¿Perdidos?

LOST: La Isla de la incertidumbre

¿De qué trata la exitosa serie Lost? Filosofía y literatura en una isla perdida.

Autor/a: Revista Ñ

Filosofía en la isla desierta

La exitosa serie "Lost" trata sobre la ignorancia y el conocimiento, el azar y la necesidad, temas clave de la filosofía. No parece casual que algunos personajes lleven nombres de pensadores: Hume, Locke, Rousseau. En este informe, además, sus ecos literarios, opiniones sobre el éxito y un análisis del libro árabe del siglo XII, antecedente de "Robinson Crusoe", célebre náufrago de la modernidad.

Santiago Bardotti

No es lo mismo Lost al final de la primera temporada —la que ya terminó en Canal 13—; al final de la segunda y al final de la tercera. El autor de esta nota pasó por las tres etapas. Por supuesto que no se van a revelar secretos pero usted, lector, debería decidir si continúa leyendo o no. Porque Lost trata justamente acerca de la ignorancia y el conocimiento y sólo el tono de esta nota podría disparar pistas y con ellas un sinfín de conjeturas.

Lost es acerca de la ignorancia y el conocimiento en la toma de decisiones. Es acerca del azar y la necesidad. Del destino. De las formas legítimas y las ilegítimas de aceptarlo. Lost es también la historia de la vuelta al hogar. Siendo como se trata de un grupo de sobrevivientes a un accidente aéreo, perdidos en lo que parece una isla desierta, hay también una trampa desde el inicio. Todos creíamos que se trataba de Robinson Crusoe, de cómo sobrevivir en una isla (o de cómo un solo hombre recrea a toda la sociedad burguesa); creíamos que acaso podría tratarse de El Señor de las Moscas y el problema de la naturaleza humana (los personajes no son niños como en la novela de William Golding, pero debe reconocerse que están bastante infantilizados por el trauma y bastante obnubilados a la hora de encontrar soluciones). Pensamos también que quizás podría tratarse de La invención de Morel, después de todo parecen vivir en un presente continuo. De alguna manera siempre es el primer día, sus barbas no crecen demasiado, no pierden peso; sus peinados son, si no envidiables, siempre decentes. En fin, creíamos que se trataba de Robinson pero más bien se trata del homérico Odiseo.

Los sobrevivientes descubren al poco tiempo que no están solos. Entre otras cosas descubren una escotilla, una especie de refugio antinuclear con una entrada escondida en medio de la selva. Allí dentro un extraño personaje (ya veremos que no más extraño que ellos mismos) está sometido a la monótona tarea de ingresar una clave numérica en una computadora cada 108 minutos, de lo contrario el mundo desaparecerá. El personaje en cuestión es un escocés llamado Desmond. Desquiciado (ha quedado solo para realizar está tarea), está obligado por las circunstancias a una especie de culto a la causalidad: si no presiono este botón, lo peor sucederá. Tiempo después (deberíamos decir, capítulos después) como al pasar, conocemos su nombre completo; se trata de Desmond David Hume. El filósofo escocés, David Hume, es quien pasa por haber desarticulado para el pensamiento occidental esa misma idea de causa y efecto a la que Desmond, el personaje, le ha dedicado los últimos tres años de su vida.

Desmond, el personaje, y Hume, el filósofo, comparten aparte del nombre y la nacionalidad, la característica de ser visionarios. Hume, de una filosofía futura. Desmond, que tiene flashes de este futuro, deberá encontrar su lugar en él. En cambio, la idea insensata de ingresar los números para salvar el mundo es recibida por John, otro de los personajes, con júbilo, es una cuestión de fe, hay que creer, entregarse a la tarea, de apariencia absurda, porque algo superior, el espíritu misterioso de la isla, así lo desea. John ha sufrido, entre todos los sobrevivientes, la transformación más completa respecto a su vida anterior. Su recuperación tras al accidente da lugar a una escena maravillosa cuando asistimos a su nuevo despertar. John es a veces llamado por su apellido, Locke. John Locke, tal como el autor del Ensayo sobre el entendimiento humano, el autor de los dos Tratados sobre el Gobierno Civil.

Son pocos los momentos distendidos en la serie, pero es evidente que los guionistas juegan y se divierten. Los personajes con nombres de filósofos pueden ser chistes, sin embargo no son clichés. No hay ningún Sócrates que se la pase preguntando, ningún Platón que mire al cielo en busca de modelos a seguir, ningún Aristóteles tratando de encontrar la respuesta en las cosas de la tierra. Lo más parecido es una solitaria mujer que deambula sola por la isla, lejos de la sociedad de los hombres y se hace llamar a sí misma Rousseau. Pero ése no es su nombre real.

John Locke, el líder espiritual, se muestra sin embargo un iluminista. Al enterarse que el asunto de ingresar los números es un experimento psicológico, que han sido observados en sus conductas, pierde la fe. La tarea ha sido en vano. Sin embargo, otro personaje, Sr. Eko, un ex guerrillero y traficante de drogas africano que usurpó las vestiduras de sacerdote para escapar, es de otra idea: ahora que sabemos positivamente que es insensato, más aún debemos continuar con la tarea. Eko, así, se convirtió en un verdadero creyente.

Aunque todos cargan sus enormes traumas a cuestas, los personajes parecieran carecer de psicología profunda. Son hombres y mujeres de acción. No hablan mucho entre ellos, no dicen de lo que les pasa. No hay escenas lacrimógenas donde a la luz de las estrellas abren su corazón. Los espectadores estamos agradecidos. Podría decirse que la psicología de los personajes son los flashbacks. El relato de Lost se caracteriza por este sencillo recurso. La acción principal en la isla se contrapone a los flashbacks que nos muestran el pasado de los personajes. Este recurso, tan utilizado, multiplicado para la mayoría de los personajes, produce efectos asombrosos. Es la manera en que el pasado modifica el presente continuado de la isla. La aparición de los flashbacks es el único momento donde sabemos un poco más que los personajes en su conjunto. Pero sólo un poco, por un rato. Hay personajes que saben mucho más que lo que nosotros podemos vislumbrar. El caso de Ben por ejemplo, Benjamin Finus.

Los guionistas han encontrado un método para multiplicar los enigmas. Borges en más de un lugar advirtió sobre ese peligro. La resolución debe estar a la altura de dicho enigma, por eso hay que ser muy cuidadoso con la tarea de formularlo. En caso contrario solamente puede haber decepción. No sabemos bien qué hay detrás del nombre de los filósofos. Sabemos eso, que son nombres, y en tanto tal, maldiciones. La acción principal es llevada adelante por, Jack; Jack Shepard, cirujano brillante y experto en solucionar problemas, convertido finalmente en el pastor que está escrito en su apellido. Contra esta multiplicación de enigmas que ellos crean, los guionistas tienen su propio antídoto. Desde el inicio nos dicen que no sabremos todo. Todo lo que vemos es parcial. Mientras vemos algunas cosas, otras están pasando en otro lado. Por eso pueden aparecer personajes olvidados. Al principio es molesto, después debemos reconocer que estuvieron viviendo su vida. Peor aun, las distintas perspectivas no son compatibles. La realidad es lo que cada uno ve. El personaje filosófico que faltaba para completar la trilogía con Hume y Locke, el obispo Berkeley —para quien "ser es ser percibido"—, está entonces de algún modo también presente.

Otras subtramas sencillamente desaparecen como problemas mal formulados. La solución del enigma será tal vez fantástica o visionaria; tal vez está escrita en los rastros dejados por los guionistas para delicia de los fans. Los guionistas sabrán o no lo que hacen (azar o necesidad). El hecho que permanece es que estos personajes son humanos.

Lost da una buena idea de lo que viene. Es lo que nace cuando otras cosas, tal como las conocíamos, mueren. Un programa de televisión, filmado con calidad de ojo cinematográfico al que muchísimas personas sólo ven en una computadora y gracias a Internet.

Parece que este personaje de Jack, el médico, iba a morir en la primera temporada. A fuerza de voluntad se ha ganado la vida. Veremos si estará a la altura de encontrarse en un lugar que no le estaba reservado.


Un éxito basado en calidad y originalidad
Silvina Lamazares

Más allá del culto. Y más allá de lo popular. Categórica coincidencia que, cuando atraviesa la pantalla chica, habla más de un fenómeno, tal vez social y cultural, que de un programa de TV. Habla de la búsqueda de una mirada singular«6 que desde el vamos se volvió colectiva«6. Y los números, en este caso, cuentan: los 16 millones de espectadores semanales en los Estados Unidos, la inversión de 10 millones de dólares para el episodio presentación o los más de 30 países en los que se ve la serie reflejan el estallido de una historia que diseminó esquirlas de aceptación en todos sus frentes.

De género inclasificable —no por imposibilidad, sino por elasticidad genérica—, «zLost«6 logró superar lo anecdótico para bucear en las profundidades del alma. Atrás, quedan el accidente aéreo, la caída en la isla, los efectos del estallido que partió el cielo. Y por delante, el pasado.

En ese sutil manejo de los tiempos, donde el pasado vuelve en implacables flashbacks«6 —recurso de evocación— para marcar los destinos, se anida una de las claves más sólidas de esta suerte de reality «6de desconocidos, donde el primer desconocido empieza a ser uno mismo.

Claro que los solitarios pasajeros que un día hicieron pie en la isla —para hundirse, más de una vez, en el barro de las miserias— no llevan su supervivencia en confortables condiciones de un reality«6 de esos en los que hay sauna, discoteca y hasta un confesionario. En «zLost«6, el marco complica para que el producto gane.

Entonces, la tolerancia perdida, la mezquindad y otros males embellecen el compromiso de un relato que deja ver más de lo que muestra. La cámara en el gesto, el sonido abierto al silencio y un clima de misterio hacen, de un grupo de sobrevivientes, una pintura sin concesiones de los que no se eligieron para vivir. Ni siquiera para no morir. Pero la vida los puso ahí, aislados, para que el mundo los vea. Que es un modo de mirarse. 

 
Por qué no pienso ver ni un capítulo más
Andrés Haz

En enero del 1841, en un puerto de Nueva York, una horda de lectores esperaban ansiosamente un barco que traía desde Londres la última entrega de la novela de Charles Dickens, «zThe Old Curiosity Shop.«6 Gritaban al unísono desde el muelle: "¿Se murió Nell? ¿Se murió Nell?" Y cuando supieron que sí, que la amada protagonista de la novela no sobrevivió a su enfermedad, hubo caos, llanto, reproches y angustia generalizada.

Hoy veo una manía comparable entre mis compañeros devotos a Lost. Están como hipnotizados. Se pasan DVD's copiados entre ellos como contrabando. Intercambian miradas cómplices. Especulan con fervor sobre cómo terminará la serie. Pero yo ya sé cómo va a terminar y por eso no pienso en engancharme —en viciarme— por más que me daría acceso a apasionadas charlas de café. Va a terminar mal. En tres años más (¡en el 2010!), cuando por fin termine la serie, mis compañeros van a sentir un vacío espantoso y el resentimiento de haber sido engañados emocionalmente.

Lo que hace que Lost sea tan estimulante ahora es lo que lo destina al fracaso. El motor narrativo de Lost es la ambigüedad. Todo puede ser. Los náufragos pueden estar en el Purgatorio; pueden ser victimas de un cruel experimento científico; pueden haber sido abducidos por extraterrestres...

Es imposible que a los autores de la serie se les ocurra un desenlace que no hayan inventado ya los miles de televidentes que los publican orgullosamente en Internet. Un cierre abierto, sin resolución, sería un acto de cobardía. Al contrario, un final prolijo con una explicación específica defraudaría a todos los devotos losteanos que arman sus teorías con amor propio. De la ambigüedad sólo puede salir más ambigüedad. Mis compañeros dicen que soy un amargo. Que no me doy cuenta de lo que me estoy perdiendo. Pero yo sé que son ellos los que están perdidos.


Islas de la literatura

Desde la "Odisea" a "La invención de Morel": las islas parecen representar una función de la imaginación. En ellas, el tiempo histórico desaparece y se alteran las cosas. Son lugares de prodigios y de pesadillas. También, de experimentos locos.

Jorge Aulicino

La isla es un mito. No la isla de Lost, toda isla. La más remota literatura habla de islas. En la Odisea, un poema fundacional, las islas son estructurales al relato. Odiseo navega entre islas fantásticas. Cuando, 2800 años después, Joyce escribe su propia odisea en el Ulises, el microcosmos de un hombre es la isla. Leopold Bloom navega entre otras islas. Su pensamiento es un archipiélago.

Es difícil saber qué conjunto neuronal humano aísla la idea de que en las islas suceden las cosas fantásticas. Las Mil y una noches discurre entre islas. Jonathan Swift ubica las aventuras de Gulliver en tierras apartadas, islas. Swift publica dichas aventuras en 1726. Una de ellas cuenta la visita del navegante compulsivo a una isla llamada Lupata. En esta isla, que flota en el aire y sobre el agua, todos son sabios. A tal punto están abstraídos en sus pensamientos que unos asistentes les golpean la boca con un saco de guijarros para indicarles que deben hablar, y con la misma bolsa golpean al interlocutor al que deben dirigirse. Pero las personas que suben a Lupata se llevan conocimientos inaplicables: sus ciudades estarán construidas fuera de escuadra, los campos no responderán a los métodos de cultivo matemático de los sabios de la isla flotante.

Lupata prefigura la isla de Lost. El proyecto Dharma, lo que hasta ahora sabemos de él, es un proyecto científico de elegidos que mantienen un secreto. Algo ha salido mal. Esta Lupata está invadida de fenómenos extraños y dominada aparentemente por uno o más psicópatas o psicóticos.

En 1898, H. G. Wells escribió la novela prototipo de las islas imaginarias en las que suceden hechos aterradores: La isla del doctor Moreau. Lo que se trata allí (desarrollar humanos a partir de especies salvajes en un proceso darwiniano acelerado) importa menos que la idea de la isla científica con experimentos monstruosos. La hechicera Circe, que convierte en cerdos a los hombres de Odiseo, ha sido reemplazada por el sabio bastante tronado que pretende convertir los cerdos en hombres.

Las islas parecen neutralizar, al menos imaginariamente, las sucesiones de causas y efectos y las asociaciones de los hechos particulares con los generales. Las islas anulan la historia, y aun la racionalidad. Las islas contienen tesoros sustraídos de la economía y la vida común del resto de la civilización (La Isla del Tesoro, de Stevenson); contienen despojos arcaicos y míticos (la isla de Avalón donde se dice yace el cuerpo del Rey Arturo); desafían al hombre a reconstruirse civilizado (Robinson Crusoe, de Daniel Defoe). Crusoe: Stevenson señala, y lo he experimentado en la adolescencia, que el inventario de herramientas, armas y enseres que Robinson rescata del barco naufragado seduce y provoca arrobamiento en el lector joven: clavos, martillos, pólvora, papel, sierras, tablas, soga, semillas. Es la única lista de objetos utilitarios que produce ese efecto. Los pertrechos y vituallas que en la vida corriente son meros instrumentos funcionales (la lista del súper), devienen primordiales. La civilización se hace mítica y distante en la isla de Robinson; la isla a su vez se suaviza ante los recursos del homo habilis.

Están, por último, las islas paradisíacas. Las eligieron para sus exilios Gauguin y el propio Stevenson. También significan un corte temporal. Son, o se pretenden que son, ahistóricas.

La de Lost es una isla de la estirpe de la del doctor Moreau y La invención de Morel (1940), imaginada por Adolfo Bioy Casares, en cuyo título se rinde homenaje a la novela de Wells. Morel, se sabe, ha inventado un dispositivo que hace falsa la realidad entera, el tiempo y los hechos en el tiempo.

Quien fracasa en la isla de Lost es Robinson. Los esfuerzos de los perdidos no logran establecer una civilización con los restos de la que conocen. No pueden domesticar a un salvaje para llamarlo Viernes o Miércoles. Los otros, y, en general, lo otro, son un misterio amenazante.