En los más pequeños

Ecuador: preocupa la desnutrición infantil crónica

Según Unicef, la sufren más del 20% de los menores de 2 años. Afirman que es uno de los mayores problemas de salud pública en el país.

Fuente: Unicef/ EFE

Según datos recientemente publicados de la Encuesta Nacional sobre Desnutrición Infantil, 2023, la  desnutrición crónica infantil afecta actualmente al 20,1% de los niños menores de 2 años en Ecuador, y era considerada, todavía a junio de este año, uno de los principales problemas de salud pública del país.

Entre 1993 y 2021 Ecuador desarrolló alrededor de 12 programas relacionados con salud y nutrición, y la curva se redujo, desde 2014, en casi cuatro puntos. Pero la situación sigue siendo la segunda más grave de Latinoamérica, sólo por detrás de la de Guatemala.

En este sentido, el director global de Nutrición y Desarrollo Infantil de Unicef, el español Víctor Aguayo,  advirtió que no es suficiente “diseñar políticas y programas buenos”. “Se necesita asegurar que lleguen al medio rural, a las comunidades indígenas, y a los niños y a las familias más desfavorecidas”. En efecto, estos  son los sectores de la población más expuestos, ya que tres de cada 10 niños viven esta realidad en Ecuador.

Para entender la dimensión de la problemática, es importante tener en cuenta que se trata de una situación multicausal: la generan una alimentación inadecuada o insuficiente y las enfermedades continuas durante los primeros dos años de vida, además de otras carencias como escasez de agua potable, mañas condiciones de saneamiento e higiene, y dificultades de acceso a los servicios de salud.

En ese marco, Aguayo destacó que una vez que el retraso en el crecimiento es diagnosticado, no hay marcha atrás. “Por eso es clave tomar medidas en los primeros 1.000 días, cuando sus cerebros y sus cuerpos deberían crecer a un ritmo prácticamente exponencial”, señaló y recordó que para un crecimiento sano son fundamentales la lactancia materna durante los primeros seis meses, y el aporte de nutrientes esenciales a partir del sexto mes.

Como se sabe, quienes atraviesan los dos primeros años de su vida con desnutrición crónica suelen tener problemas de aprendizaje en la edad escolar; sobrepeso y obesidad; enfermedades no transmisibles como hipertensión o diabetes en la vida adulta, y dificultades para insertarse en el mercado laboral.

Pero además de afectar a las personas que la padecen, la desnutrición tiene un fuerte impacto en el desarrollo económico y social de los países. Concretamente, en Ecuador los gastos asociados a la malnutrición —como salud, educación y pérdida de productividad— representan el 4,3% del producto interno bruto (PIB).

En contramano

Aguayo sostuvo que la región de América Latina es la que más ha avanzado en la erradicación de la mala alimentación, pero que Ecuador es la excepción. Y  señaló: “estos niños nacen de mujeres que  también fueron víctimas de desnutrición crónica en su infancia, lo que evidencia la reproducción de la pobreza a lo largo de las generaciones”. Por ese motivo, instó al Gobierno a garantizar la “sostenibilidad” de sus proyectos y a fortalecer su trabajo en tres ejes fundamentales: prevención, priorización de las comunidades más vulnerables y apuesta por un enfoque multisectorial. Esto implica no solo con mejorar la alimentación de los niños y niñas de Ecuador, sino también “asegurar el acceso a los servicios de nutrición y salud, que el agua y el saneamiento estén disponibles y que haya servicios de protección social para las mujeres y niños más vulnerables”. “Si todo esto está en su sitio, salir de la desnutrición crónica no es ni una posibilidad”, advirtió.

El agua

Pero no se trata sólo de nutrientes: si no hay agua limpia y segura, las personas son mucho más vulnerables a sufrir enfermedades gastrointestinales o u otras relacionadas con la bacterias que contaminan el agua.  Y si estas enfermedades son recurrentes, impactan considerablemente en el peso y en la  talla de los niños hasta provocar, o al menos influir, en la desnutrición crónica. Y entonces las posibilidades de una buena calidad de vida se desploman en efecto dominó: su desarrollo cognitivo es más lento, lo que afecta a su aprendizaje, y eso no les permite desarrollar habilidades suficientes para competir laboralmente en el futuro y mejorar su calidad de vida.