Los británicos creen que los llamados siete pecados capitales están desfasados y que habría que sustituirlos por otros más ajustados a nuestro tiempo. Según las respuestas de los participantes en un sondeo realizado por la BBC, de los siete pecados originales, sólo la codicia ha logrado sobrevivir.
De manera que la soberbia, la envidia, la ira, la gula, la pereza y la lujuria, considerados por la tradición cristiana como pecados mortales que acarreaban una condena eterna, se han visto desalojados de la escala de valores de estos ciudadanos, para dejar sitio a nuevas perversiones morales como la crueldad, considerada la falta más grave por un 39% de las personas consultadas.
El adulterio (11%), el fanatismo (8%), la deshonestidad (7%), la hipocresía y la codicia (6%) y el egoísmo (5%) completan la lista.
"Nos preocupan menos los siete pecados capitales y más las acciones que suponen daños para los demás. Por eso nos inquieta menos la ira que la violencia", asegura Ross Kelly, director del programa que llevó a cabo la encuesta en la que se refleja cómo ha cambiado la percepción de la gente respecto a los pecados capitales clásicos desde que, en el siglo VI, los enunciase el papa san Gregorio Magno. Hoy, al 41% de los hombres no les importaría pecar contra la lujuria, frente a un 26% de las mujeres.
Pero, ¿han cambiado realmente los pecados? ¿O lo único que ha sucedido es que se han transformado los escenarios y que las infracciones morales siguen siendo las mismas, porque en realidad la condición humana no ha variado...? Este tipo de preguntas ocuparon hace un par de años a un grupo de teólogos católicos reunidos en el Santuario de San Gabriel del Gran Sasso, a unos 120 kilómetros de Roma. Las jornadas tenían como objetivo "redescubrir la cara de Cristo en el sacramento de la penitencia", pero fue durante el seminario "Los medios de comunicación en la familia", donde abordaron un territorio inexplorado: Internet.
¿Es pecado bajar una canción de Internet? Los teólogos analizaron la crisis del sentido del pecado y advirtieron que el uso indiscriminado de la red no está libre de ocasiones pecaminosas. Constataron que frente a las nuevas realidades la noción de pecado ha caído en desuso o se ha relajado tanto que casi ha desaparecido en muchos individuos.
Así que, tras aclarar que no han aparecido nuevos pecados pero sí "nuevos modos de pecar", comenzaron a enumerar todas aquellas "ocasiones pecaminosas" que debieran ser contempladas en las confesiones de los fieles: usar programas sin la correspondiente licencia (piratear); crear y difundir virus informáticos; enviar e-mails anónimos o con direcciones y datos falsos; bajar ilegalmente de Internet música o películas; robar programas informáticos; enviar spam (nombre que recibe el correo indeseado o basura); ser un pirata informático y violar la privacidad y la seguridad de los sistemas informáticos; abusar del chat y dar falsas informaciones sobre uno mismo; crear o entrar en sitios pornográficos; y, finalmente, pero no el último, cometer adulterio a través de Internet en chats o en foros.
El problema es que muchos de estos comportamientos ante las nuevas tecnologías ni siquiera pueden ser considerados ilegales al no estar reglamentados. Así que, ¿quién puede sentirse realmente pecador?
"A medida que se amplían los espacios de la comunicación, la responsabilidad ética se hace cada día más amplia", explicó el sacerdote Sabatino Majorano, teólogo y decano de la Pontificia Academia Alfonsiana de Roma. Estos abusos también afectan a las relaciones interpersonales. "Quien pasa la noche chateando en vez de estar con el marido o esposa y los hijos, comete una grave falta. Peor aún si establece vía Internet una relación sentimental con otra persona", añadió el sacerdote antes de sugerir a los confesores que expliquen que algunos comportamientos que nos parecen intrascendentes pueden dañar a otras personas. "Se trata de ofrecer una ayuda a quien quiere vivir responsablemente la libertad que ofrecen los nuevos medios de comunicación".
El nuevo catecismo de la Iglesia Católica ya nos prevenía contra vicios tan modernos como la evasión de impuestos o el conducir borracho. Pero, ¿qué peso tiene en el imaginario social la idea de pecado? El filósofo Fernando Savater aventura una opinión: "Creo que es un concepto con un valor más higiénico y terapéutico que teológico. Sentimos como pecado toda aquella conducta que, por exceso, nos perjudica, prescindiendo de que los otros puedan considerarla un pecado o no.
Pero el hombre contemporáneo se siente a menudo muy alejado de la concepción tradicional del pecado. Y Freud tiene algo que ver con ello, ya que desde la divulgación de sus ideas, la culpa parece haberse difuminado entre una maraña psicológica. Así que, para aclarar un poco los conceptos, podría ser recomendable la lectura del "Diccionario de los Sentimientos", del filósofo José Antonio Marina, en el que nos muestra cómo la parte del cerebro que gobierna la inteligencia se adapta mejor y más rápidamente que la parte que gobierna los sentimientos —el sistema límbico—, por lo que en la cultura occidental se ha dado un corte o separación entre los sentimientos y la inteligencia, en general para minusvalorar aquéllos, menos controlables, en favor de ésta, más mesurable. Hasta el punto de que la palabra con la que los griegos designan el mundo afectivo es pathos, que pasa en castellano a "patología", que etimológicamente significa "ciencia de los sentimientos", pero que en realidad se usa como "ciencia de las enfermedades".
"Es muy interesante ver —explica Marina— la evolución de las listas de pecados capitales dentro del cristianismo. Por ejemplo en las listas que estudiaba yo en el catecismo, uno de los pecados capitales era la pereza. Y frente a la pereza estaba la diligencia, que significaba actuar con prontitud, hacer los deberes. Pero originalmente es una palabra que viene del verbo diligo, que significa amar, con lo que estamos diciendo: 'Contra la pereza, amor.'"
Pecadores
Alberto Amato
aamato@clarin.com
Los ingleses, que proponen reformar los siete pecados capitales, saben de qué hablan. Provocaron un cisma en la Iglesia porque uno de sus reyes no podía engendrar un hijo varón y quería divorciarse. Enrique VIII también sabía de pecados: era orgulloso, codicioso, envidiaba a los padres de varones, comía como un regimiento, era propenso a la ira y a decapitar a sus esposas, y también a la lujuria. La propuesta de los británicos no evita la condena eterna; más bien suaviza el sentido de los pecados tradicionales. Es casi un chiste, porque no son los pecados los que han cambiado. Son los pecadores. Y no es lo mismo. Lo que importa es que sepamos, siempre, que Dios es bueno. Y justo.
Entre la tolerancia y la comprensión
"Estoy de acuerdo que los pecados capitales deben ir ajustándose a nuestros días. Yo creo que de los 'nuevos modos de pecar', la hipocresía es el que menos le importa a la mayoría de las personas a la hora de cometer pecado. Es algo que se ve a diario. Y el menos grave es el fanatismo. Yo, por ejemplo, soy fanática de mi deporte".
Daniela Krukower, judoca.
"Pienso que la gente ya sabe que el adulterio, el fanatismo, la deshonestidad, la hipocresía y el egoísmo son pecados capitales. Pero lo que tendrían que comprender es que hacen daño, y no sólo a sí mismo, sino también al prójimo. Y es por eso que cada uno debe poner sus propios límites, para que podamos convivir".
Jean Pierre Noher, actor.
"El fanatismo es claramente un pecado capital de la globalización. Y fue potenciado en los último veinte años. Esto se ve en las guerras y atentados que ocurrieron en el mundo. Es claro que la sociedad como la conocemos hoy fue cambiando y los pecados han ido mutando. En tanto, el adulterio no me parece un pecado".
Roy Cortina, ministro del Gobierno Porteño.
"Vivimos de otra de manera y en otra época. Y creo que los pecados capitales originales se siguen manteniendo, mientras que los nuevos se suman. Hoy, al vivir en una sociedad más caótica todos estos pecados están presentes, y no sé si hay más. En lo personal, me parece que la pereza es, de todos, el que menos daña".
Carlos Espinola, windsurfista.
Una lista que no intenta ser completa
Ignacio Pérez del Viso * Sacerdote
Cada tanto se plantea el problema de la conveniencia de modificar la clasificación de los pecados para adaptarla a las nuevas situaciones.
Es una inquietud razonable. De hecho, en la historia de la Iglesia han habido algunos cambios, lo que nos lleva a pensar que no se trata de un dogma de fe sino de una tradición nacida de la experiencia.
En la Biblia, San Juan nos habla de tres tipos de concupiscencia, que engloban las diversas formas de pecado. Después se abrió el abanico, detallando más las especies. Desde el año 400 se habló de ocho pecados capitales.
Pero hacia el año 600 se dejó de contar el orgullo como pecado capital para considerarlo la raíz de todo pecado. Quedaron así los tradicionales siete pecados capitales, que pueden ser reagrupados según las tres concupiscencias.
El sondeo realizado en Inglaterra enumera los pecados que son considerados más graves hoy: crueldad, fanatismo, deshonestidad, hipocresía y egoísmo. De los siete capitales sobrevive sólo la codicia. En realidad, la lista tradicional de siete no pretende ser completa. Es un modelo práctico para reagrupar una infinidad de formas. Los pecados que merecieron mayor interés en el sondeo están incluidos en algunos de los siete.
Hay que reconocer que se dan "modas" según las épocas y las culturas: en el mundo latino han tenido prioridad los pecados sexuales, mientras que en el mundo anglosajón lo han sido los pecados sociales, como no pagar impuestos. Al confesarse, muchos en nuestro país enumeran faltas de lujuria, pero ni piensan en pagar en blanco el servicio doméstico. Por eso los sondeos pueden ser muy útiles para tomar conciencia de prácticas que una sociedad justifica en forma inconsciente.
* Jesuita. Profesor de Doctrina Social.