Durante siglos, las civilizaciones han conocido y cultivado la noción de que la buena salud comienza con unos hábitos alimentarios correctos y sistemáticos y la práctica de un ejercicio físico adecuado. Así lo confirma la ciencia antigua, al igual que el conjunto creciente de datos epidemiológicos que indican que los hábitos alimentarios y la práctica de ejercicio físico de intensidad moderada pueden reducir la frecuencia de ataques cardíacos, accidentes cerebrovasculares, diabetes tipo 2 y determinados cánceres. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que, para 2020, las enfermedades no transmisibles serán la causa de más del 70% de la carga mundial de morbilidad.
Los países de ingresos medios y bajos sufren las mayores repercusiones de estas y otras enfermedades no transmisibles (el 77% del número total de muertes causadas por enfermedades no transmisibles se produce en los países en vías de desarrollo). Estas naciones están luchando por controlar las repercusiones de las enfermedades infecciosas y, simultáneamente, la carga cada vez mayor que suponen para la sociedad y para los sistemas de salud las enfermedades no transmisibles. La actividad física, unida a una dieta saludable y a la evitación del tabaquismo, constituye un medio eficiente y sostenible de promover la salud pública en los países de ingresos medios y bajos.
En este sentido, los encargados de formular las políticas sanitarias no pueden eludir la cuestión de la prevención, habida cuenta de la eficacia con que permite salvar vidas.
Sin embargo, por el momento no afrontan esa cuestión seriamente. A pesar de que la prevención fue lo que más contribuyó a la obtención de beneficios sanitarios en el siglo pasado (sólo el 5% de los 30 años que se añadieron a la esperanza de vida durante el siglo se pueden atribuir a los adelantos de la medicina clínica), la mayoría de los estudios sobre gasto sanitario indican que a la prevención se dedica menos del 5% de los recursos.
Mediante el Día Mundial de la Salud, la OMS aspira a alentar un debate sanitario mundial sobre el cambio epidemiológico observado en la evolución de la carga mundial de morbilidad y sobre los factores que alimentan esa tendencia. Al tiempo que los países se esfuerzan por enfrentar la doble carga que suponen los cánceres, las enfermedades cardiovasculares y los ictus, además del sida, la tuberculosis y la malaria, la OMS propone que se entable un debate sanitario mundial acerca de la transición epidemiológica en la carga mundial de morbilidad y de los factores que estimulan ese proceso de cambio. La actividad física, un factor esencial del cambio, es el tema principal del Día Mundial de la Salud 2002.
La falta de ejercicio físico es una causa importante de enfermedades cardiovasculares, de diabetes y de obesidad. La OMS estima que la inactividad física conduce a más de 2 millones de defunciones al año. Probablemente, una tercera parte de los cánceres pueden prevenirse adoptando una alimentación sana, manteniendo un peso normal y haciendo suficiente ejercicio a lo largo de toda la vida. Según estimaciones, nada menos que el 80% de las cardiopatías coronarias prematuras se deben a la falta de ejercicio físico, unida a una alimentación inadecuada y al tabaquismo. En países tan diversos como China, Finlandia y Estados Unidos, distintos estudios han mostrado que incluso un cambio relativamente moderado del modo de vida es suficiente para prevenir casi un 60% de los casos de diabetes tipo 2.
En Estados Unidos, la obesidad provoca 300.000 muertes cada año, cifra que sobrepasan únicamente las defunciones relacionadas con el tabaco. En muchos países de América Latina, del mundo árabe y de Asia se registra un alto índice de obesidad. En algunas islas del Pacífico Occidental los índices son particularmente altos. Se calcula que en China cerca de 200 millones de personas podrían ser obesas en los próximos diez años.
Además, la actividad física regular reduce el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares o cáncer de colon hasta en un 50%, en igual porcentaje el riesgo de padecer diabetes tipo 2; contribuye a prevenir y a reducir la hipertensión y la osteoporosis, reduce el riesgo de padecer dolores lumbares, estrés, ansiedad y sentimientos de depresión y soledad; contribuye al bienestar psicológico, ayuda a prevenir o a controlar, especialmente entre los niños y los jóvenes, los comportamientos de riesgo como el consumo de tabaco, alcohol u otras sustancias tóxicas, los regímenes alimenticios poco saludables o la violencia.
La comunidad de salud pública que se ocupa de la prevención tiene que afrontar el problema de la alimentación equilibrada en un mundo donde las personas están extremadamente desnutridas. Mientras que la falta de alimentos es un asunto de gran importancia en sectores muy amplios de la sociedad, los datos muestran que son igualmente peligrosos el exceso calórico, la falta de actividad física y la obesidad, así como las enfermedades crónicas que causan.
En este sentido, la actividad física puede ser un medio práctico para lograr numerosos beneficios sanitarios, ya sea de forma directa o indirecta. A ello se añade que, según las conclusiones preliminares de un estudio de la OMS sobre factores de riesgo, los modos de vida sedentarios son una de las diez causas fundamentales de mortalidad y discapacidad en el mundo.
Los niveles de inactividad física son altos en prácticamente todos los países desarrollados y en desarrollo. En los primeros, más de la mitad de los adultos no son suficientemente activos. En las grandes ciudades en rápido crecimiento del mundo en desarrollo, la inactividad física es un problema cada vez mayor. Las aglomeraciones, la pobreza, la delincuencia, el tráfico, la mala calidad del aire y la falta de parques, de instalaciones deportivas y recreativas y de lugares para pasear hacen de la actividad física una opción difícil.
Incluso en las zonas rurales de los países en desarrollo los pasatiempos sedentarios, como la televisión, son cada vez más populares. Inevitablemente, ello se ha traducido en un aumento de la obesidad, la diabetes y las enfermedades cardiovasculares. Las enfermedades crónicas son ahora la principal causa de mortalidad en todo el mundo, a excepción del África Subsahariana.
Los regímenes alimenticios insanos, el exceso de calorías, la inactividad, la obesidad y las enfermedades crónicas asociadas son el mayor problema de salud pública de la mayoría de los países del mundo. Los datos obtenidos en las encuestas sobre salud realizadas en todo el mundo son notablemente similares. El porcentaje de adultos sedentarios o casi sedentarios se sitúa entre el 60% y el 85%.
Es evidente que la inactividad física es un problema importante de salud pública que afecta a un ingente número de personas en todas las regiones del planeta. Es por ello que se necesitan urgentemente medidas de salud pública eficaces para potenciar la actividad física y mejorar la salud pública en todo el mundo.
En el informe de un cuadro de expertos de la OMS se afirma que los gobiernos no pueden, por sí solos, prevenir ni tratar la obesidad, ni fomentar la actividad física. La industria alimentaria, los organismos internacionales, los medios de comunicación, las comunidades y los individuos tienen que colaborar para modificar el entorno de modo que este propicie menos el aumento de peso.
El Día Mundial de la Salud 2002 es una de esas plataformas de promoción del cambio de política al más alto nivel. La campaña pondrá de manifiesto la manera en que las personas y las comunidades pueden influir en su propia salud y bienestar de diversas formas. Asimismo, mostrará que el camino hacia el futuro de la salud pública que deben seguir los encargados de formular las políticas y los proveedores de asistencia sanitaria es invertir en la prevención y no sólo en los tratamientos curativos.