Bioética

El parto de la madre muerta

Para muchos el nacimiento de la pequeña Cristina es un milagro de la ciencia. Para otros, una aberración. Durante tres meses creció en un vientre mantenido con vida artificialmente.

IRENE H. VELASCO. Roma
 
Sólo una pequeña distancia se alza muchas veces entre la tragedia y la felicidad, entre la vida y la muerte. Y en esta historia esa separación mide 300 metros, la distancia que separa la cámara mortuoria del hospital Nigurna de Milán de la sala de cuidados intensivos de neonatología.

En la primera se encontraba hasta hace pocos días el cuerpo sin vida de Cristina, una mujer que hace dos meses y medio sufrió un derrame cerebral que la dejó clínicamente muerta y que ha sido mantenida artificialmente con vida durante 78 días a fin de que pudiera dar a luz a la niña que llevaba dentro, tras lo cual han sido desenchufadas las máquinas que mantenían sus constantes vitales. En la segunda, luchando aún por sobrevivir tras venir al mundo con un peso de tan sólo 709 gramos, se encuentra Cristina Nicole, su hija.

Y entre medias, un hombre: Tony. El pasado sábado, en apenas 10 horas, este italiano pasó de la dicha de convertirse en padre a la amargura (ya anunciada) de quedarse viudo. «Ya no sé ni cómo me siento. Voy a la cámara mortuoria y lloro. Y luego voy a la sala de neonatología y se me encoge el corazón de felicidad», admite. Aunque hay una cosa que Tony tiene muy clara: «Esa niña es lo único que tengo. En ella se concentra toda mi vida. Si ha nacido ha sido gracias a Cristina, a Dios y a los médicos de este hospital», sentencia secándose los ojos con el puño de la camisa. «Esta niña era muy deseada tanto por Cristina como por mí. Lo único que deseo ahora es poder llevármela pronto a casa»

La vida de Tony dio un volantazo inesperado el pasado 24 de marzo. Como cada mañana, él y Cristina se preparaban para acudir a sus respectivos trabajos: él como técnico de un laboratorio, ella como empleada de un centro de estética. Cristina, de 38 años y embarazada de 17 semanas, bebía tranquilamente una taza de café cuando, de repente, sufrió un aneurisma cerebral. En el hospital Niguarda los médicos no pudieron hacer nada por ella. Pero estaba la niña que llevaba dentro. «Yo quiero que viva. Hagan todo lo que esté en su mano para al menos salvarla a ella», suplicó el padre.

Los doctores decidieron entonces intentar un triple salto mortal: mantener artificialmente con vida a la madre por medio de máquinas hasta que el feto creciera lo suficiente como para poder venir al mundo. Objetivo: llegar como mínimo a las 29 semanas de embarazo, tiempo a partir del cuál consideraban posible la supervivencia de la niña.

Justo se habían cumplido las 29 preceptivas semanas de gestación cuando, el sábado 10, la presión sanguínea de Cristina sufrió una fuerte caída. Temiendo por la vida del feto, los galenos decidieron practicar una cesárea a la madre y hacer nacer a su hija. A las 5.21 horas del sábado venía al mundo Cristina Nicole. Poco después, a las 15.50 horas, los médicos desenchufaron las máquinas que mantenían artificialmente con vida a la madre, que, tras 78 días suspendida en un extraño limbo, fue declarada oficialmente muerta. Y en un último acto de generosidad, su familia decidió donar sus riñones, su hígado y sus córneas para trasplantes. «Estamos destrozados por su muerte. Pero al menos nos ha dejado un bonito recuerdo», dictaminaba la madre de la fallecida.

Ensañamiento

Muchos han acogido el nacimiento de la pequeña Cristina Nicole como un milagro de la ciencia. No en vano, sólo en 10 ocasiones anteriores los médicos han logrado traer al mundo a la hija de una mujer clínicamente muerta, y nunca tan diminuta como la pequeña Cristina Nicole. Sin embargo, hay quienes acusan a los médicos del hospital Niguarda de «ensañamiento terapéutico», es decir, de haber procurado a la madre un tratamiento inhumano y cruel, al no haberla permitido descansar en paz y haberla obligado durante 78 días a seguir artificialmente con vida. «Una mujer en cinta no es sólo un útero», clama, por ejemplo, la socióloga Chiara Saraceno, una de las más acreditadas estudiosas italianas de la familia. «No tener en cuenta la relación que la mujer embarazada establece con el ser que lleva dentro supone reducir a pura biología la relación madre-hijo. Las madres se ven así reducidas a cuerpos grávidos, a puro soporte biológico del feto».

Lo ocurrido cuenta, sin embargo, con la aprobación de la Iglesia. «Se ha adoptado la decisión justa», predica monseñor Vittorio, el capellán del hospital Niguarda. «Ni siquiera ha sido necesario consultar al comité bioético del hospital, porque en el caso de muerte cerebral la ley permite que se haga lo que se ha hecho», añade. Y el Vaticano, por boca de monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Pontificia Academia de la Vida, también ha bendecido la manera en la que se ha actuado. «Lo que se ha hecho no sólo estaba motivado sino que era un deber», sentencia. «Es lícito dar asistencia mecánica intensiva a una paciente a fin de salvar la vida de su hijo», explica, puntualizando que si la mujer no hubiera estado embarazada mantenerla artificialmente con vida habría sido no sólo una «actividad inútil y desproporcionada, sino también ilícita, al no ser respetuosa con la dignidad de la muerte».

Sin embargo, para muchos especialistas la postura de la Iglesia presenta importantes fisuras morales y éticas. «Cualquier uso de embriones excedentes constituye, según la Iglesia y según muchos laicos, un homicidio. Pero el ensañamiento técnico con el cuerpo de un ser humano es legítimo si este cuerpo contiene un útero y este, a su vez, un feto. El cuerpo de esa mujer ha sido reducido a un contenedor, primero de un feto y después de unos órganos para trasplantes, y ese reverso doloroso ha sido, además, negado por la frágil vida a la que ha dado luz. Como también se ha negado la soledad de esa niña, que se ha desarrollado en un cuerpo sin vida, sin relación», escribe Chiara Saraceno en un artículo publicado en el rotativo La Stampa.

Los médicos del Niguarda, obviamente, no comparten esa opinión. Y se muestran boquiabiertos ante la controversia: «La muerte cerebral de la mujer ya fue diagnosticada una hora después de su ingreso en neuro-reanimación», explica Luca Maria Munari, director sanitario del hospital. «Fue tras verificar que el feto estaba vivo cuando decidimos suspender por un tiempo la declaración médico-legal de la muerte de la paciente, efectuándola inmediatamente después del parto». Así, a efectos clínicos, no había ninguna diferencia entre el estado de la mujer antes de dar a luz y después: en ambos casos estaba muerta.

En Italia, para certificar la muerte cerebral de una persona, es necesario dejar transcurrir un periodo de seis horas, durante las cuales un equipo médico somete al paciente a una serie de controles. Entre las pruebas se incluyen tres encefalogramas, que deben ser clara e inequívocamente planos para que se pueda declarar la muerte cerebral. En el caso de Cristina esos tres encefalogramas eran completamente planos. Sólo que, en su caso y a fin de salvar la vida de la hija que llevaba dentro, la declaración oficial de su muerte se pospuso 78 días. Y así pudo nacer Cristina Nicole.

Así "criaron" al bebé

José manuel, el bebé del milagro español
 
Desde que en 1982 naciera el primer niño en el mundo gestado en el vientre de una madre cerebralmente muerta, esta proeza médica se ha intentado en una quincena de ocasiones. Diez de ellas, aproximadamente, con éxito. En la lista, que se sepa, sólo hay un nombre español. José Manuel, quien cumplió seis años la Nochevieja pasada, nació en el hospital gijonés de Cabueñes, 47 días después de que su madre -Milagros Lorenzo, 33 años cuando falleció- fuera declarada clínicamente muerta. El nombre del padre biológico del bebé nunca trascendió y el niño fue finalmente adoptado por su tía, Coral Lorenzo, y el marido de ésta, Antonio. Con ellos vive actualmente en la localidad asturiana de Piedras Blancas. La familia, sabedora de lo extraordinario del caso y del interés mediático que el niño despierta, lo protege con celoso hermetismo. Y eso que a su buzón ha llegado algún cheque ofertado a cambio de la historia. «No quiero decir nada porque no se sabe en el futuro cómo pueden llegar a afectarle las cosas», decía Coral a CRONICA cuando José Manuel aún se gestaba en el vientre de la madre muerta.
A las 12 semanas de gestación, Milagros Lorenzo sufrió un accidente de tráfico que la llevó al hospital. Su organismo, muy deteriorado por la adicción a la heroína -padecía hepatitis B y C-, no logró superar las lesiones y 10 semanas después sufrió una hemorragia cerebral irreversible. El equipo médico antepuso entonces la vida del bebé y decidió prolongar artificialmente la vida de la madre. Durante siete semanas el cuerpo de Milagros funcionó como una incubadora de carne y hueso. José Manuel, nació tras 29 semanas de gestación, con 1.296 gramos de peso y 34 centímetros de longitud. Al recién nacido la prensa lo bautizó como «el bebé milagro».