Desde mediados de los años cincuenta se registran en la literatura ensayos para probar la utilidad de la psicoterapia en sus diferentes formas y es posible constatar en las últimas dos décadas un aumento significativo de los estudios en tal sentido. En tren de especular, podrían mencionarse por lo menos tres motivos para esta explosión de investigaciones acerca de la apoyatura empírica de las prácticas psicoterapéuticas, además de la propia evolución científica que, coherentemente, las llevaría a operar cada vez con mayor fundamento y precisión.
Dentro de esos motivos, dos de ellos podríamos catalogarlos como "presiones externas". En primer lugar, el auge de los psicofármacos - el desarrollo de medicamentos cada vez más variados y potentes y las expectativas también elevadas depositadas sobre los mismos - que actuarían como una virtual competencia al momento de elegir y financiar los tratamientos frente a un problema determinado en el campo de la salud mental. En segundo lugar, y relacionado con esto último, la creciente importancia de los criterios de índole económica, como ser la evaluación de costos y la distribución de recursos, al momento de organizar la asistencia.
Teniendo en cuenta estos dos factores, los defensores de los procedimientos psicoterapéuticos se han visto obligados en los últimos años a fundamentar y explicar porqué éstos deberían ser tenidos en cuenta "en lugar de" o "junto con" los tratamientos psicofarmacológicos y a la vez justificar la rentabilidad de los mismos, o para ser más claros, el hecho de que se está pagando por algo que realmente sirve y que en determinados casos puede ser más económico que otras alternativas de tratamiento (nota 1).
El tercer motivo que mencionábamos, a diferencia de estos factores externos, tendría que ver con un fenómeno propio del ámbito de la psicoterapia, a saber, la proliferación de procedimientos y dispositivos de tratamiento diferentes, con la consecuente necesidad de establecer mecanismos para decidir en cada caso su eficacia general (o sea si esa forma de tratamiento en particular funciona efectivamente) y su especificidad para los diferentes tipos de problema (vale decir, cuál es el mejor procedimiento para cada tipo de problema). A tal respecto no es fácil establecer una estimación acerca de la cantidad de modelos de psicoterapia existentes al momento - algunos autores hacen referencia a números que alcanzarían 400 formas diferentes (17) - pero es claro que se trata de un número elevado y esto convierte en lícita la pregunta acerca de si todos ellos son eficaces y si cualquier forma de psicoterapia es aplicable a cualquier tipo de trastorno.
Ahora bien, es claro que, a diferencia de lo que ocurre con otras prácticas de salud encuadradas dentro del paradigma biomédico, no existen en el caso de las psicoterapias criterios claramente consensuados ni una tradición de discusión acerca de qué tipo de evidencias y procedimientos deben acumularse para considerar fundamentado empíricamente un tratamiento psicológico. En este contexto, podemos rastrear un rango de opiniones que oscila entre aquellos que consideran imposible o improbable esta empresa por entender a la psicoterapia como un proceso particular, subjetivo y eminentemente cualitativo (y que por ello no puede cuantificarse ni compararse) y aquellos otros que sostienen la necesidad de asimilar los protocolos de investigación a los estándares más estrictos en términos metodológicos y estadísticos como si se tratara de probar la eficacia de un fármaco o cualquier otra terapia médica.
Así el objetivo de este trabajo será revisar los diferentes criterios y argumentos propuestos con relación al problema del fundamento o base empírica de las psicoterapias. Desde el punto de vista metodológico, el foco estará centrado en las diferentes clases de pruebas necesarias para obtener los resultados más significativos. Por otro lado, desde un punto de vista pragmático, la discusión girará en torno a la pregunta de para qué es necesario realizar estas tareas, o dicho en otros términos, cuál sería el impacto de estos resultados en la práctica clínica cotidiana.