La pandemia del virus ha desencadenado una crisis global que trasciende largamente el sistema sanitario y afecta a toda la humanidad. Es claro también que no es una crisis aislada sino que es parte de una crisis ambiental y civilizatoria más profunda, más duradera y más difícil de superar. Una situación que nos plantea una encrucijada histórica y por lo tanto una oportunidad: seguir por el mismo camino o cambiar de rumbo.
Como miembros del CONICET y de la Universidad Nacional de Córdoba, especialistas en temas de ecología, ambiente, salud, alimentación y sociedad, consideramos oportuno dar nuestro punto de vista acerca de la pandemia y abrir a la discusión posibles caminos a seguir y medidas a tomar cuando entremos a la “nueva normalidad” post Covid-19.
Las infecciones virales siempre han sido parte de la naturaleza, pero esta pandemia ha sido creada por nosotros o, mejor dicho, por nuestro modelo actual de apropiación de la naturaleza. Estamos avanzando sobre ecosistemas en donde nunca antes hubo un contacto estrecho y frecuente entre personas y animales silvestres. Lo hacemos, por ejemplo, al deforestar, abrir caminos a través de bosques, selvas o humedales; y al establecer poblaciones humanas, generalmente en condiciones precarias, en las fronteras forestales y mineras. Ahí los animales silvestres entran en contacto con animales domésticos y con la gente, todos en condiciones de alta vulnerabilidad, frecuentemente inmunodeprimidos. Bajo estas condiciones, es muy fácil que los virus muten e invadan nuevas especies, salten a otros animales silvestres cautivos, a los animales domésticos y a las personas. El resto lo hacen la globalización del tránsito de mercancías y personas, la persistencia de focos de pobreza, el hacinamiento y la vulnerabilidad en muchas regiones no cercanas a la fuente original del virus, como ocurre en nuestro país.
Por eso, aun cuando logremos controlar la pandemia de Covid-19, si las condiciones propicias para la expansión de este tipo de enfermedades persisten, probablemente surgirán nuevas pandemias. Estas condiciones son el avance de las fronteras de deforestación, el tráfico de animales silvestres (vivos o a través de sus productos), la cría industrial de animales domésticos bajo condiciones de hacinamiento y, sobre todo, las condiciones de precariedad y la agobiante pobreza a la que se ven expuestos amplios sectores de la población.
La pandemia Covid-19, si bien inédita en su escala y su inmediatez, no es un hecho aislado. El cambio climático global, el deterioro acelerado de la biodiversidad, la creciente desigualdad social y la concentración de la riqueza dentro y entre países, son todos síntomas de un mismo proceso subyacente, el modelo predominante de apropiación de la naturaleza y de relación al interior de las sociedades.
Esta crisis sanitaria ha creado un espacio para reflexionar. Para ver más claras algunas características y consecuencias del modelo, para identificar algunas cosas que creíamos imprescindibles y no lo son tanto y también algunas otras que, habiendo sido relegadas, resurgen como esenciales e innegociables. Por ello, no hay que volver a la “normalidad pre-pandemia”, ya que representa una situación ambiental insostenible y socialmente injusta. No tenemos por qué retomar la marcha en una dirección equivocada. Es más, existe el riesgo concreto de medidas de reactivación económica que aceleren la trayectoria hacia un futuro que no queremos: un mundo claramente peor para la enorme mayoría de la gente y los otros seres vivos en su interacción y dependencia mutua.
Algunos principios y acciones para la post-pandemia. La que sigue no es una lista exhaustiva y no pretende excluir otras propuestas convergentes. Más bien, se trata de algunos caminos hacia una nueva normalidad, aportados desde nuestras áreas de especialidad, que nos permitan superar los modelos previos y ayudar a construir un futuro mejor. Caminos que permitan trabajar sobre las causas que generan pandemias y deterioro ambiental y social, y favorecer condiciones más sustentables, justas y equitativas.
Proponemos:
- Garantizar el fortalecimiento y la aplicación efectiva de las normas ambientales vigentes. Un principio básico en medicina dice que, para curar, primero hay que comenzar por no dañar. Existen numerosas normas ambientales y sanitarias que se cumplen sólo parcialmente, o no se cumplen. Esto se ha exacerbado durante la pandemia, donde las instituciones estatales han reducido su capacidad de control efectivo. Es cierto que se ven más animales acercándose a parques y ciudades y un aire temporariamente un poco más limpio. Pero también en todo el mundo se han informado aumentos en el desmonte, la caza furtiva, la pesca ilegal y los abusos hacia los más vulnerables. Se podrían lograr avances importantes en salud y sustentabilidad simplemente garantizando que se cumpla lo que ya está legislado y no permitiendo que la pandemia sea usada como pretexto para relajar normas existentes.
- Adoptar el enfoque de “una sola salud”. Éste reconoce las interconexiones entre la salud de las personas, los animales, las plantas y nuestro entorno compartido. Por lo tanto, reconoce que los problemas de salud humana no ocurren de manera independiente de la salud de nuestros ecosistemas, entendiendo como tales no sólo a los ambientes naturales más prístinos, sino también a los espacios rurales y urbanos donde desarrollamos las actividades productivas y nuestra vida cotidiana, y donde coexistimos y nos relacionamos con otros seres vivos. Un enfoque de “una sola salud” contribuiría a una mejor toma de decisiones y a que éstas tengan en cuenta los costos y las consecuencias a largo plazo de las estrategias de desarrollo, tanto para las personas como para la naturaleza, ya que los procesos de salud-enfermedad no se pueden pensar separados del ambiente y las condiciones sociales. También supone ofrecer alternativas viables y sostenibles de trabajo digno y proteger la salud de los grupos sociales más vulnerables.
- Garantizar que las medidas de estímulo y reactivación económica post-pandemia propendan a la sustentabilidad y a la salud de la gente y la naturaleza. Es posible que, desde el punto de vista político, algunos consideren oportuno flexibilizar las normas ambientales y reforzar el apoyo a sectores con una larga historia de descuido por la salud humana y ambiental. Esto puede acelerar nuestra trayectoria en la dirección equivocada: más cambio climático, más deterioro de la biodiversidad, más desigualdad y nuevas pandemias. Muchas actividades que parecen ser un buen negocio en realidad no lo son si se tomaran en cuenta todos los costos involucrados, no sólo monetarios de corto plazo para un sector, sino también los sociales, ambientales y de salud para toda la población.
- Propiciar una transición hacia modelos económicos mucho más centrados en la sustentabilidad y el bien común. Los modelos basados en el crecimiento ilimitado, la estimulación constante del consumo y la obsolescencia programada son insostenibles. Es necesario reconocer que no es posible el crecimiento económico infinito en un planeta con recursos finitos y que el crecimiento no necesariamente implica el mejoramiento de la calidad de vida de la población en general. Para que esto suceda, deben concurrir políticas distributivas que, por ejemplo, apunten a mejorar las condiciones de empleo, salud, educación, alimentación, vivienda, y los derechos sociales. Y que a la vez garanticen el acceso a un ambiente seguro y saludable y a una relación plena con el resto de la naturaleza, los cuales son derechos inalienables de todas las personas.
- Transformar la matriz productiva y energética. Esto incluye a casi todas las actividades que desarrollamos en nuestra sociedad tales como producción, industria, comercio, minería, transporte, consumo y esparcimiento. Por ejemplo, la actividad agropecuaria deberá tener como primer objetivo la producción de alimentos sanos, seguros y nutritivos, que contemplen las tradiciones y hábitos de cada población, garantizando la alimentación de calidad de toda la sociedad. En su producción se deben minimizar los impactos ambientales y sociales. La agroecología ofrece una alternativa superadora, con claros beneficios ambientales, sociales y de salud. Lo propio ocurre con el sector energético, ya que dada la alta dependencia actual de combustibles fósiles y la necesidad de garantizar el autoabastecimiento es indispensable diversificar la matriz energética. Para estos desafíos se debe apostar al fortalecimiento de las capacidades científicas y tecnológicas del país. La transición hacia energías más limpias no admite más postergaciones.
- Desarrollar modelos de consumo que respondan a las necesidades reales de la población y que favorezcan el acceso de los sectores sociales más vulnerables. El modelo de consumo imperante es incompatible con un futuro viable y socialmente inclusivo. Mientras algunos sectores mantienen un altísimo nivel de consumo material que supera ampliamente sus necesidades, otros sectores no pueden acceder a los bienes y servicios más básicos e indispensables. Es necesario fijar políticas que desalienten el consumo de bienes y servicios superfluos y cuya producción (o sus desechos) sea perjudicial para la salud de las personas y los otros seres vivos. Los modelos de sociedad consumista se basan en fomentar el consumo irrestricto sin considerar el valor real de los bienes consumidos, y sin tener en cuenta que la producción de cualquier bien requiere materias primas, consume energía y genera residuos y contaminantes. Es necesario desacoplar la idea de bienestar y de éxito social individual y colectivo del consumo superfluo, cada vez más grande, y cada vez más acelerado. Y al mismo tiempo, se deben generar políticas que garanticen un piso de derechos para el acceso de los bienes y servicios básicos a todos los sectores de la sociedad.
- Integrar el cuidado de las personas y los demás seres vivos en todos los sectores de la economía y servicios. Un camino mejor implica no sólo mejores políticas de salud y ambiente. Requiere que, en las normas y prácticas en todos los sectores de la economía y los servicios, se tengan en cuenta la salud humana y el cuidado del resto de la naturaleza. Es preciso preguntarse cómo cada nueva medida, emprendimiento, o proyecto, en todos los sectores, como la agricultura, la producción de alimentos y otras mercancías, la generación de energía, el transporte, el desarrollo urbano y de la infraestructura, califica en función de estos requerimientos. Es necesario crear una nueva institucionalidad que permita reordenar los modelos de gestión política del Estado y que permitan articular acciones transversales entre las distintas instituciones. Cuidar las personas, cuidar la naturaleza, es el único camino que hoy conocemos hacia un futuro mejor. Es por lo tanto una inversión estratégica, no un gasto soslayable.
Un futuro resiliente, sustentable y equitativo es posible, pero para ello primero debemos permitirnos pensarlo. Y sobre esa base, implementar un cambio transformador. La creatividad, la abnegación, la solidaridad y el cuidado mutuo demostrados por la vasta mayoría de la población en esta crisis indican que es posible.
Sandra DÌAZ. CONICET – Universidad Nacional de Córdoba.
Alberto Edel LEÓN. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Carlos PRESMAN. Universidad Nacional de Córdoba.
Alicia GUTIÉRREZ. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Gabriel BERNARDELLO. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Marcelo CABIDO. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
María Angélica PERILLO. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Walter ROBLEDO. Universidad Nacional de Córdoba.
Laura VIVAS. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Daniel CÁCERES. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Mónica BALZARINI. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
Joaquín NAVARRO. CONICET - Universidad Nacional de Córdoba.
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