Participación

Un cuento para compartir

El Dr. Juan Enrique Cavilla, habitual usuario de IntraMed, nos envió un cuento que quiere compartir con nuestros lectores. He aquí sus palabras.

Autor/a: Por José Enrique Cavilla

Se sufría un febrero caluroso, húmedo, pesado y a pesar que su casa estaba bien
ventilada tenía sensación de falta de aire, desde donde ella vivía hasta el parque había
una distancia de 100 mts.  

Le encantaba sentarse en el césped y recostarse contra los troncos de la arboleda que da sobre la calle 64.  Además del clima había algo que la tenía incomoda, angustiada, deprimida.  De llanto fácil, las lagrimas brotaban lenta y permanentemente, de sus profundos ojos negros, sin convulsiones, sin muecas.

Esporádicamente algún hondo suspiro, o un lento parpadeo que terminaba en una
prolongada ausencia, solo interrumpida  por el camino de sus perladas lagrimas.  Ese
día estaba particularmente disgustada.  Se notaba contracturada, sus músculos faciales
le daban un gesto adusto a su rostro que tenía tendencia a ser dulce  y jovial.  Y sabía,
por que, desde hacia años tenía conciencia de la inutilidad de una vida estéril.

Poseía comodidad, confort, algunos lujos, una hija adoptada legalmente, sus padres
vivos y sanos;  un esposo amante, dulce y cariñoso, diez años de vida matrimonial sin
sobresaltos lindos viajes, buenas vacaciones había estudiado idiomas, podía hablar con
fluidez, ingles, francés, italiano y castellano, más su infertilidad la trastornaba.  Todos
los valores materiales y espirituales se encontraban subordinados a éste sentimiento de
inutilidad vital, a la carencia de sus sueños maternales, a la falta de caricias de un ser
gestado en sus entrañas. 

Su hija adoptiva posiblemente era lo mas importante en sus sentimientos, en sus afectos, su esposo, era su gran amor y no lo cambiaría por nada en el mundo, pero no sentir la gestación, el no vivir el parto, no haber dado de mamar, no haber hecho todo lo imaginable que se hace por un hijo, la hacía sentir mutilada.

Médicos generales, ginecólogos, obstetras, parapsicólogos, tarotistas, curanderos
habían sido consultados, test, exámenes molestos y hasta posiblemente vergonzantes
habían sido efectuadas y nada denotaba una anormalidad.

Esa tarde había compartido la siesta con su esposo.  Pero...  ya estaba perdiendo el
interés, sentir ese instante de pasión el que invariablemente empalidecía con la
pregunta : ¿después, qué?  Todo era pequeño, inútil, secundario ante la ausencia de lo
más deseado, de lo no tenido.  Mientras todo esto pasaba por su mente, reclinaba su
espalda en el árbol sentada sobre el mullido césped el hilo de lagrimas mojando sus
mejillas, más arriba de ella, algunos metros, un revuelo de hojas y alas de pequeñas
ramas y de plumas caían sobre su pelo.

Por un instante el aturdimiento provocado por los aleteos, los chillidos y la extraña
lluvia que venía desde arriba la sacaron de su pesadilla, sacudió la cabeza para hacer
caer todo lo depositado sobre ella y de manera involuntaria brotó una sonrisa en su
cara, posiblemente pensando en la picardía y el jolgorio de los pájaros. 

Ya se había restablecido la paz en lo alto sólo se escuchaban algunos prolongados arrullos signo inequívoco del clímax logrado.  Una pluma que danzaba haciendo balanceos y piruetas en el aire ponía el punto final a la romanza aviaría.  Y esa pluma cansada de su sensual y erótica danza, se recostó suavemente apoyándose en la blanca palma de sus manos sobre  la infertilidad de su cuerpo yermo.  En ese momento cuando aún mantenía la
sonrisa  y las lagrimas eran dos cuentas de diamantes pendientes en su mejilla. 

En ese preciso instante se transformo.  En su cara había un fulgor giocondino  era la imagen de un sensual estado de gracia, placer ,quietud, éxtasis, triunfo, los músculos estaban relajados, los labios entreabiertos  permitían mirar parte de una prolija dentadura, los
ojos casi cerrados eran  solo dos líneas, que dejaban ver el brillo diáfano de sus pupilas
azabaches.  Sintió que un flameante calor le provocaba una lascivia que la bañaba en
transpiración.  Sus mamas se hincharon y en lo más profundo de sus entrañas de
hembra estéril sintió un erótico, gozoso  y sorprendente derrame de champaña y que un
torrente burbujeante la inundaba, hundía la depresión para dejar el paso a la alegría de
la vida.

Pasaron los días y su cuerpo se modificaba rápidamente.  Penso en una
menopausia precoz. Muchas veces volvió al mismo lugar del parque donde abundaban los árboles de ocozol tratando de sentir la misma sensación, ninguna tan vital e intensa como el día que milagrosamente una alocada pluma se poso en sus manos. También fue al ginecólogo. Siempre guardo la pluma junto a su seno, como un talismán hasta que el manotazo inconsciente del primogénito se lo arrancara.

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