La fiebre es una conducta respuesta de los seres vivientes ante una acción o una agresión que desequilibre su interior y/o sus interacciones con el medio ambiente (28-29).
A través de la historia siempre existió la controversia acerca de sí la fiebre resultaba beneficiosa o perjudicial (2-4).
Kluger, en 1980, la define como una elevación activa de la temperatura corporal (30) que disminuye la morbilidad, aumenta la sobrevida (31), mejora algunas funciones inmunológicas (3) y modifica otras.
Sin embargo, hay efectos desfavorables, como el aumento en el gasto metabólico (5), el mayor trabajo pulmonar (32), cardíaco (6, 33) y los dolores musculares que acompañan a la fiebre (4) y las convulsiones asociadas.
En la normotermia el punto de ajuste y la temperatura corporal coinciden (30) (Gráfico 2).
En la fiebre, sube en primer lugar, el punto de ajuste y luego cronológicamente la temperatura corporal con el escalofrío por el redireccionamiento del flujo sanguíneo (30).
En la hipertermia el punto de ajuste es normal y la temperatura corporal, elevada por una absorción de calor desde una fuente externa o por acción de una droga, sin una adecuada disipación (30). Fiebre e hipertermia no son sinónimos.
Así, describimos un mecanismo que llamamos efervescente, porque responde en la infección elevando la temperatura corporal para mejorar las defensas. Superada la agresión, ocurre su desactivación. La elevación térmica tiene un techo, razón por la cual es excepcional la hiperpirexia, que es la situación clínica con temperatura rectal igual o superior a 41 1° C, en que el mecanismo efervescencia-defervescencia autorregulable, parece superado por alguna circunstancia de gravedad (34).