Medicina y arte

La alergia en la literatura

La alergia, como especialidad reciente, no ha tenido la oportunidad de sufrir los embates crueles que autores como Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita o Francisco de Quevedo dedican a la Medicina en general. Y fue el francés Marcel Proust –enfermo crónico de asma– el que mejor ha descrito la angustia y el sufrimiento de estos enfermos.

Autor/a: Dr. Ángel Rodríguez Cabezas*

Indice
1. Orígenes
2. En nuestros días

Cuando inicié la búsqueda bibliográfica para la elaboración de este artículo pensé que en la vasta literatura existente desde la antigüedad hasta ahora mismo, existirían muchas referencias a la alergia, rama de la medicina con reconocimiento oficial bastante reciente. Aquella hipotética creencia venía animada por la circunstancia bien conocida de que, desde que empieza la historia, los hombres que se dedicaron al oficio de escribir, tuvieron una obsesiva manía de ocuparse de los médicos, y no pocas veces con ánimo de zaherirlos. Ninguna rama de la Medicina, ninguna especialidad, se salvó de tan irónica crítica, por lo que intuí que los alergólogos estarían ampliamente representados en la literatura universal. No estaba en lo cierto. La alergia como especialidad reciente no tuvo oportunidad de sufrir los embates crueles de D. Francisco de Quevedo, el que más nos ataca sin piedad: "¿Tú sabes qué es Medicina? / Sangrar ayer, purgar hoy, / mañana ventosas secas / y esotro kirieleyson...".

Así pues, repasando las obras de los autores que hicieron pinitos poniendo precisa y preciosamente las palabras unas al lado de otras, desde que nuestra lengua empezó a consolidarse (Gonzalo de Berceo, que a los médicos llamaba ignorantes, o El Arcipreste de Hita) hasta los autores modernos, pasando por nuestros clásicos del Siglo de Oro, ocupé muchas horas en la búsqueda bibliográfica, encontrando escasas referencias a los equivalentes en cada momento histórico de los cuadros alérgicos que hoy conocemos. No es de extrañar. La Medicina como ciencia estuvo casi oculta durante muchísimos siglos y la salud de los ciudadanos encomendada a ministrantes, sanadores, sangradores, barberos, purgadores, algebristas y otros oficios similares con parecida nomenclatura graciosa y con inútiles y peligrosos recursos terapéuticos. Esta situación, como curiosa alquimia literaria, fue aprovechada por gran parte de los escritores de todas las épocas, desde Adriano que no dejó de escribir mal de los médicos ni en su propio epitafio: "Turba medicorum perii".

Por similar derrotero al expuesto transcurrieron mis investigaciones bibliográficas tratando de encontrar en la historia de la literatura referencias a los síntomas o signos de la alergia. El nacimiento de la Alergología como especialidad queda literariamente muy bien reflejado en el prólogo del Dr.

Inverosímil que Ramón Gómez de la Serna escribe para la primera edición: "No se conocía aún en España (1914), fuera de algunos especialistas de la psiquiatría que leían el alemán, el nombre y la doctrina de Freud, y la alergia y sus derivaciones eran mucho más desconocidas, pues hasta muchos años después no aparece en España el primer especialista de este novísimo camino de la ciencia".

Puesto que esta especialidad, como digo, es de reciente creación, intuí que los médicos generales o los físicos de antaño tratarían, sin saberlo, muchos procesos alérgicos, por lo que mis pesquisas debían dirigirse a encontrar en la literatura lo referente a la sintomatología alérgica. ¿Y cómo no iba a aparecer en las letras de los clásicos el picor, la disnea o el estornudo, premonitorio este último de la rinitis alérgica? De esta forma dirigí mi atención a la obra cumbre de nuestras letras, enfrascándome en la lectura de El Quijote, rebuscando y seleccionando su terminología médica.

Pues bien, como buscar una aguja en un pajar. Sólo 269 vocablos (incluidas repeticiones) de carácter médico aparecen en El Quijote, y tan solo una vez se hace mención a un síntoma relacionado con la alergia, un estornudo, pero para mi enojo además fingido (2ª parte, cap. XLIII). Bien es cierto que entre sus páginas aparecen los vocablos de carácter médico: algebrista, barbero, herbolario y cedulilla (receta), que hicieron que mi ánimo no se inundara por completo de tristeza y desánimo.

La ironía de Groucho

Continuando luego la búsqueda de textos literarios en relación con la alergia, y estando ya al borde de la desesperanza por no hallar más que respuestas hostiles de los hombres de letras hacia los médicos, me topé con gran sorpresa y no menos alborozo con la literatura marxista, pero la auténtica, la de Groucho, donde, en sus memorias (Groucho y yo) hace aparecer a un especialista en alergia que tiene chofer y cadillac. Es delicioso leer a Groucho Marx. Su literatura y sus actuaciones, toda una religión del absurdo, es la mejor terapéutica para desconectar de cualquier preocupación y desasosiego. Aquel hombre que practicó el humor hasta en el más allá ("perdone que no me levante", es su epitafio), supo hacer esperpénticas definiciones: "ser viejo es tener más ataques cardíacos que erecciones". Los diálogos del enfermo con su alergólogo son descomunalmente sublimes. Leyendo a Marx lamenté no haberme hecho alergólogo: "El del aparcamiento –puede leerse en el capítulo ‘El dilema del paciente’– me dijo que el hombre era médico. -¡Médico!, exclamé, ¿y puede permitirse un cadillac y un chofer? ¿Qué clase de médico? -Especialista en alergia –respondió el muchacho".

O cuando el médico general remite el enfermo al alergólogo: "-Soy médico, pero eso no es mi terreno. Déjeme que se lo explique. Es evidente que hay algo que no concuerda con usted. -No mezcle a mi esposa en esto –respondes un poco picado. (No es un chiste demasiado bueno, pero hay que recordar que tampoco él es un gran doctor)". Groucho se nos muestra en esta autobiografía como un distinguido intelectual que no tiene ningún rubor en reírse de sí mismo, aunque parece evidente también que aquella sociedad ineficaz, débil y carente de ideales mitificó su humor, necesitando, para salvarse, como dice Villena, que sobresaliera el absurdo, la parodia y la ironía.

Salvado mi primer escollo con el irónico impulso marxista, persistí en la lectura de "El doctor inverosímil" de Ramón Gómez de la Serna. Allí el Dr. Vivar, que sabía el nombre y calidad de todas las gramíneas y pólenes, vio cómo rebosaba su clientela al dar nombre científico a su especialidad: se había convertido en especialista en alergia.  En el ‘Dr. Inverosímil’ se describe la urticaria del beso de la novia, se cura a los enfermos con alergia al huevo, se analizan toda clase de polvillos con gran variedad de hongos, se sana al enfermo más difícil, Calatañazor, con alergia al yeso y se justifica bellamente la alergia al amor. "-Tiene usted razón, el amor es la única alergia a la que se sobrepone el hombre. Comienza por una indefensión y acaba por ser la vida del indefenso".

Agotada la lectura de Gómez de la Serna y del refinado intelectual paradójico, Marx, vuelvo obstinadamente a los clásicos y me encuentro con el sin par Quevedo que quiere ayudarme con los asmáticos resuellos en su poema Jácara, del "Desafío de dos jaques": "A la orilla de un pellejo, / en la taberna de Lepre, / sobre si bebe un poquito, / y si sobrebebe, / Mascaraque el de Sevilla, / Zamborondón el de Yepes / se dijeron mesurados / lo de sendos remoquetes. / Hubo palabras mayores… / Hubo mientes como el puño, / hubo puño como el mientes, / granizo de sombrerazos / y diluvio de cachetes…/ A la Puente Segoviana / los dos jayanes descienden, / asmáticos los resuellos, / descoloridas las teces…". Es evidente que no describe Quevedo la sintomatología de un asma bronquial, entidad desconocida como tal en la época, pero sí se aprovecha del término médico para narrar una circunstancia de los protagonistas del poema: la agitación respiratoria, la taquipnea (asmáticos los resuellos) derivada de la pelea habida entre ellos. En este caso la "alergia" prestó su terminología a la literatura para describir, como digo, una situación.

Y, sin abandonar el asma, y dando un brinco cronológico, tratando de organizar esta exposición con un razonable desorden, nos adentramos en la literatura del escritor argentino Abel Posse, ganador del Premio Internacional Rómulo Gallegos, autor de la frase "creemos en Iberoamérica, creamos en Iberoamérica", que imagina los padecimientos de Che Guevara, cuando asume la triple condición curiosa de médico, enfermo y guerrillero. Considerando que la literatura debe fomentar la impulsión de libertades, es fácil suponer que determinados autores, algunos lectores e incluso personajes, se beneficien con las licencias de la ficción. Así, en Los Cuadernos de Praga (Ed. Atlántida. Buenos Aires, 1998), pueden leerse valiosas entrevistas a amigos del Che, que se entremezclan con testimonios reales de su breve estancia en Praga. La enfermedad del Che se ofrece, no exenta de gran dosis de pesimismo, a través de los interesantes vericuetos de la personalidad guevariana. Penetrar en la personalidad del Che fue empeño que no lograron la mayoría de sus biógrafos de uno u otro signo. Sin embargo la literatura pudo hacerlo. Donde no llegó la historia llegaron las letras. "En mi caso la Compañera apareció temprano. La Dama del Alba. De algún modo la que me trajo a la vida, mi madre, me trajo a la muerte. Mi recuerdo de aquel día es muy vago, pero es el primer recuerdo de algo decisivo… Era un día frío, ya mayo, y ella me había abrazado con su pecho helado, donde allá al fondo palpitaba la tibieza de su corazón. Venía de nadar. Mi terror, seguramente, cedió poco a poco en la placidez, en el abandono, de dejarme morir sobre su tibieza, Inefable sensación de retornar a la muerte a través de la madre, realizando el camino inverso…Yo estaba lívido… y empezó, tal vez por primera vez, ese sonido ronco, profundo, involuntario, como un rugido o un ronroneo de gato. El asma. Asma para siempre…

Recordé las infinitas noches de angustias con mis padres en la penumbra, pendientes de mi mínimo jadeo… Y yo, el niño agarrado del hilo del aire que se adelgaza, que ya se extingue… Por momentos es padre de sus angustiados padres. Finge, los calma, hace una señal para indicarles que llega el aire. Pero es mentira, sabe que está solo luchando con el Minotauro invisible…

¿Cómo decirles (a los médicos) que lo mío era un asma sin Dios? ¿Que mi asma no había ido hacia la contemplación o la mística como el asma de los poetas o de los religiosos? En mí se había endurecido el asma del guerrero, que acecha y salta por encima de la debilidad de su enemigo, el cuerpo… Quien creó mi enfermedad creó mi vid".

A través de Posse, podemos observar cómo el Che, con un halo pesimista se refugia en su enfermedad para provocar una lucha con ella y salir, finalmente, fortalecido en su personalidad, porque, necesariamente, como decía la Celestina, de Calixto y Melibea de Fernando de Rojas: gran parte de la salud es desearla.