La investigadora estadounidense Beverly Whipple aseguró que el primero no siempre es visible y que el segundo se encuentra en la próstata. El punto G siempre se ha asociado con las mujeres, y la eyaculación, con los hombres. Pero la sexóloga estadounidense Beverly Whipple, descubridora del punto G femenino, no le teme al debate, y por eso asegura que estas verdades también lo son para el contrario: es decir, que los hombres poseen un punto G que responde maravillosamente al toque, y que las mujeres exhiben una eyaculación tan real como la masculina.
"Los hombres también tienen un punto G, que es la próstata. En las mujeres, es un área muy sensible que se encuentra en la pared interior de la vagina; las investigaciones demuestran que es, en realidad, el tejido de la glándula prostática femenina", asegura Whipple.
Esa zona tan particular, al ser manipulada, puede provocar orgasmos en el varón. "Al tocarla, aumenta de volumen, y la pareja se da cuenta", puntualiza. Hay dos vías para encender este botón: introducir un dedo en el recto del varón, o presionar fuertemente (sin causar dolor) en el sitio que queda entre el escroto y el ano. "Lo importante", insiste la investigadora, "es conocer el cuerpo; no enfocarse necesariamente en el punto G, sino encontrar lo que les gusta a ambos".
Igual, sin espermatozoides
El tema de la eyaculación femenina es polémico: algunos sexólogos la aceptan, otros dicen que es un mito. Pero no para Whipples, quien confirma que sí existe, y que se ha demostrado en diversos trabajos. Lo que ocurre, indica la experta, es que este líquido (entre 3 y 5 centímetros cúbicos) no siempre es visible; en otras palabras, puede mojar los genitales de la pareja luego del orgasmo, o confundirse con la orina la próxima vez que la mujer vaya al baño.
Tanto en el semen de ellos como en la secreción de ellas se han encontrado sustancias similares, tales como glucosa, fosfatasa ácida prostática y antígeno prostático específico (sí, lo leyó bien: las mujeres también poseen esta sustancia considerada exclusivamente masculina). Por supuesto, bromea Whipple, en la femenina no se encuentran espermatozoides.
Cuando le preguntan si en todas las vaginas hay un punto G, la científica responde que las evidencias demuestran que sí, pero que no todas saben cómo ponerlo en acción. "Es diferente la estimulación del punto G de la estimulación del clítoris. Con la del punto G, es como si te halaran hacia abajo; es un orgasmo que sientes con todo el cuerpo". Es tan poderoso este sitio, que "si es estimulado, produce un efecto bloqueador del dolor, que se siente durante el trabajo de parto y se ha evaluado en todas las especies".
Luego de tantos años dedicada a desentrañar la sexualidad femenina, Whipple subraya que lo más importante "es lograr la satisfacción. Las mujeres deben conocer lo que les gusta, porque todas son diferentes". En su opinión, "no se pueden extrapolar a las mujeres los hallazgos de estudios hechos en hombres, porque nosotras somos diferentes de los hombres".
Página 12
Un mundo de sensaciones
Beverly Whipple es la sexóloga norteamericana que desde dos décadas recorre el mundo tratando de compartir con la mayor cantidad de mujeres posible su descubrimiento: el punto G. Cuando se difundió su pretendida existencia, muchas voces se alzaron en contra: el punto, ubicado en el interior de la vagina, parecía retrotraer el avance realizado cuando el clítoris fue revalorizado y el orgasmo clitoriano dejó de ser “inmaduro”. Whipple sigue siendo una ferviente defensora de ese punto, aunque reivindica “todas las maneras de gozar”.
Por Marta Dillon
Hay quienes lo ven, y quienes no. Quienes pueden tocarlo –y sentirlo crecer– y quienes hurgan sin éxito en su búsqueda. Quienes creen en él -como si se tratara de un acto de fe– y los que aseguran que es sólo un mito. Están los que enseñan caminos para aprehenderlo y quienes denuncian que su sola mención es, casi, regresar a la época de las cavernas. ¿Es un ovni? ¿Acaso un vampiro? ¿Es Superman? ¡No! Es algo más divertido que todo eso, se trata, señoras y señoras, del punto G, ese bien ponderado y nunca suficientemente localizado ¿órgano?, que en lo profundo de la vagina aparece –o no– como la puerta al jardín de las delicias. Por lo menos eso es lo que asegura su redescubridora y propietaria del copyrigth, Beverly Whipple, quien desde 1980 viene anunciando la buena nueva a un mundo incrédulo que 21 años más tarde todavía se muestra indiferente ante la evidencia científica que esta sexóloga de 51 ha recopilado en su laboratorio.
¿Por qué? Para Whipple la respuesta es una suma de varias: la dificultad para hablar del placer de las mujeres, los estudios sexólogicos casi siempre conducidos por varones –y según sus propias pautas de sentir y gozar–, la resistencia de los médicos a ejercer sobre los pacientes cualquier tipo de maniobra que genere placer –eso, según Whipple ayudaría a enseñarles a las pacientes dónde tienen el punto G– y, sobre todo, el protagonismo excluyente del clítoris en el orgasmo femenino.
“Hubo muchas protestas sobre el trabajo que estamos haciendo porque cuando se había logrado desterrar la concepción de que el orgasmo conseguido por la estimulación del clítoris era inmaduro, después de que Masters y Johnson hicieran su investigación, llegamos nosotros con una nueva noticia, ¿qué pasó? Muchas voces, especialmente las feministas, dijeron ¿qué están haciendo?; ¿nos están regresando a la vagina de nuevo?; ¿nos están queriendo decir que el placer está centrado en la penetración? Y no es así, muchos de los estudios que hicimos tenían como sujeto a mujeres lesbianas porque creíamos que estarían más cómodas con lo que estábamos investigando que era la eyaculación femenina y el punto G. Tuvimos razón. No se trata de volver a la penetración como única fuente de placer sino abrir el arco de sensaciones múltiples que ofrece el cuerpo de la mujer. Es más, el punto G es localizable con más facilidad con los dedos, ya que el pene no siempre puede ejercer sobre la zona la presión necesaria para estimularlo.
Beverly Whipple, blonda, bajita y rubicunda, como la postal de esposa que cocina pasteles en cualquier serie norteamericana, no teme dar una y otra vez las mismas explicaciones. De hecho ése es su trabajo principal, andar por el mundo contando la noticia de la existencia del punto G y -como si esto fuera poco–, de su función como emisor de la eyaculación femenina –creer o reventar–, “sobre todo para aliviar a aquellas mujeres cuyas experiencias parecen contradictorias con lo que dicta la teoría. Hablar del punto G no quiere decir que hay que empezar a buscarlo o que ésa sea la manera correcta de gozar, sino ampliar nuestros conocimientos sobre la sexualidad femenina para no quedar atrapadas en un patrón único y monolítico, como si el orgasmo fuera sólo un reflejo lineal”.
Trabajo duro el de Whipple, porque no es al punto G como fuente de placer donde van dirigidos los cuestionamientos, sino a su existencia misma.
¿Será que algunas mujeres lo tienen y otras no? ¿Será muy, pero muy tímido? ¿Acaso no sería más práctico seccionarlo en una autopsia y mostrarlo como prueba fehaciente de que no se está hablando de ovnis sino de anatomía humana? Bueno, es que hay quienes lo han encontrado en autopsias y quienes no. Whipple cita a un médico en los Balcanes y a otro en la península ibérica; ellos lo vieron, lo describieron, lo seccionaron y lo mostraron. Según estas conclusiones, el punto G sería algo así como una próstata femenina que emite un líquido que comparte alguna propiedad química con el semen, pero, obviamente, no los espermatozoides.
–A esta altura no podemos dudar de la existencia del punto G, lo que no quiere decir que todas las mujeres encuentren allí el placer. Pero de esta posibilidad del goce dan cuenta tanto tratados milenarios de China, India y Japón, como estudios médicos anteriores al nuestro. El primero en describirlo fue Enrst Grafenberg y en su honor nombramos el punto.
El misterioso continente
En realidad Beverly Whipple no buscaba el punto G. Se topó con él como una evidencia. Corrían los años 60 cuando esta entonces profesora de la Facultad de Enfermería de la Universidad estatal de New Jersey se interesó en los estudios sexológicos desde el instante en que no pudo contestar la pregunta de un alumno. “¿Qué recomendaciones habría que hacerle a un paciente cardíaco sobre sexo?”. Beverly no supo qué decir, consultó con sus jefes de departamento a quienes les pareció irrelevante su consulta y allí mismo decidió seguir otro camino: el de la sexología. Años después, enseñando a las mujeres que asistían a su consulta las ventajas de tener un músculo pubococcígeo bien entrenado –para prevenir enfermedades y favorecer las “expresiones sexuales”– notó que muchas de las consultantes, aun teniendo músculos fuertes, se quejaban de incontinencia urinaria. Pero no en cualquier momento, ellas mojaban la cama cada vez que tenían un orgasmo. “Entonces empezamos a hacer investigaciones y descubrimos que estas mujeres tenían una zona sensible en su vagina que, cuando era estimulada, despedía un líquido por la uretra. Fuimos a los textos y descubrimos la descripción de Grafenberg y un aparatito intrauterino que este médico había desarrollado para ubicar la zona sensible”.
Como sujeto de investigación, Whipple y su socio, John Perry, convocaron a 400 mujeres y encontraron “que, estando acostadas e imaginando un reloj sobre el vientre, entre las once y la una, un área sensible que al ser estimulada se hinchaba, o sea que era un tejido eréctil”. ¡Voilá! He aquí el punto G. “Eso mismo lo podrían haber descubierto Masters y Johnson, pero resulta que ellos, buscando las zonas sensibles de la mujer, aplicaban caricias con un hisopo y sí, el clítoris puede sentir una caricia suave, la vagina no: para estimular el punto G se necesita una presión de moderada a fuerte”, dice Whipple y enseña sobre la palma de la mano cuanto hay que apretar para que el punto G dé todo lo que puede dar.
Whipple mejoró el aparato diseñado por Grafenberg para poder estimular artificialmente a las mujeres en su laboratorio, incluso a aquellas que teniendo dañada la columna vertebral habían perdido sensibilidad de la cintura para abajo. “¡Y estas mujeres también podían experimentar orgasmos aun cuando no sintieran el estímulo local!”, asegura la sexóloga. ¿Cómo lo sabe? “Medimos el orgasmo en el laboratorio, a través de la dilatación de las pupilas, la presión sanguínea, el ritmo cardíaco, las ondas cerebrales y los umbrales de dolor.”
–¿Cuál es la razón de medir los umbrales de dolor?
–Bueno, descubrimos también que la estimulación del punto G tiene un fuerte efecto de bloqueo del dolor. Esto es muy útil durante el parto, ya que el feto, al atravesar el canal vaginal, estimula este punto y alivia a la madre. Sin este bálsamo el parto sería mucho más doloroso. Pudimos comprobarlo también con diversas investigaciones, averiguamos que el principio activo de los picantes en las dietas inhibe esta potencialidad de la estimulación del punto G. O sea que en algunos lugares de México o de la India, por ejemplo, las mujeres sufren dolores de parto más agudos, por lo que recomendamos no comer picantes por lo menos hasta tres meses antes del parto.
–¿Cómo puede ser que personas que han perdido sensibilidad en la zona genital puedan experimentar orgasmos por la estimulación de esas mismas zonas?
–Eso lo hemos comprobado y no hace más que probar que no se trata de localizar aquí o allá las caricias sino de comprender que hay todo un mundo de sensaciones que se registran y que ni siquiera tienen que ver sólo con el orgasmo como si ése fuera el único objetivo. Hay que estar abiertas a las múltiples posibilidades que nos ofrece nuestro cuerpo antes que quedarse con un pequeño modelo. El clítoris es maravilloso; el punto G también y las fantasías también. Incluso es posible tener orgasmos sin una sola caricia, ya es hora de abandonar el patrón estrecho y monolítico al que nos acostumbraron los hombres que entienden el placer de una única manera. De hecho ellos también tienen dos tipos de orgasmo, el segundo se consigue con la estimulación de la próstata. Mis investigaciones apuntan a contener a aquellas mujeres que se sienten anormales porque no gozan de la manera en que se supone que hay que hacerlo.
Como prueba de esto, Whipple ofrece en su libro El punto G toda una serie de testimonios de mujeres que reprimían sus orgasmos porque mojaban la cama, que detestaban que les tocaran el clítoris o que sencillamente preferían siempre que las tomaran por atrás. “Todo esto puede ser una fuente de desgracias si una se siente diferente. La presión social es muy fuerte”. Beverly ofrece una serie de consejos a quienes deseen encontrar su punto G: solas en compañía, la mejor postura es en cuclillas, presionando sobre la cara anterior de la vagina (“se siente como una arvejita”). Si es de a dos hay ídem cantidad de posturas, la primera a horcajadas del caballero durante el coito; la otra es que él penetre a la mujer por detrás, al estilo de los animales. En cualquier caso, de no hallarse el punto en cuestión, no se habrá perdido el tiempo y habrá otras sensaciones que experimentar, como también recomienda Whipple, “cualquier cosa menos pensar que hay sólo una manera de gozar”.