El médico como paciente

Carta póstuma de una doctora con cáncer

El testimonio de África Sendino revela cómo la enfermedad cambió su actitud. La revista 'Medicina Clínica' recoge sus reflexiones después de su muerte.

(Ilustración: Puño) MARÍA SÁNCHEZ-MONGE

Un médico que ha sufrido una enfermedad grave suele reanudar su actividad profesional con una actitud más empática hacia sus pacientes, ya que ha podido conocer de primera mano sus necesidades. La especialista en medicina interna del Hospital La Paz de Madrid África Sendino (1960-2008) llevó esta transformación hasta sus últimas consecuencias.

Optó, nada más saber que padecía un cáncer de mama, por sacar el máximo provecho a su nueva situación. Así lo explica en una carta que acaba de publicar póstumamente en la revista "Medicina Clínica". "La primera sensación que tuve al conocer el diagnóstico fue que la vida acababa de inscribirme en un curso práctico de enfermedad", narraba la doctora. "Vi enseguida que esto podía aceptarlo como una circunstancia adversa y hasta cierto punto mutilante o, por el contrario, como ocasión inmensa de aprendizaje. Espontáneamente me surgió este último propósito: aprender, para volver a mi práctica asistencial enriquecida. Y así ha sido", aseveraba.

Poco antes de morir, encargó a su amigo José Ramón Banegas, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, que revisase el manuscrito que había redactado y lo publicase en una revista adecuada. Quería compartir su experiencia con todos sus compañeros.

La doctora África Sendino falleció en Madrid en julio de 2008. Tal y como relata en su escrito póstumo, titulado "El doctor como paciente", la enfermedad la visitó siete años antes y se quedó a "''convivir" con ella. Al principio, nada hacía presagiar que su caso no fuese como el de tantas otras mujeres que salen adelante después de un trance similar.

"Tras el inicio de un cáncer de mama y la realización del tratamiento correspondiente, pude retomar mi actividad como internista en uno de los grandes hospitales del sistema público de salud de Madrid", cuenta la doctora Sendino. Sin embargo, el periodo de calma no duró demasiado: "Después de tres años y medio de ausencia de enfermedad activa, con desarrollo de vida completamente normal, presenté una recaída con enfermedad metastásica diseminada, que ha implicado durante ya varios años, de forma consecutiva o simultánea, afectación pulmonar, hepática, ósea y cerebral".

Un máster en enfermedad

Si tras el diagnóstico inicial de la patología no se derrumbó, tampoco lo hizo cuando supo que ésta se había extendido. Afrontó con serenidad lo que el futuro podía depararle: "Con lo dolorosa que había sido la comprobación del fracaso del tratamiento para erradicarla, ya no me esperaban tantas novedades. Sí una muy relevante: que la perspectiva de curso mortal se presenta ya como una invitada a la fiesta".

El máster de enfermedad que cursó la llevó a contemplar la medicina desde ópticas distintas a las que había conocido hasta entonces. Por un lado, era consciente de la cantidad de recursos que le reportaba su condición de médico, pero esta ventaja quedaba ensombrecida por el conocimiento de "lo vulnerable que es un curso clínico".

Cuando comenzó a someterse a pruebas diagnósticas, comprobó el "tacto metálico" que tenían todos los aparatos. "Y lo que, como persona y herida por la enfermedad, necesitas es tacto humano. Como consecuencia de esto, empiezas a valorar el valor de la mirada de los sanitarios que te atienden", escribió la internista.

Trato acogedor

Su nueva mirada de la medicina también le llevó a apreciar más la palabra compasión, que era para ella "un sentimiento de inmenso valor". Sendino descubrió las consecuencias prácticas de la recuperación de dicho concepto: "Las primeras impresiones que estoy relatando me han permitido apreciar el valor terapéutico que tiene sentir que interesas al médico, comprobarlo en el tiempo que dure tu consulta o visita". Por eso, consideraba que uno de los peores aspectos de los grandes hospitales es, precisamente, la escasa posibilidad de "contacto humano cercano y confidencial" que propician.

La doctora identificó los gestos que más apreciaba en los profesionales que la trataron: "He sentido que me hace mucho bien observar que mi oncóloga, después del repaso que hacemos conjuntamente de los síntomas (cuando yo los relato y ella los escucha), deja la historia y me pregunta: "Y tú, ¿cómo estás?". Afirmo que esto lleva en sí un valor terapéutico".

Sendino creía que la relación de confianza entre médico y enfermo debía plasmarse en un trato clínico "acogedor y envolvente, que posibilite una total confianza y un sentimiento de apoyo". Sin embargo, establecía ciertos límites: "El paciente no necesita un trato ficticiamente familiar, sino únicamente sentir que nos tiene cercanos para conocer su necesidad de salud". Por otro lado, consideraba poco loable pedir valentía a quienes sufren una patología grave apelando a su carácter fuerte ante otras circunstancias.

"Más que exigir fortaleza al enfermo, opto por lo creativo: hay que darle razones para ella". En esta línea, apostaba por huir de la pose de médico omnipotente que siempre tiene a punto la palabra adecuada para cada situación y persona: "Puede suceder que no sepamos qué decirle, cómo responder a alguna de sus preguntas. En tal caso, hay algo que siempre está a nuestro alcance: escuchar, y si nuestra escucha no le fuese suficiente, ¿hay problema en que nuestras palabras sean, precisamente, la confidencia sincera de que querríamos saber qué decirle que lo pudiera ayudar y, por qué no, solicitarle que disculpe nuestra torpeza? Encuentro esto más oportuno que resolverlo por tópicos".

José Ramón Banegas, encargado de difundir el mensaje de la doctora Sendino, corrobora la transformación que obró en su amiga la patología a la que tuvo que enfrentarse. "Al reincorporarse a su trabajo tras serle diagnosticada la enfermedad, se formó regladamente en cuidados paliativos, la esencia de la medicina en sus propias palabras", rememora.

Carácter ejemplar

En esta vuelta a la práctica médica, "África aprendió a dar las malas noticias con mayor serenidad y cercanía, dedicando a cada paciente el tiempo que necesitaba ser escuchado, reafirmándose en el valor terapéutico de acompañar al enfermo en su trayectoria patológica".

Banegas está seguro de que la actitud que mantuvo África Sendino incluso en los momentos más duros representó un ejemplo para los que la rodeaban. De hecho, lo fue para él: "En nuestras largas conversaciones, reavivó en mí el espíritu de empatía, la profesionalización que supone aprender a vivir esa cercanía con el enfermo sin deshacerse en llanto o no poderse sostener".

La carta póstuma de la doctora enferma finaliza con una anécdota que su compañero de profesión y fatigas considera muy ilustrativa de su carácter: "Al comentar alguna de estas reflexiones con personas ajenas a nuestra profesión, exclaman: "¡Ah! ¡Qué bueno sería que todos los médicos vivieran la experiencia personal de estar enfermos!"(...). A lo que no respondo sí o no: los miro y los confronto con la pregunta de si piensan, de igual manera, que todo bombero, para ser excelente, debería pasar por la experiencia del incendio en su casa".

 

PRÓXIMO ESTRENO

Cinco médicos cuentan en un documental cómo les puso a prueba la enfermedad

MARÍA SÁNCHEZ-MONGE

MADRID.- Distintos médicos; actitudes diferentes, discrepancias en la forma de enfrentarse a la adversidad. El nexo común: los cinco han sufrido patologías que ha dejado en ellos una profunda huella. Otro galeno, José Manuel Solla, presidente de la Fundación SEMG-Solidaria de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, ha logrado que cuenten su historia ante las cámaras.

El resultado será el documental "El médico enfermo", dirigido por Gonzalo Palmeiro, que se estrenará después del verano. Uno de los objetivos de este proyecto es descubrir, en palabras de Solla, "qué cosas se movilizan y vuelven a los médicos enfermos más sensibles y humanos". Este cambio de perspectiva puede convertirse en "un potente motor de mejora de la situación de la asistencia a los pacientes", opina.

La película combina las entrevistas a cinco médicos con problemas distintos (cardiopatía isquémica, burnout o síndrome de estar quemado en el trabajo, cáncer de mama, enfermedad degenerativa y adicciones) con piezas de videoarte que aluden a sus dolencias. "Todos han respondido con sinceridad a preguntas a las que pensábamos que iban a contestar lo políticamente correcto", comenta Palmeiro. El realizador asegura que los testimonios obtenidos "rompen con muchos estereotipos relativos a la enfermedad". Tres de los protagonistas del documental relatan a SALUD cómo vivieron su paso al otro lado, el de los pacientes.

Antonio Pérez: "No me gusta pedir ayuda; me considero muy autosuficiente"

(Foto: Rosa Lía)

Fumador empedernido desde niño, el médico de familia Antonio Pérez, de 59 años, aguantó hasta el límite. Creyó que podía automedicarse y controlar su cardiopatía isquémica sin la ayuda de nadie. "Soy un poco mal paciente", reconoce. "No me gusta pedir ayuda; me considero muy autosuficiente", añade. Sin embargo, su corazón se plantó y, finalmente, pidió auxilio.

Sigue vivo gracias a los tres stents que protegen sus coronarias, al abandono del tabaco y a una vida sana. "Siempre tuve la sensación de que el lobo me acechaba y, al final, me cogió", dice.

Sabía perfectamente a lo que se exponía si seguía fumando tres paquetes de cigarrillos al día, pero se resistía a cambiar. "Creí que podría salir adelante. Sin embargo, cuando claudiqué y me puse en manos de mis compañeros, descubrí que mis coronarias estaban peor de lo que pensaba". Pero eso forma parte del pasado. "Ahora hago deporte, me cuido. Soy un chico bueno", confirma. De hecho, se pone de ejemplo para sus pacientes del centro de salud de Monterrey (Orense). "Les digo que vigilen sus hábitos de vida; las medicinas las pongo yo", señala.


Jesús Domínguez: "Ahora me dedico a mis pacientes; me he librado de lo demás"

(Foto: Daniel Pérez)

A sus 54 años, Jesús Domínguez se ha liado la manta a la cabeza y se ha matriculado en la carrera de Arquitectura. Sigue ejerciendo la medicina de familia en el centro de salud La Almozara de Zaragoza, aunque de una forma muy diferente a cómo lo hacía años atrás.

¿Qué ha motivado su cambio de prioridades? Un trastorno que se conoce como "burnout" o síndrome de agotamiento profesional, que afecta principalmente a los maestros y a los profesionales sanitarios. "No es algo que surja de la noche a la mañana, sino que lleva un proceso. La mochila llega a cargarse y surge el problema", comenta.

El agotamiento emocional, la despersonalización, un carácter irascible y una "falta de autoestima brutal" son algunos de los rasgos de este problema, que suele presentarse a través de patologías satélites. "Concretamente, yo sufrí un estado depresivo severo y me dio por comer. Gané 12 kilos", rememora Domínguez. Él mismo se prescribió el tratamiento farmacológico.

"Los médicos de familia somos los que más depresiones vemos. Sólo me puse en manos del sistema sanitario para que quedara constancia", relata. Cuando retomó su actividad asistencial después de tres meses de baja, ya recuperado, huyó instintivamente de aquello que le había provocado el trastorno: la sobrecarga de trabajo burocrático que acecha a la atención primaria, el escaso apoyo de las administraciones sanitarias, horarios extenuantes, muy poco tiempo para cada enfermo...

"Ahora sólo me dedico a ver a mis pacientes. Me he librado de todo lo demás", asevera aliviado. Además, ha descubierto que hay vida más allá del centro de salud y ha recuperado viejos afanes, como estudiar Arquitectura. No es que no le guste su profesión: "Sigo queriendo dedicarme a la medicina, pero con las condiciones adecuadas".


Gloria Cordero: "Siento la necesidad de compartir con todos lo que he vivido"

(Foto: Mariano Cieza)

A Gloria Cordero le diagnosticaron un cáncer de maña hace tres años, cuando tenía 47. Afortunadamente, el tumor estaba localizado. Después de cuatro meses y medio de baja, no pudo aguantar más las ganas de volver a su trabajo como médico del centro de drogodependencias de Alcázar de San Juan (Ciudad Real). "Al final me permitieron incorporarme faltando sólo los días que tenía quimio", señala. La vuelta no pudo ser más positiva: "La gente me arropó, ¡me sentí tan querida!".

Regresó con un nuevo ímpetu y a veces recurre a su proceso para demostrar a sus pacientes —heroinómanos, cocainómanos, alcohólicos— que no deben rechazar los tratamientos, por muy agresivos que parezcan. Ella no lo hizo. Gloria explica por qué decidió participar en el documental: "Sé que mucha gente se esconde, pero yo siento la necesidad de compartir lo que he vivido con todo el mundo".