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El pecho mítico:
En la antigüedad era el significado de la inmortalidad a través de la lactancia.
Los faraones amamantaban de la diosa Isis.
Los machistas de la época (ya existían) para no ser menos le pusieron senos al dios Hapi, dios de la fertilidad que producía los desbordes del Nilo imprescindibles para una buena cosecha (el primer “travesti” de la historia).
La inmortalidad a través de la lactancia llegó a nuestros días con la veneración de la Difunta Correa.
Cuenta la mitología griega que Heracles para poder ser inmortal tenía que mamar de los pechos de Hera, pero ésta se oponía por estar celosa de Alcmena, madre de Heracles. Para cumplir con la citada inmortalidad, Hermes (siempre dispuesto) pone a Heracles en el pecho de Hera cuando ésta dormía. Al despertarse lo arroja violentamente, pero era tarde: la leche fluía de su seno y al esparcirse por el espacio dejó en el cielo una estela: la Vía Láctea.
En el santuario de Efeso se puede admirar una reproducción de la diosa Artemisa (antiquísima divinidad asiática de la fecundidad) coronado todo su tórax por cientos de pechos. Algunos machistas detractores dicen que no son pechos sino figuras de testículos de toros como símbolo de fecundidad; si bien puede ser cierto que “el toro solo bien se lame”, si sólo a él se lame, chau fecundidad.
El pecho guerrero:
Por antonomasia, las amazonas (a: sin, mazo: pecho) mutilaban uno de sus senos para tener más destreza con el arco y la flecha.
Mujeres guerreras, adoraban a Ares, dios de la guerra, según ellas de él descendían (me pregunto, para ser coherentes, porqué no eligieron una diosa?). Utilizaban a los hombres que conquistaban en sus guerras (me niego a pensar que la “conquista” era sólo por las armas) como esclavos o como “reproductores” que después mataban.
El pecho suplicante:
Cuenta César en sus Memorias que las mujeres galas de Avaricum imploraban piedad a los soldados romanos descubriendo sus pechos, no como provocación erótica, sino como gesto humillante de súplica, semejante al de las “passis manibus” (manos tendidas y suplicantes).
En la mitología griega, Téctafo, príncipe prisionero de Deríades, es condenado a morirse de hambre. Su hija Eeria lo visita en la cárcel y lo alimenta con su pecho. Ante este gesto Deríades, conmovido, perdonó a Téctafo.
El que no se conmovió fue Galeno, quien explicaba que la naturaleza otorgó pechos a la mujer para compensarla de la frialdad de su corazón. En realidad el bueno de Galeno no era más que un descendiente a-crítico de la teoría de Alcmeón de Crotona (médico pre-hipocrático) sobre la naturaleza seca y caliente del hombre y fría y húmeda de la mujer.
El pecho contradictorio:
Típicamente medieval, la Iglesia (como jerarquía opresora no como “eclesia”: asmablea del pueblo) por un lado lo sacraliza (aparecen las “Madonas lactantes”, cuyo paradigma podría ser el convento alemán de Worms, el Liebfrauenkirche, de cuyos viñedos en la actualidad sale uno de los vinos blancos más exquisitos, el Liebfrauenmilch: leche de la señora amada).
Pero por otro lado, es condenado como invención diabólica para el “desenfreno sexual” (¿de qué freno me hablan?).
El pecho francés:
Con las cortes reales francesas se produce el giro erótico del sexo (¿Con quienes sino con los franceses?):
A mediados del siglo XV Agnes Sorel, pintor de la cámara real, retrata a la amante oficial (la primera) de Carlos II, Rey de Francia, como una dama ofreciendo su pecho desnudo cual fruta tentadora para deleite del espectador.
Madame Pompadur (más que amante, consejera y estadista de Luis XV) llama al vidriero de la Corte y le pide que talle una copa usando como molde uno de sus senos.
¿Para qué? Según ella para que los cortesanos cuando en esa copa bebieran la sensualidad del champagne también “soñaran” la sensualidad de su seno.
El pecho ideológico y político:
En la Revolución Francesa, la República es representada por una mujer que descubre uno de sus pechos “democráticamente” a todos los ciudadanos.
Igualmente en la Primera Guerra Mundial, una mujer francesa como emblema nacional, se yergue desafiante ante un cañón alemán, con sus pechos desnudos y erguidos.
Para no ser menos, en los años treinta una propaganda nazi muestra una mujer amamantando a su niño (ario, por supuesto).
En la Segunda Guerra Mundial, en los regimientos aliados pululaban fotos con las “stars” más exuberantes de esos tiempos, para “levantar” la moral de los soldados (¿Nada más que la moral?).
El pecho mercantil:
Con la Revolución Industrial aparece una nueva opresión (en su sentido más lato) para la mujer: la corsetería como producción en cadena. A partir de allí podríamos decir parafraseando a Foucault: “senos esbeltos vendidos como corpiños”.
El pecho psicológico:
Freud mediante, los hombres en cierta medida son dignos de lástima. Difícilmente logran superar esa obsesión infantil con el seno femenino (materno y no materno) y se pasan la vida tratando de regresar (angustiosamente) al paraíso perdido.
El pecho de la liberación:
A partir de los sesenta (Mayo francés del 68 incluido) las mujeres se “liberan” de los corpiños, muestran sus senos sin falsas vergüenzas y admiten (eliminando pudores ancestrales) el placer sensual que produce amamantar (menos mal que la abuela ya no vive, porque se moriría del susto).
El pecho pornográfico:
Con sentido “empresario” y como contrapartida de lo anterior aparece la “industria” pornográfica exultando más que exaltando el seno femenino.
A diferencia del erotismo, la pornografía es actuada, compulsiva (hasta maníaca), desafectivizada y mercantilizada.
Es una nueva (en realidad no tan nueva) explotación y subordinación de la mujer.
El pecho de moda:
Los dictadores (más que los dictados) de la moda les imponen a las mujeres (sin preguntarles su opinión) cuándo los pechos chicos y cuándo los pechos grandes, olvidándose que la estética no pasa por los tamaños sino por la armonía (perdón don Botero).
Según los historiadores de la moda, estas alternancias ocurren cada cincuenta o sesenta años, o sea que frente a la abultada cuenta de una cirugía plástica está el económico recurso de la espera (y de una enorme paciencia).
El pecho posmoderno:
A partir de los implantes mamarios (en 1.997 en U.S.A. se “sometieron” a ellos 120.000 mujeres a un costo superior a los 700 millones de dólares) los senos femeninos pueden ser vistos como un “viaje a la hiperrealidad” en el sentido de Umberto Eco.
En la posmodernidad (término polisémico si los hay) por primera vez en la historia accedemos a un pensamiento no-platónico. Sucumbió la ontología de Platón, no va más la alegoría de la caverna, ya no hay distinción entre realidad e ilusión. Aparece una nueva epistemología: la realidad ilusoria (¿o la ilusión real?).
En este contexto, cirugía plástica mediante, esos pechos que vemos, ¿son o los hicieron?
¿Son realidad o ilusión?
Parafraseando a Leonardo de Gorgonzola: ”¡Oh Señor, lástima grande que no sea verdad tanta belleza!”
Conclusión:
Después de este “periplo mamario”, cabe preguntarse:
¿A quién pertenece el pecho femenino?
¿Al lactante que se alimenta, al hombre (y por qué no a la mujer) que lo acaricia, a jueces morales (generalmente hipócritas), al dictador de la moda que lo regula, al pornografista que lo degrada, al cirujano que lo modela?
Creo que a ninguno de ellos; perteneció, pertenece y pertenecerá a la mujer por derecho propio; derecho que, como hemos visto, ha sido avasallado y subordinado históricamente.
Paradojalmente, esta pertenencia cobra sentido y vigencia a través de una enfermedad: el cáncer de mama.
Efectivamente, con las campañas masivas de prevención al explorar y examinar sus senos, la mujer comienza a tener sentido de realidad y pertenencia de los mismos: “estos son mis pechos y yo decido sobre ellos”.
Curiosamente una enfermedad y su riesgo de muerte re-significan el cuerpo. Como decía Laín Entralgo: “estoy enfermo, luego tengo cuerpo”.
A modo de colofón:
Que nadie se llame a engaño (como diría Borges) pensando que esta significación nosogénica del pecho femenino cierra la historia del mismo.
Sería una visión pesimista; por el contrario, abre un nuevo camino de mayor trascendencia.
Una conmoción biográfica en lo individual puede llevar, paradojalmente, a una elevación vital: después de un desgarrador desengaño amoroso Berlioz escribió la Sinfonía Fantástica; enterado de su sordera total e irreversible, Beethoven hizo lo propio con su Novena Sinfonía y así muchos ejemplos más.
Del mismo modo, en lo social también está la posibilidad de elevarse: en el caso concreto que nos ocupa, esta re-significación de su cuerpo puede ser un acicate más para que las mujeres continúen de-construyendo una construcción social machista del género femenino.
De tal manera, como objetivo final, serán las propias mujeres que construyan su propia identidad de género.
Fuentes:
“Historia del pecho” Marilyn Yalom. Tisquets, Bs As. 1.998.
“Post-televisión” Alejandro Piscitelli. Paidós, Bs As. 1.998.
“Mitología griega y romana”. Pierre Grimal. Paidós, Bs As. 1.981.
“Historia de la Medicina”. Albert Lyons y Joseph Petrucelli. Doyma, Barcelona, 1.980.
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