¿Cuál es el sustento científico del método que usted promueve para enseñar a dormir a los niños?
Dos ideas subyacen al método: por una parte, el descubrimiento desde el punto de vista biológico de la organización del ritmo de sueño de los bebés en los primeros meses de vida. Sabemos que hay un grupo de células -el núcleo supraquiasmático del hipotálamo- que actúa como un reloj, es decir: es el que hace dormir de noche y estar despierto de día. Este reloj, cuando el bebé nace, no está sincronizado con el ritmo ambiental (sol y oscuridad) lo cual genera un ritmo de vigilia-sueño anárquico: el recién nacido duerme un ratito, se despierta, vuelve a dormir... Este grupo de células necesita un tiempo de transición (alrededor de 5 o 6 meses) para madurar. Pasado ese tiempo, el núcleo supraquiasmático está preparado para dar la orden de dormir entre 11 y 12 horas durante la noche y tres pequeñas siestas durante el día. Lo que se ha descubierto es que, para que se produzca este cambio biológico, este "reloj" necesita que le den "cuerda". Una "cuerda" es interna e incluye la secreción de melatonina - una hormona que se segrega durante la noche- y las variaciones de la temperatura corporal -que se hace más baja durante la noche y sube durante el día-. Pero hay otra "cuerda" que se relaciona con los estímulos externos: los horarios de las comidas, la influencia de la luz, etc.
¿Las dificultades para dormir en los niños pequeños se relacionan con la "cuerda" interna o la externa?
En primer lugar hay que decir que el 70% de los niños hace esta transición sin problemas: alrededor de los 6 meses duermen toda la noche y sus tres siestas durante el día.
Pero hay un 30% de niños que necesitan ayuda. En el 99% de los casos, son niños completamente normales física y psicológicamente, y no es que sean "mimados" o "caprichosos": es que su reloj biológico todavía no está sincronizado. La única ayuda que podemos ofrecerles es operar sobre los sincronizadores externos, ya que no podemos administrarles melatonina o hacer descender su temperatura corporal. Entonces, se trata de ayudarlos a adquirir el hábito del sueño.
¿Cuál es su propuesta para enseñarles ese hábito?
Luego de analizar los estímulos externos que necesita el niño y en un trabajo conjunto entre médicos y psicólogos, encontramos un modo. Primero, recurrimos a la psicología y a la comprensión de la definición de lo que se considera un hábito. Hábito es algo que no sabemos hacer y que aprendemos a partir de la repetición. Por ejemplo: lavarse los dientes con un cepillo, esquiar, andar en bicicleta, tomar la sopa con cuchara y dormir correctamente.
Por supuesto, podrán decirme que el hambre expresa una necesidad del cuerpo; sin embargo, a comer bien se aprende. Y el hábito que se adquiera dependerá de factores culturales: en Japón comen sentados en el suelo con un bol y unos palitos, y eso se considera correcto en ese contexto. Con el sueño pasa lo mismo, podemos enseñar lo correcto según la cultura: en algunas los niños duermen con sus padres, en otras se les enseña a dormir solos. No hay costumbres buenas y malas: depende del contexto cultural.
¿Qué elementos son los apropiados para enseñar el hábito del sueño?
Para enseñar se utilizan dos ayudas externas: elementos externos asociados (para comer: un vaso, un plato una cuchara) que quedan en poder del aprendiz durante todo el tiempo que dura el hábito. Otro punto externo que da seguridad es la actitud del que enseña. El niño siempre capta lo que el adulto le transmite: no necesariamente las palabras. Este es el punto clave del método.
¿Por qué considera tan importante que los elementos externos queden en poder del niño durante todo el tiempo que dura el hábito? En el caso de la comida, es claro, pero ¿en el caso del sueño?
Los elementos externos que asociamos generalmente al sueño infantil son muy diversos: les damos la mano, los mecemos, les damos agua... Como ya quedó dicho, es muy importante que todos los elementos externos queden a disposición del niño mientras dure el hábito. Y si le damos la mano no podemos dejar toda la noche nuestra mano en su almohada... Entonces el niño se despierta -no porque esté enfermo, ni porque tenga dificultades psicológicas- y reclama la mano independientemente de la edad que tenga. ¿Y qué hacen los papás? Un día le dan la mano, otro lo levantan, otro le dan agua... Es como si un día le dieran la comida en la bañadera, otro en el suelo: hacen al niño inseguro con su hábito.
¿Cuál considera el eje fundamental de este proceso?
Sin lugar a dudas, el secreto está en la seguridad del que enseña. Nosotros les damos pautas a los papás para que ellos transmitan seguridad. Tomemos nuevamente el ejemplo de la comida: cuando un papá le da de comer a su hijo, le pone el babero, le acerca el plato y una cuchara. Quizá lo primero que el niño haga es meter la mano en el plato o escupir la comida. Pero no por eso el papá cambiará su actitud. Al otro día lo volverá a sentar, le pondrá el babero y repetirá las mismas acciones: no dudará. ¿Qué pasaría si el papá dudara? Si pensara que el chico no comió porque él se equivocó, lo sentaría en la bañadera, o en el piso, y le daría una pajita en lugar de una cuchara... Así le transmitiría inseguridad, y no lograría enseñarle correctamente.
El método propone una rutina para que los papás transmitan seguridad.