El público se hace escuchar desde la sala. El texto que en los ensayos dominaba sin apuntador comienza a desordenarse en su cabeza. Mientras se acerca al escenario, las manos le sudan y una vergüenza incontrolable se mezcla con una gran dosis de ansiedad, autoexigencia, impotencia y miedo a que se abra el telón. Otro ataque de pánico escénico puso su mente en blanco en el momento menos indicado.
"Quienes transitamos los escenarios entendemos como pánico escénico a la situación de estar afectado por un gran miedo paralizante en el momento de aparecer frente al público", comentó la flautista Gabriela Conti, que desde 1995 estudia cómo manejar estas emociones en escena.
Pero esta situación, en la que la mente se ve desbordada por sensaciones que la traicionan de pronto, no sólo ocurre sobre el escenario. También puede ponernos en apuros al enfrentar una entrevista laboral, declararle los sentimientos a otra persona, pedir aumento de sueldo, rendir un examen oral o tener que proponer un brindis en familia...
"Por pánico escénico se entiende la experiencia de sufrir una inhibición psicológica que perturba la posibilidad de desempeñarme en el rol que estoy ejecutando. En sus formas más intensas, se da en situaciones con muchos testigos u observadores de mi «performance». Pero también ocurre en la charla con un amigo al que le quiero comentar algo y no lo puedo hacer por temor a qué dirá", explicó a LA NACION el médico psicoterapeuta Norberto Levy, creador del método de autoasistencia psicológica vigente desde hace 30 años.
Sea cual fuere la situación en la que se produce el pánico, destacó el doctor Levy, hay un elemento causal común: la evaluación que uno hace de sí una vez realizada la acción. "Si interiormente tengo un evaluador crítico que me abruma, descalifica y desvaloriza, esto se convierte en la causa de mi temor -explicó-. En cambio, cuando puedo producir un juicio que aún señalando mis errores me enriquece, no le temo tanto al juicio de los otros porque me apoyo y confío en mi propio juicio: sé que no a todos los va a gustar lo que haga."
Es que cuando ese evaluador interior que todos tenemos dentro es excesivamente desvalorizador, la persona recurre al juicio ajeno para neutralizar la autodescalificación. "Cuando uno es adulto, la función de evaluador que en la infancia tenían los padres, ahora la tiene dentro de sí y seguirá reproduciendo el modelo que experimentó", comentó el doctor Levy.
Pero para resolver el pánico a la exposición no es necesario rastrear su origen en la infancia. Basta con recrear un diálogo interno equilibrado entre evaluador y evaluado.
"El evaluador maduro es el que reconoce mi error y facilita el aprendizaje de la experiencia. La persona autoexigente, en cambio, es la que se castiga a través de críticas, acusaciones y descalificaciones. Este es el evaluador inmaduro que genera el miedo paralizante en una persona que está llena de inhibiciones en la vida por la amenaza del castigo interior."
Síntomas incontrolables
¿Cuáles son los síntomas fuera de todo control que activan señales de alarma para incomodarnos a último momento? Irónicamente, el pánico escénico arremete contra aquello que más vamos a necesitar, como la voz, las manos, las piernas...
"En músicos, actores, cantantes y bailarines observé que se manifiesta en el lugar del cuerpo que más afecta la tarea -señaló Conti-. Los ejemplos claros son que un cantante sienta falta de tonicidad en el diafragma y se le aflojen las piernas; que un violinista sienta temblor en el brazo que lleva el arco; que a un flautista le castañeteen los dientes, o que a un guitarrista le suden las manos. Estos síntomas, con el tiempo también pueden producir afecciones físicas, ya que es común encontrar artistas con problemas posturales, contracturas, tendinitis o nódulos en las cuerdas vocales."
Pero a no preocuparse porque no todo está perdido. Esas señales se pueden manejar si se aprende a reconocerlas. ¿Cómo? Prestándoles atención a las sensaciones displacenteras. "Pues por pequeñas que sean, son un aviso -dijo Conti, que logró manejarlas-. Ignorarlas, anestesiarlas o menospreciarlas agravará la situación. El miedo ignorado grita cada vez más fuerte para ser escuchado y aparecerán síntomas físicos".
En definitiva, según parece, no se trata de intentar controlar la situación, sino de indagar el origen interno del temor. "Sería como tratar de poner un dique que se verá rebalsado -apuntó la artista-. Incluir la variable control lleva a incluir su opuesto, el descontrol. En ocasiones, quien padece este pánico se avergüenza de ello y demora en consultar. También es frecuente que reciban respuestas tales como «tratá de que no se note», «disimulá» o «nadie se va a dar cuenta», que no resuelven el miedo y lo vuelven más complejo. Consultar con un profesional ahorrará un sufrimiento que tiene solución."