y sin molestarnos tacharíamos el póker e incluso la escalera si no nos sale servida.
Recuperamos, pasados los sesenta años, el sentido lúdico de la existencia. Volvemos a jugar como cuando éramos chicos, estudiantes, sin cálculos ni especulaciones. En realidad celebramos que podemos seguir jugando y con la libertad de elegir.
Nos guardamos en el alma, encaprichada, la quimera de la generala. Recuperamos el placer de estar vivos, y si a uno o a alguno de mis entrañables amigos médicos el azar de los dados le regala una generala brindaremos. Y brindaremos con igual alegría, la suerte de uno o del otro, y nos diremos salud, feliz día.
Dr. Carlos Presman |
Nació en Córdoba Capital en 1961. Es médico clínico y docente universitario del Hospital Nacional de Clínicas, titular de la cátedra de Smiología. Colabora en medios gráficos, radiales y televisivos en temas de salud. Fue uno de los realizadores del programa radial de humor Los Galenos, que se emitió por radio Universidad (Premio Martín Fierro 1996). Fue columnista del noticiero televisivo Teleocho Noticias y colabora periódicamente en el diario La Voz del Interior. Como escritor publicó la novela Ni vivo ni muerto (Ediciones del Boulevard) que fuera traducida al alemán. Participó de la antología de cuentos Cuarto Oscuro (editorial Raíz de Dos) y es columnista de la revista La Recta. Se confiesa aficionado a las caminatas, bicicleta de montaña y pesca de truchas en las sierras de Córdoba. Presman es autor de los libros "Letra de médico I y II" , la novela "Ni vivo ni muerto" y "Vivir 100 años".