El hospital Pedro de Elizalde
De guardia en la ex Casa Cuna
El centro pediátrico cumplió 223 años y es el de mayor antiguedad.
Fuente: La Nación
Ni el severo deterioro del edificio ni los avatares económicos que lo desabastecen de a ratos impiden que el hospital preserve su prestigio. O que continúe realizando prácticas de alta complejidad. Además de su función asistencial, mantiene alto el espíritu de amparo que heredó de la Casa de Niños Expósitos, fundada en 1779 por el virrey Vértiz y que dio origen al hoy hospital de pediatría. Dos o tres veces por año, todavía ahora, recibe bebes que aparecen abandonados en su escalinata. En la guardia médica, Melisa llora cada vez que ve un delantal blanco. A los diez meses, su corta experiencia hospitalaria le anticipa que pueden volvera a pincharla, si se descuida. A sólo un metro de allí, Wanda se ríe por las cosquillas que le provoca el estetoscopio. Es su primera visita y las máculas (manchas) del cuerpo no le producen dolor.
Ramón pregunta cuándo dejará de toser, mientras la mamá guarda en la cartera la muestra gratis del antibiótico que le dio la pediatra. Y los padres de un bebe tratan de comunicarse con los médicos. Son coreanos y no es fácil para ellos explicar cómo ni cuándo comenzaron las convulsiones.
Las urgencias se alternan con cuadros gripales. "La pediatría tiene desde siempre dos períodos críticos, el verano y el invierno. La diarrea estival se va superando, con la lactancia materna e hidratación oral. Pero persisten las patologías respiratorias invernales. Tenemos ocupado el 90% de las camas", observa el doctor Juan Carlos Ramognini, director del hospital.
Visitas recurrentes
Alrededor de las dos de la mañana, la guardia parece tranquilizarse. El mate ameniza la conversación, y algún médico aprovecha para dormitar un rato, sentado.
Sólo durante 2001 internaron 9216 niños. La cifra va en aumento, y se prevé llegar a fin de año con más de 10.000 internaciones, el 75% de ellas procedente de la zona sur del conurbano bonaerense, castigada por la pobreza y la falta de asistencia.
"El hospital se llena de niños con recursos escasos. Aquí son compensados, pero vuelven a un medio precario. No se alimentan bien, pasan frío y no pueden cumplir con el tratamiento. Entonces, vuelven diez días después con un cuadro más severo", apunta Verónica Rossi, pediatra suplente de guardia.
Los chicos de la calle también constituyen una visita repetida, aunque esperan situaciones extremas para acercarse. Las consultas son por heridas o por drogadicción, y suelen mentir acerca de su edad, rebajándosela, para ser aceptados en un hospital pediátrico y protegerse legalmente, ya que por disposición municipal no pueden ser denunciados.
"Algo parecido ocurre con la violencia familiar. Generalmente, es motivo de consultas encubiertas. Hacemos la denuncia en los casos evidentes. Si lo presumimos, lo derivamos a un servicio interdisciplinario del hospital, integrado por médicos, psicólogos y asistentes sociales", explica Juan José Forgar, médico titular de guardia.
Cerca de las tres de la mañana el sobresalto reaparece. Un médico interno acaba de ver cómo se le escapó de las manos la vida de una paciente. Intentó reanimarla dos veces. Tenía tres años. Tenía el virus del sida, como su mamá, que falleció el mes pasado, y su hermanita de seis meses, que duerme en la cama de al lado.
Por un instante la impotencia se adueña del espacio. Pobreza, ignorancia, falta de prevención, hambre. La desigualdad dificulta las sonrisas, pero la infancia no permite el desánimo. "Hay gente que viene al hospital más que nada a buscar comida. Cuando la mamá entra en confianza, nos cuenta que su hijo pasó dos días sin comer -apunta Alicia Neusster, médica titular de guardia-. Muchas veces no quieren que demos el alta de los chicos. Acá tienen techo y cama, están calentitos, les damos comida. Uno se pregunta cómo quieren quedarse, pero lo ven como un hotel cinco estrellas, a pesar de las carencias edilicias." Y las carencias no son pocas. Para ir a terapia intensiva hay un solo camino: atravesar un extenso patio descubierto. Con lluvia o con frío.
En 1994, el Concejo Deliberante de la ciudad de Buenos Aires aprobó una completa renovación, cuya licitación recobró vigencia en estos días y vuelve a entusiasmar a los médicos, que ya vivieron más de una postergación.
Como en los demás hospitales de niños, las mamás comparten la internación con sus hijos. Pero el sueño se aleja una y otra vez. A las cinco, Mónica pasea por el pasillo de una sala. Su hijo de nueve años está internado con gastroenteritis. "Me dijeron que se curará pronto -comenta-. Cuando vi que le ponían el suero, me asusté. Pensé que estaba grave. Pero la doctora me dijo que era para hidratarlo. Y tenía razón. Media hora después, Axel era otro nene." Su hijo espía de reojo los dibujos animados en la pantalla sin sonido.
Sólo el rugir de un ascensor o el andar de una camilla interrumpen el silencio y la soledad. Hasta que el llanto de un bebe estremece el ambiente. Nadie se acostumbra al gemido infantil. La licenciada Alba Palacios, supervisora de enfermería, comenta: "Nosotros también tenemos familia. Aquí aprendés que nadie está exento de nada. Si te queda algo de lo que ves, cambiás. No podés engancharte con cosas banales".
Sobre las seis, el hormigueo diurno se reanuda. Una larga fila de pacientes espera la entrega de turnos para consultorios externos. Familias que viajaron dos o tres horas y esperarán otro tanto para ser atendidas en el viejo hospital de Barracas al que siguen llamando Casa Cuna.