El tema no es, por cierto, elegante y tal vez por eso no encuentra fácilmente lugar ni en los medios de comunicación ni en la formación de los futuros médicos. Pero lo cierto es que las parasitosis intestinales son una verdadera endemia, que se acrecienta con las malas condiciones de vida, aunque no es imprescindible ser pobre y desnutrido para convertirse en una víctima más de estos invasores de nombres poco amigables: giardas, oxiuros, botrocéfalos tenias, lamblias...
Según el doctor Carlos A. Rau, presidente de la Fundación Parasitológica Argentina, formado en la Universidad Autónoma de México ("en nuestro país -se lamenta-, la parasitología no es una especialidad y en la Facultad de Medicina de la UBA se la enseña sólo cuatro meses"), más del 50% de los chicos argentinos sufre alguna parasitosis.
"Pero datos de la Cátedra de Parasitología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Tucumán -agrega Rau- revelan que en esa provincia es aún peor: el 87% de los niños y los adolescentes tiene parásitos. Entre los más chicos, las parasitosis causan retraso de crecimiento, desnutrición, problemas madurativos, alteraciones de conducta y bajo rendimiento escolar, consecuencia, a menudo, de un déficit de atención. El handicap puede marcarlos de por vida."
La gente menuda está más expuesta a contagiarse por sus hábitos de vida y costumbres. Están más tiempo en el piso que los mayores, se interrelacionan más con mascotas, juegan más con tierra y suelen tener hábitos de higiene menos incorporados.
Sin embargo, la contaminación de las aguas, la falta de cloacas y el hecho de que el Río de la Plata sea un enorme receptor de deposiciones humanas (nada más y nada menos que 4000 toneladas por día) explican la enorme difusión del problema.
La inmunidad y la nutrición influyen en la respuesta a la infección: por eso las parasitosis hacen verdaderos estragos entre las poblaciones más carecientes. Las migraciones ayudan a la difusión de parasitosis en los ámbitos urbanos. Aunque aquí hay que hacer justicia: los perros ensucian Buenos Aires con 200 toneladas de materia fecal por día. Como no tenemos la sana costumbre de los orientales (quitarse los zapatos antes de entrar en casa), llevamos a los enemigos pegados a nuestras suelas...
Piel, rostro, uñas
El doctor Rau señala que, como la estrategia de los parásitos es vivir de los otros, las parasitosis sólo matan en casos muy graves (en el mundo mueren 2,5 millones de personas al año, pero hay casi 1350 millones de infectados); no obstante, afectan crecientemente la calidad de vida de los afectados.
El parasitólogo comenta que existen pocos laboratorios especializados en diagnóstico parasitológico. "Por eso, muchos casos pasan inadvertidos, y hay pacientes con años de infección diagnosticados por asma, epilepsia o psoriasis cuando en realidad sufren una parasitosis con impacto respiratorio, neurológico o dermatológico."
El tratamiento, explica Rau, no es costoso ni complicado. "Pero hay que hacer un buen diagnóstico y elegir bien la medicación -dice-. No se combate igual giardas que oxiuros. Y siempre se debe tratar a toda la familia."
Además de una cantidad de síntomas indicadores, el doctor Raus dice que tras varias décadas de trabajo aprendió a distinguir a las personas que tienen años de parasitosis por su piel, su pelo y sus uñas.
"Tienen una cara, diríase, desprolija -explica-. Con manchas, granitos, irritación alrededor de los ojos y la nariz, a veces herpes, a veces aftas o boqueras. Suele haber caspa o seborrea y caída o mal crecimiento del pelo. Y si miramos las uñas con una lupa, seguramente estarán llenas de rayitas, puntitos y manchas blancas... Tienen superficies desniveladas. Una uña en dedal , así se llama, habla de una parasitosis intestinal de, por los menos, cinco años de antigüedad."