Psicoanálisis

Acerca del instinto de poder y el dinero

Una reflexión sobre el origen individual y social del dinero, así como sus usos y manejos, no sólo económicos sino también psíquicos, o sea puramente emocionales.

Autor/a: Alberto Chab Tarab albertochab@uolsinectis.com.ar

De qué se trata

Este trabajo presenta algunos aspectos de mis investigaciones, tanto teóricas como clínicas, acerca de la teoría de los instintos vigente en psicoanálisis. Al respecto, postulo la existencia de un nuevo instinto, que agrego a los dos instintos de la primera clasificación freudiana y al que llamo “instinto de poder”. A éste le atribuyo un papel fundamental en la vida psíquica y una relación profunda y trascendental con el dinero.

Considero que todo acto humano es una manifestación de dicho instinto de poder, cuyo objetivo es recuperar el “estado de no necesidad total” que todo individuo experimentó durante la gestación y que se conserva como un “recuerdo” no consciente (huella mnémica).

A partir de estos conceptos que introduzco, explico el origen individual y social del dinero, así como sus usos y manejos, no sólo económicos sino también psíquicos, o sea puramente emocionales. Consecuentemente, sostengo la existencia de un nuevo tipo de neurosis, comparable a la de origen sexual. La denomino “neurosis de poder”, y su manifestación más conspicua es la “neurosis dineraria”. Considero que estos nuevos conceptos y explicaciones tienen amplias aplicaciones en la teoría y la terapia psicoanalíticas, así como en sociología y en economía.


Precisiones previas

Desde hace algunos años se ha generalizado entre los psicoanalistas el uso del término “pulsión“ en sustitución de “instinto”. Utilizo ambos indistintamente, pero prefiero este último término para referirme a la primera clasificación freudiana de los instintos (instinto sexual e instinto de autoconservación), y utilizo el término “pulsión” sólo cuando me remito a la segunda clasificación (pulsión de vida y pulsión de muerte).

Para desarrollar mis ideas me he basado en la primera de dichas clasificaciones. La ventaja de elegir la primera es que, sin excluir a la segunda, permite explicar de manera mucho más sencilla fenómenos clínicos, tanto individuales como sociales, a la vez que comprender de manera más coherente ciertos aspectos de la teoría psicoanalítica que quedaron esbozados o apenas planteados como interrogantes en los escritos freudianos.

Freud entrevió en varias ocasiones la existencia del instinto de poder, pero nunca llegó a desarrollar una concepción al respecto. La validez de esta afirmación puede comprobarse fundamentalmente en dos obras suyas: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930).

Para las citas de Freud he recurrido a la edición inglesa (The Standard Edition of the complete psychological works of Sigmund Freud, The Hogarth Press, London, 24 tomos, 1966-1974), realizando personalmente la traducción al castellano de los fragmentos utilizados. Ambas obras de referencia están incluidas en el tomo 21 de dicha edición (SE) y en el mismo número de tomo en la versión castellana publicada por Amorrortu Editores (AE).

Los instintos y su génesis

La justificación teórica que me sirve para dar jerarquía de instinto al impulso o sentimiento de poder se funda en el tradicional criterio –satisfecho por el instinto de poder– de que todo instinto:

(1) responde a un concepto límite entre lo biológico y lo psíquico
(2) impone compulsivamente su cumplimiento
(3) puede considerarse hereditario.

Esta última característica no excluye que durante la vida se produzcan algunas leves modificaciones, las que probablemente se transmiten a la descendencia, incorporadas al propio instinto.

Para fundamentar mi concepción parto de un hecho que considero incuestionable: que, durante el estado intrauterino, el ser humano en gestación tiene que haberse encontrado muchas veces en condiciones óptimas de vida, tanto biológica como psíquica, totalmente libre de estímulos perturbadores exteriores y de enfermedades. Por lo que conozco, este aspecto de mi tesis encuentra algunos antecedentes en las obras de los psicoanalistas Arnaldo Rascovsky y Béla Grunberger.

Sin duda que ese estado óptimo de bienestar, tanto biológico como psíquico, al que llamo “estado de no necesidad total”, no es constante. Durante la etapa fetal, el individuo pasa por ciclos en los que se alterna el bienestar total con momentos de distinto grado de displacer o malestar. De modo que el ser aún no nacido tiene, en algún momento de su evolución, una sensación de bienestar total, de no sufrir necesidad de ninguna índole: de no sufrir calor ni frío, ni hambre, ni tampoco experimentar bruscos movimientos u otras situaciones perturbadoras o molestas para su incipiente psiquismo.

Cabe suponer que esos momentos de bienestar total se convirtieron en el “recuerdo” no consciente (huella mnémica) de un estado que perdió definitivamente a partir del nacimiento, y al cual busca siempre retornar a lo largo de la vida. A esto quizás se refiera Freud cuando, en relación con el hogar, dice que es “[...] un sustituto del útero materno, la primera morada que el hombre probablemente aún añora, en la que él estaba seguro y se sentía a sus anchas” (El malestar en la cultura, tomo 21; SE, p. 91; AE, p. 90).
Freud percibe la tremenda energía que emana de esa situación tan primaria y hace mención de un “[...] sentimiento oceánico que podría tener por objetivo algo así como el restablecimiento de un narcisismo sin límites [...]” (El malestar en la cultura, tomo 21; SE, p. 72; AE, p. 73).

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