Entrevista al psicólogo Marcelo Cebeiro:

Las trampas del doble mensaje

La psicoterapia se hizo familiar a partir de un cambio de enfoque que desplazó el individualismo y comenzó a explorar vínculos comunicativos que pueden originar desajustes mentales.

Fuente: Clarín

 "Cuando los adultos dan un doble mensaje, el niño queda en una trampa"

Claudio Martyniuk 

Una de las más importantes innovaciones teóricas del siglo pasado fue la aparición de la teoría sistémica, a partir de la cual se construyeron desde modelos matemáticos de cerebros hasta nuevas terapias psicológicas. En ellas, la comunicación ocupa un lugar central, sirviendo para explicar el origen de trastornos mentales y también para realizar terapias grupales, las cuales eran desechadas por el psicoanálisis.

Marcelo Cebeiro estudió y enseñó con Paul Watzlawick, uno de los principales exponentes de la teoría sistémica desarrollada en Palo Alto, California.

¿Los trastornos psicológicos se relacionan con la comunicación?

La teoría general de los sistemas y la cibernética fueron llevadas al campo de la comunicación humana de una manera fascinante, fundamentalmente por Gregory Bateson y Paul Watzlawick, dos grandes eruditos. Hasta esos trabajos de la década de 1960 la psicoterapia estaba concebida de manera individual, introducir a la familia era impensable. Ellos partieron de la base de que los síntomas de la esquizofrenia tenían que ver con los dobles mensajes de la madre hacia la víctima.

Observaron cómo a un nivel se da un mensaje y, simultáneamente, pero a otro nivel, se da un mensaje que se contrapone con el primero. Cuando los adultos dan un doble mensaje, el niño queda en una trampa y no puede salir de ella, porque ¿adónde va a ir? Está entrampado en el contexto de esas interacciones. Esos dobles mensajes se repiten, lo que termina generando un doble vínculo. Básicamente, lo que existe en la psicosis es una alteración que provoca el desajuste, la irracionalidad.

¿Podría ejemplificarlo?

Paul Watzlawick en sus seminarios -hemos dado más de cincuenta seminarios juntos- daba el ejemplo del chiste de la madre judía que le regala dos corbatas al hijo, una azul y una roja. El hijo sale corriendo y se pone la azul. La mira a la madre y ella le dice: "¿Cómo, hijo, no te gustó la roja?" Y él sale corriendo y se pone la roja. Entonces, la madre dice: "¿Cómo, no te gustó la azul?" Si esto se repite, se estereotipa, el chico se termina poniendo las dos corbatas. Alguien que se pone dos corbatas juntas está loco. De esta manera tan simple, Watzlawick explicaba el doble vínculo. Otro ejemplo: un chico repuesto de su locura, cuando lo viene a buscar la madre al hall del hospicio, va caminando, sonríe y abre sus brazos para recibir a su mamá. La madre, cuando lo mira, se encoge de hombros y lo estudia de abajo hacia arriba, con una mirada desconfiada. El chico se repliega, frunce su ceño y agacha la cabeza. En ese momento, la madre lo mira y dice: "¿Cómo, hijo, no te pones contento porque vino tu madre? ¡No me sonríes!" Ése es el doble vínculo. El chico ahí desencadena un nuevo brote psicótico.

¿Este enfoque se vincula a la llamada antipsiquiatría, como la que orientó la desmanicomialización de las décadas de 1960 y 70?

Esa experiencia la conocí directamente, ya que viví un año en Trieste, Italia, y fui coordinador del grupo de voluntarios y jefe de residentes, investigando el modelo de la desinstitucionalización psiquiátrica, la cual buscaba romper con la marginación de un grupo social. Ahí trabajé con los discípulos de Franco Basaglia, el gran impulsor de ese proceso.

¿Y qué se buscó entonces? ¿Sólo cerrar los manicomios?

No fue simplemente cerrar los manicomios. El proceso se inició en el norte de Italia, promovido por Basaglia, quien llevó adelante una experiencia de desinstitucionalizar. Hay que diferenciar desmanicomializar de desinstitucionalizar, que es un proceso mucho mayor. Suprimir el manicomio es una de las partes. Desinstitucionalizar implica negar a una institución como el manicomio, concebida como un estamento verticalista, cerrado, con controles, funciones y jerarquías rígidamente estructuradas, pero también implica suprimir todas las pautas de violencia que se le imponen a los pacientes.

¿Qué formas de violencia son habituales?

A veces los fármacos se emplean como una forma de punición. En algunos manicomios pude conocer el uso, de parte de enfermeros, de "lactoterapia". ¿Sabe qué es? A los enfermos que les molestan, les aplicaban leche en las piernas, lo cual provoca además, inflamaciones muy dolorosas y no se pueden ni levantar de la cama. Las formas históricas de tratamientos incluyeron los baños fríos, los sofocamientos a través de inmersión en agua helada, sanguijuelas que chupan la sangre, porque se concebía que la presión sanguínea oprimía el cerebro y que la descompresión a través de sanguijuelas era la posibilidad de menguar la locura. Y el electroshock, inventado por un psiquiatra que observó cómo se le aplicaba la electricidad a los cerdos en el matadero de Roma y cómo quedaban atontados. Después empezó a investigar sobre sus efectos con un linyera; los mismos italianos suprimieron la aplicación del electroshock. La desinstitucionalización implica la supresión de los fármacos como forma de punición, así como de toda forma física, química y electrónica de castigo. Es necesario que se revierta la segregación del enfermo mental, que se refleja cuando él pregunta algo y se le contesta con una tontería, porque se lo margina. Los manicomios son islas irracionales, depósitos de carne humana, ya que se lo concibe como un lugar de alojamiento y no como un lugar de tránsito y de reinserción social.

¿Que condiciones deben darse para poder cerrar el manicomio?

Tal vez en el pasado no estaban dadas las condiciones para la externación de los pacientes, pero sí en la actualidad. Basaglia, fallecido en 1980, consideraba que deben darse condiciones sociales, políticas y económicas para poder externalizar a los pacientes. No se trata simplemente de cerrar manicomios y dejar a los locos en la calle, como se hizo una vez en los Estados Unidos. Es necesario brindar una contención social. En Trieste se cerró el manicomio. Había mil quinientos internados en el hospicio de San Giovanni y una de las cosas que se hizo fue, en principio, recuperar a las familias. Con aquellos pacientes que tenían posibilidades de ser externados e incluidos en su familia, se empezó a hacer todo un trabajo familiar de seguimiento. Cuando empezaron a estudiar las historias clínicas, comenzaron a darse cuenta de que el esquizofrénico de la pieza tal, el delirante de allá o el bipolar de ahí, se llamaban Juan y tenía tres hijos, María y tenía dos nietos. Se vio que había seres humanos y se empezó a hacer la reinserción familiar y social. Si la familia no podía acoger al paciente, se los derivaba a hogares de resocialización, en los que se juntaban cinco o seis personas, con la supervisión de asistentes sociales, médicos, enfermeros y psicólogos Y después estaban los alojamientos populares, donde se iban los pacientes a vivir solos.

¿Y cómo se adaptaban?

He visto en sus casas a pacientes de cuarenta años de internación, y vivían solos muy bien. Yo he estado tomando café con pacientes que tenían sesenta electroshocks encima. Paralelamente a estas modalidades, se creó una red de centros de salud mental. Estos centros de salud mental proveen de medicinas, brindan atención. Un adolescente que quiere independizarse puede ir a este centro de salud mental a charlar con un médico y a plantear su problemática. Como no hay consultorios, hay espacios comunes, y entonces uno puede hacer psicoterapia en esos espacios, o caminando, o tomando un café. Ahora el hospicio de San Giovanni es un gran parque, donde hay un bar, un restaurant, un centro de salud mental, un jardín de infantes, varios edificios de la universidad, una peluquería, un taller de pintura, uno de escultura. Y cada vez que uno pasa por ahí dice: "Ahí existió un manicomio". Hace veinte años atrás, cuando yo vivía en Trieste, en el patio del manicomio, las noches de calor del verano triestino, organizábamos cine, y venía mucha gente de la ciudad, organizábamos bailes y el director de salud mental de la provincia era uno de los que despachaba cerveza.

Nuestro Borda está muy lejos de esa experiencia.

Una anécdota, que recuerdo con sensaciones cruzadas, entre la tristeza y la ternura. Yo, a los diecinueve años y hasta 1976 hacía prácticas en el Borda los fines de semana, en un servicio que ahora no está más, de niños y adolescentes. Había un chico al que le decíamos "El Pibe Coca Cola", de apellido Randazzo. Un chico de diez o doce años, con toda la cabeza rapada y que andaba por el piso. Le decíamos El Pibe Coca Cola porque siempre estaba con una botella de vidrio de Coca Cola y pedía plata para una Coca. Se arrastraba por el piso y te tiraba los pantalones.

Terminé la carrera, hice los doctorados, fui a Trieste y vuelvo al Borda con un grupo de italianos para un congreso internacional sobre alternativas a la psiquiatría. Vino todo el equipo de Basaglia, y yo pertenecía a ese equipo. Estábamos en el hall central del Borda -se me pone la piel de gallina recordarlo-. Yo estoy parado, con la gente ahí, charlando, y me tiran del pantalón. Veo que diez años después estaba todavía ahí Randazzo, que tendría veinte, veintidós años. Rapado, con una pava en la mano y un mate vacío. Y me dice: "Señor, ¿me da guita pa' la yerba?" Yo le dije su nombre, sorprendido. Y él me miró, desde abajo. Se hizo un silencio. Me quedé conmovido. Diez años después, él seguía; había cambiado su objeto, pero seguía con lo mismo. Eso es el manicomio; ese es el producto del manicomio.

Copyright Clarín, 2008.

Señas particulares

EDAD: 51 AÑOS
Nacionalidad: argentino
actividad: coordinador de la escuela sistemica argentina

Doctor en Psicología (Univ. de Barcelona), se especializó en terapia sistémica en el Mental Research Institute, de California.

Dos modelos de familia y una zona gris

La terapia sistémica desplazó el individualismo y trabaja con familias. Cebeiro lo hace, observando los cambios en la familia. "Yo diferencio las antiguas de las nuevas estructuras familiares. Las antiguas llegan hasta la década de 1960. Convocaba a la no separación, muchas veces sosteniendo en la hipocresía el vínculo de pareja. La estructura actual, en cambio, pone énfasis en la libertad personal. Antes las familias típicas tenían varios hijos; ahora predomina el tener uno o dos. Hay también una zona gris, ocupada por miembros de una generación formada por los preceptos dominantes en las décadas que van de 1930 a 1950. Se trata de hijos de padres que han nacido en esa época, educados con esquemas y mandatos antiguos. Los padres de esa, mi generación, están expuestos al diálogo con hijos adolescentes que exigen otro tipo de valores y de respuestas. Entonces, hay una generación que está pivoteando entre las dos estructuras de familia, lo cual genera confusión y exige plasticidad para adaptarnos a los requerimientos actuales. Hay gente que se aferra más a los preceptos de esa familia de origen y otros que plásticamente se amoldan. Esto incide en los juegos de pareja y genera conflictos. Éste es uno de los grandes temas que aparece en terapia."