Escepticemia por Gonzalo Casino

Ciencia de bolas y bulos

Sobre el estudio de la propagación de la mentira y los factores de su viralidad

Autor/a: Gonzalo Casino

La mentira no parece tener las patas cortas, como dice el refrán, sino más bien largas. Efectivamente, la falsedad se propaga más lejos, más rápido y de forma más amplia y profunda que la verdad, como constató un estudio publicado en 2018 por investigadores del Media Lab del Massachusetts Institute of Technology en la revista Science (The spread of true and false news online). El análisis de la difusión por Twitter, entre 2006 y 2017, de unos 126.000 rumores, que fueron tuiteados por unos 3 millones de personas más de 4,5 millones de veces, mostró que la mentira es mucho más viral que la verdad. Mientras el 1% de las falsedades más propagadas se llegaron a difundir entre 1.000 y 100.000 personas, los mensajes verdaderos raramente llegaron a más de 1.000 personas.

¿Por qué la mentira tiene las patas más largas que la verdad?

Esta investigación no puede dar una respuesta completa a la pregunta, pero sí aporta algunas interesantes ideas sobre las diferencias observadas. La primera tiene que ver con la novedad, un rasgo que, según la teoría de la información, atrae la atención humana y ayuda a actualizar nuestra comprensión del mundo. Cuando los autores analizaron la novedad de los mensajes y la percepción de esta novedad en una muestra aleatoria de usuarios de Twitter, encontraron que las noticias falsas eran más novedosas que las verdaderas y que tenían un 70% más de probabilidades de ser retuiteadas que las verdades. La clave de esta mayor viralidad de las falsedades parece estar en las reacciones emocionales que provocaban: mientras los mensajes falsos inspiraban miedo, disgusto y sorpresa en los tuits, los verdaderos inspiraban expectación, tristeza, alegría y confianza. Y no cabe echar la culpa a los robots, que difundían con la misma celeridad las noticias verdaderas y las falsas. Lo cierto es que la falsedad se propaga más que la verdad porque, como subrayan los autores, los humanos –y no los robots– son más propensos a propagarla.

La verdad suele ser menos novedosa y se propaga peor que la mentira.

La base emocional de la viralidad de las noticias ya había sido estudiada previamente en un estudio publicado en 2012 en el Journal of Marketing Research (What Makes Online Content Viral?), con resultados concordantes. Sus autores, que analizaron el contenido de The New York Times durante tres meses, mostraron que la viralidad se relaciona con la excitación fisiológica que provoca el mensaje. Así, el contenido que suscita emociones muy intensas, tanto positivas (asombro) como negativas (ira, ansiedad) es más viral, mientras que el contenido que evoca emociones menos intensas (tristeza) es menos viral. Todo este conocimiento tiene indudable utilidad para diseñar campañas de mercadotecnia o propaganda, pero es también un paso necesario para comprender cómo se difunden las noticias falsas y cómo contenerlas y prevenir sus consecuencias. Para ello, asimismo, parece necesario aclarar el campo conceptual de la falsedad informativa: delimitar (o abandonar, como dicen algunos) el concepto de noticia falsa y diferenciar la desinformación (información falsa difundida de forma intencionada) de la información errónea por descuido o negligencia profesional.

En el caso de los bulos (del caló “bul”, porquería), bolas (una metáfora natural que alude a una cosa hinchada y, por tanto, falsa) y mentiras varias relacionadas con la medicina y las intervenciones médicas, estos entrañan un riesgo potencial para la salud de las personas. De ahí el interés general de médicos, científicos y comunicadores científicos por desenmascararlos. El problema, como apuntaba el estudio de Science, es que la verdad suele ser menos novedosa y se propaga peor que la mentira. Además, la verdad médica puede resultar a veces decepcionante, pues la ciencia está todavía lejos de ofrecer una respuesta con un mínimo grado de certeza a muchas de las preguntas de salud que interesan a la gente. Por ello, para lidiar con esta incertidumbre y con la proliferación de falsedades, quizá no haya mejor estrategia para que entrenarse en el pensamiento crítico.


Gonzalo Casino es licenciado y doctor en Medicina. Trabaja como investigador y profesor de periodismo científico en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.