Un nuevo libro de Paula Sibilia

"La intimidad como espectáculo"

Exhibición, confesiones y subjetividad en la era de Internet. ¿Cuál es el límite entre la vida privada y la pública?

Indice
1. La inclusión digital
2. La inclusión digital
3. Entrevista

Fragmento de "La intimidad como espectáculo"
Por Paula Sibilia

Hoy, por ejemplo, sólo mil millones de los habitantes de este planeta poseen una línea de te­léfono fijo; de ese total, menos de un quinto tiene acceso a Internet por esa vía. Otras modalidades de conexión amplían esos núme­ros, pero de todos modos siguen quedando afuera de la Web por lo menos cinco mil millones de terráqueos. Lo cual no causa de­masiado asombro si consideramos que el 40% de la población mundial, casi tres mil millones de personas, tampoco dispone de una tecnología bastante más antigua y reconocidamente más basi­lar: el inodoro.

La distribución geográfica de esos privilegiados que poseen contraseñas para acceder al ciberespacio es todavía más elocuente de lo que insinúa la mera cantidad: el 43% en América del Norte, el 29 % en Europa y el 21% en buena parte de Asia, incluyendo los fuertes números del Japón. De modo que en esas regiones del planeta se concentran nada menos que el 93% de los usuarios de la red global de computadoras y, por lo tanto, de aquellos que dis­frutan de las maravillas de la Web 2.0. El magro porcentaje res­tante salpica las amplias superficies de los “países en desarrollo”, repartido de la siguiente forma: el 4% en nuestra América Latina, poco más del 1% en Oriente Medio y menos todavía en África. Así, a contrapelo de los festejos por la democratización de los me­dios, los números sugieren que las brechas entre las regiones más ricas y más pobres del mundo no están disminuyendo. Al contra­rio, quizás paradójicamente, al menos en términos regionales y geopolíticos, esas desigualdades parecen aumentar junto con las fantásticas posibilidades inauguradas por las redes interactivas. Hasta el momento, por ejemplo, sólo el 15% de los habitantes de América Latina tienen algún tipo de acceso a Internet. Constatacio­nes de esa índole llevaron a formular el concepto de tecno-apartheid , que intenta nominar esta nueva cartografía de la Tierra como un archipiélago de ciudades o regiones muy ricas, con fuerte desarro­llo tecnológico y financiero, en medio del océano de una pobla­ción mundial cada vez más pobre.

Ese escenario global se replica dentro de cada país. En la Ar­gentina, por ejemplo, se calcula que son más de quince millones los usuarios de Internet, lo cual representa el 42% de la población nacional, pero las conexiones residenciales no pasan de tres millo­nes; la mayor parte de los argentinos accede esporádicamente, a partir de cibercafés o locutorios. Casi dos tercios de ese total se concentran en la ciudad o en la provincia de Buenos Aires; mien­tras en esas zonas los accesos por banda ancha tienen una pene­tración del 30%, en las provincias más pobres del norte del país esa opción ni siquiera abarca al 1%. En el Brasil, por su parte, ya existen casi cuarenta millones de personas con acceso a Internet, la mayoría concentrada en los sectores más acomodados de las áreas urbanas. De esa cantidad, sólo tres cuartos cuentan con co­nexiones residenciales, y de hecho son apenas veinte millones los que se consideran “usuarios activos”, es decir, aquellos que se conectaron por lo menos una vez en el último mes. Los números han crecido mucho y ya representan un quinto de la población nacio­nal mayor de quince años de edad; sin embargo, conviene explici­tar también lo que esos números braman en sordina: son 120 mi­llones los brasileños que –¿aún?– no tienen ningún tipo de acceso a la red. Si bien en números absolutos el país ocupa el primer lu­gar de América Latina y el quinto del mundo, si las cifras se cote­jan con el total de habitantes, el Brasil se encuentra en el puesto número 62 del elenco mundial, y es el cuarto en el ya relegado subcontinente.

A la luz de estos datos, parece obvio que no es exactamente “cualquiera” quien tiene acceso a Internet. Aunque dos tercios de los ciudadanos brasileños nunca hayan navegado por la Web y muchos de ellos ni siquiera sepan de qué se trata, seis millones de blogs son de esa nacionalidad, posicionando al Brasil como el ter­cer país más bloguero del mundo. Sin embargo, tampoco es un de­talle menor el hecho de que dos tercios de esos autores de diarios digitales residan en el sudeste del territorio nacional, que es la re­gión más rica del país.

Por todos esos motivos, habría que formular una definición más precisa de aquellos personajes que resultaron premiados con tanto glamour como las personalidades del momento: usted, yo y todos nosotros . De persistir las condiciones actuales –¿y por qué no habrían de persistir?–, dos tercios de la población mundial nunca tendrán acceso a Internet. Más aún: buena parte de esa cantidad de gente “común” ni siquiera oirá hablar en toda su vida sobre los blogs ni sobre los rutilantes YouTube , Second Life o MySpace , por ejemplo. Esos miles de millones de personas, que no obstante ha­bitan este mismo planeta, son los “excluidos” de los paraísos extraterritoriales del ciberespacio, condenados a la gris inmovilidad local en plena era multicolor del marketing global. Y lo que quizás sea más penoso en esta sociedad del espectáculo, en la que sólo es lo que se ve : en ese mismo gesto, también se los condena a la invi­sibilidad total.

Referencias:

"La intimidad como espectáculo"
Paula Sibilia
Fondo de Cultura Económica, 2008