Por Facundo Manes. DIRECTOR DE INECO Y DEL INSTITUTO DE NEUROCIENCIAS DE LA FUNDACION FAVALORO
La reflexión sobre la conciencia causó fascinación a filósofos y teólogos por siglos, y también a estudiosos del derecho o el arte. En las últimas décadas, también fue un campo de estudio fundamental para las neurociencias.
Éstas han podido distinguir los procesos del estar despierto (“ wakefulness ”) y del estar alerta o consciente (“ awareness ”). El caso de Terri Schiavo, por ejemplo, paralizó a Estados Unidos: cuando uno veía la imagen de ella, una paciente en estado vegetativo, se mostraba despierta (sus ciclos vitales eran normales) pero no consciente (conectada con el entorno).
Estudios de resonancia magnética funcional y electroencefalografía determinaron que estos dos procesos dependen de sistemas cerebrales distintos : el estar despierto se procesa por sistemas más primitivos (el reticular y sus proyecciones al tálamo) y el contenido (la conciencia) es alimentado por redes evolutivamente más nuevas distribuidas en la corteza cerebral.
Pero el estudio sobre la conciencia no sólo contempla la distinción de estos dos grupos de procesos. Por ejemplo, no es lo mismo tener conciencia que tener una capacidad para poder inferir y comprender el estado de conciencia . Esto último depende de una red aún más compleja de circuitos neuronales. Una de las características básicas de un proceso consciente es la necesidad de tomar una decisión.
También existe una gran dedicación de las neurociencias para comprender la diferencia entre lo consciente y lo no consciente . Se puede decir, en principio, que la mayoría de los procesos cerebrales no son conscientes. Asimismo, información completamente ignorada puede influir sobre el procesamiento de la información atendida.
Imaginemos que estamos conversando en una vereda, concentrados en nuestra charla, cuando vemos pasar algo a una gran velocidad (una moto, un auto, un camión quizás). Esa brevísima entrada de información a nuestro cerebro no es consciente y, sin embargo, cuando medimos qué sucede en el laboratorio, se observa una muy breve actividad cerebral (apenas unos milisegundos) con características particulares de este fenómeno, que al prolongarse durante unos cuantos milisegundos más puede convertirse en una representación mental: sabemos que vimos algo, pero no sabemos qué es lo que vimos, generando así un fenómeno preconsciente .
Por el contrario, si logramos prestarle atención a ese objeto, aun si pasara a la misma velocidad, el estímulo lograría distribuirse en la compleja y difusa red de nuestra corteza cerebral, y entonces tendríamos conciencia sobre ese objeto que vimos.
Queda claro que lo consciente empieza donde termina lo no consciente. Nuevos estudios ayudarán a dilucidar cuál es este límite y cómo debemos interpretar sus implicancias clínicas, éticas y legales .
Sin embargo, las ciencias no podrán explicar totalmente la experiencia consciente, ni medir la conciencia intrínsecamente privada, invisible, esa experiencia subjetiva e íntima que hace al ser humano un fascinante mar de incógnitas que se navega a bordo de algunas respuestas.
¿Estar despierto o consciente?
La conciencia es todavía un enigma por descifrar
Ambos procesos dependen de circuitos cerebrales distintos.
Fuente: Clarin.com