A pesar de todos los pesares, los medios de comunicación mantienen todavía alguna autoridad sobre las demás fuentes de información. Digamos que conservan un cierto monopolio a la hora de determinar lo que es noticia, un concepto que podría definirse, en términos sencillos, como todo aquello que interesa a la población y que era desconocido hasta su divulgación. Esta definición parece clara hasta que uno se para a pensar en quiénes y cómo deciden lo que interesa al público. En este sentido, hay una anécdota, probablemente apócrifa, sobre un redactor jefe que pilló un bache con el coche, a resultas de lo cual se le cayó el café sobre el traje y llegó sucio y enfadado al periódico ordenando elaborar una serie de informaciones sobre el mantenimiento de las calles. Anécdotas aparte, si uno se para a pensar con cierto conocimiento de causa sobre lo noticiable, sobreviene el estupor.
Noticia puede ser, de entrada, todo aquello que es nuevo y de interés general, bien porque afecta a mucha gente o por su excepcionalidad. En este marco, la información médica es una auténtica mina para los medios. El universo de lo noticiable se acota con una serie de criterios sobre lo que merece ser noticia. Pensemos, sin ir más lejos, en el de proximidad: cuanto más cerca ocurre un hecho suele ser más noticioso (cinco muertos a la vuelta de la esquina o en las antípodas), en el de oportunidad (hay un interés público por el tema) o en el de imitación (los medios se vigilan y copian los unos a los otros). Y no nos olvidemos de otros ingredientes, como el sexo o el morbo, que son de lo más resultón para cocinar una noticia que vaya a ser ampliamente consumida.
Aparte de todo esto, hay otros factores que hacen de la selección de noticias un asunto mucho más idiosincrásico y descontrolado de lo que pudieran creer los profanos. Lo cierto es que la selección depende, en buena medida, de la intuición y la experiencia del periodista, aunque tiene siempre un punto azaroso (la sequía estival de noticias, por ejemplo). Y hay finalmente una serie de condicionantes de lo más espurio, como es la relación personal del periodista con el jefe de redacción, que es quien decide en última instancia lo que se publica y lo que no; los caprichos del redactor jefe, que puede confundir su propio interés con el interés general; las presiones de los anunciantes, o el interés personal o profesional del periodista que elabora la información.
Lo dicho hasta aquí bien vale para cualquier tipo de noticia. Pero hay razones para sostener que las noticias médicas no son iguales a las demás, como planteó en el New England Journal of Medicine el médico y periodista Timothy Johnson. Mientras el común de las noticias se basan en anécdotas, las científicas se apoyan en datos colectivos y estadísticas; mientras muchas noticias son hechos puntuales, las científicas suelen ser más bien un continuo; mientras en muchas áreas del periodismo se tiende a contraponer puntos de vista, en el médico y científico demasiado a menudo se dan por buenas las opiniones de los protagonistas sin matizarlas o contextualizarlas con otras, como si tuvieran un estatus de verdad revelada.
Por más que la ciencia y la medicina se hayan hecho un hueco importante en los medios de comunicación, el periodismo no se ajusta al método científico y, con frecuencia, ni siquiera a una metodología que evite los caprichos, sesgos y otras inconsistencias de la información. Igual que las obras de arte actuales son en cierto modo todas conceptuales, en el sentido de que llevan implícitas una pregunta y una respuesta sobre qué es el arte y por qué está pieza se afirma como tal, las noticias médicas que crean o airean los medios contienen inevitablemente la hipótesis de lo noticiable. ¿Es esto una noticia? ¿Realmente merece serlo? Aunque los medios están a merced de múltiples intereses, todavía mantienen la potestad de acreditar oficialmente una información como noticia. Sin embargo, está claro que no salen todas las que son ni todas las noticias que salen son realmente noticiables. Y esto es algo que habría que tener siempre presente a la hora de enfrentarse a una supuesta noticia médica.
Gonzalo Casino (Vigo, España, 1961) es periodista y pintor. Su curiosidad se enfoca hacia las confluencias del arte y la ciencia, el lenguaje y la salud, la neurobiología y la imaginación, la imagen y la palabra. Licenciado en Medicina, con postgrados en edición y bioestadística, trabaja en Barcelona como periodista científico e investigador y docente de comunicación biomédica, además de realizar proyectos individuales y colectivos como artista visual. Ha sido coordinador de las páginas de salud del diario El País y director editorial de Ediciones Doyma (después Elsevier), donde ha escrito desde 1999 y durante 11 años la columna semanal Escepticemia, con el lema “la medicina vista desde Internet y pasada por el saludable filtro del escepticismo”. Ahora ha reanudado esta mirada sobre la salud y sus intersecciones con la biomedicina, la ciencia, el arte, el lenguaje y otros artefactos en Escepticemia.com y en el portal IntraMed.