Un modo muy argentino de hablar

El lunfardo: un celebración del lenguaje

La historia del lunfardo se remonta al origen de la personalidad porteña. Mezcla de idiomas, razas, clases sociales, es un vocabulario vivo y en permanente transformación.

Autor/a: IntraMed

Indice
1. Un vocabulario popular
2. Algunos ejemplos

¿Qué es el lunfardo?

José Gobello, en su libro Aproximación al lunfardo, explica por qué no considera al lunfardo un idioma, un dialecto ni una jerga: entre otras cosas, porque carece de sintaxis y gramática propias. Quien emplea palabras lunfardas, piensa en español, usando las estructuras y la gramática castellanas, y luego reemplaza una o más de esas palabras por sus sinónimos lunfardos. Así, el significado último del discurso no cambia, pero toma un matiz diferente. En español, la decisión de usar una palabra o un sinónimo también le da al discurso un matiz diferente; pero cuando reemplazamos la palabra española con un sinónimo lunfardo, el cambio es más evidente.

En su obra, Gobello da una definición de lunfardo: "Vocabulario compuesto por voces de diverso origen que el hablante de Buenos Aires emplea en oposición al habla general". Otro aspecto importante es que el uso de esas palabras es absolutamente consciente: uno sabe que existe la palabra mujer, pero a veces decide emplear mina; uno conoce la palabra dinero, pero en ocasiones elige guita. Esta podría ser una distinción entre lunfardismo y argentinismo: a veces, sin saberlo, usamos palabras con un sentido que no es el que aparece en el diccionario. Cuando usamos recova, no lo hacemos con la intención de darle a nuestro discurso un toque divertido, porteño, interesante, juguetón, o que nos haga aparecer como conocedores: simplemente, no conocemos la palabra soportal.

Al ser solamente un vocabulario, un conjunto de palabras (5000, quizá), es imposible hablar en lunfardo; sí es posible, en cambio, hablar con lunfardo. Esos miles de palabras son insuficientes para expresar la cantidad de ideas que, por pocas que sean, tiene una persona. Además, no sólo las palabras lunfardas son sinónimas de las castellanas, sino que son sinónimas entre sí: del total de palabras, una gran cantidad –una proporción mucho mayor que la del castellano– está referida al sexo, a las distintas partes del cuerpo, la comida, la bebida, el dinero, la ropa, el delito. De hecho, la imposibilidad de hablar en lunfardo es tan evidente que quienes usamos sus palabras, todos los porteños, en mayor o menor medida, usamos un porcentaje más o menos bajo de los términos lunfardos que conocemos (dependerá del contexto, del interlocutor, etc.); nadie en la vida real habla como Minguito, o como quienes quieren demostrar cuánta calle tienen, y usan un lunfardismo atrás de otro. Eso es claramente artificial, es mera caricatura; o, en, todo caso, cuando se tiene el talento de Carlos de la Púa, es literatura.

Es importante señalar que el lunfardo y el tango nacieron en la misma época y en el mismo lugar, pero han podido (y pueden) vivir el uno sin el otro.

En las últimas décadas del siglo XIX y en las primeras del siglo XX (aproximadamente entre 1875 y 1914), una gran inmigración europea llegó a la Argentina, y buena parte de ella se asentó en la creciente ciudad de Buenos Aires, especialmente en sus arrabales o en conventillos, donde tenían como vecinos a integrantes de las clases bajas locales. Así, en 1855 Buenos Aires tenía 92000 habitantes, y en 1914, 1576000. Entre 1869 y 1914, la población extranjera fue mayor o igual que la local; por ejemplo, en 1887 la ciudad tenía 432000 habitantes: 228000 eran extranjeros (138000, italianos) y 204000 eran argentinos.

El mayor número de extranjeros provenía de Italia (especialmente de Liguria) y España. Se trataba, en su amplia mayoría, de hombres jóvenes solteros. En 1869, de cada 5 varones de entre 15 y 35 años, cuatro eran extranjeros (dos de ellos, italianos). Se produjo de esta forma un fenomenal desequilibrio demográfico: en 1855, vivían en Buenos Aires 46000 hombres y 46000 mujeres; en 1887, 243000 hombres y 190000 mujeres; en 1914, 850000 hombres y 726000 mujeres. Estas condiciones fueron inmejorables para el auge de la prostitución.

Y a la hora de divertirse, los jóvenes extranjeros coincidían con los jóvenes criollos, los compadritos, en los prostíbulos. Allí, el inmigrante iba como cliente, y el compadrito, como cliente o como fiolo (proxeneta) de una o más mujeres. Con el paso de los años, también los extranjeros incursionaron en el negocio de la prostitución, especialmente franceses y polacos de origen israelita.

En estos sitios comenzó a tocarse y a bailarse el tango. Un pianista o un pequeño conjunto (aún sin bandoneón, incorporado en la primera década del siglo XX) amenizaban la tertulia y ejecutaban piezas bailables –algunas de ellas, tangos o “prototangos”– que las trabajadoras compartían con los clientes antes de pasar a las habitaciones. Varios de esos tangos tenían como letra coplas obscenas en las que no faltaban palabras lunfardas referidas al sexo. Fue en los prostíbulos, entre otros lugares de interacción, donde algunas de las palabras de los inmigrantes fueron escuchadas por los compadritos, y comenzaron a ser utilizadas por ellos.

Algunos periodistas, como Benigno Lugones y Juan Piaggio, tomaron nota del avance de estas palabras en el habla porteña y lo reflejaron en sus artículos; pero repararon fundamentalmente en las palabras usadas por los delincuentes, aunque este último acuñó la expresión "argentinismos del pueblo bajo". El mismo enfoque tuvieron investigadores como Luis Drago o Antonio Dellepiane, que publicaron sendos libros tratando el tema desde ese punto de vista. De hecho, la asociación entre este vocabulario y el delito se da a partir del nombre que se le dio a aquel: lunfardo es la palabra que usaban los ladrones para nombrarse a sí mismos. Ciertas palabras, en efecto, pertenecían a la jerga de los delincuentes, pero muchas otras correspondían al ámbito de la vida cotidiana.

Con algunas de esas palabras aportadas por los inmigrantes y con otras que circulaban en la ciudad provenientes del gauchesco se formó el lunfardo. El italiano se consolidó como idioma de toda Italia recién después de la segunda guerra mundial; en la época que tratamos, tenían amplia primacía las lenguas regionales, que eran las que hablaban la mayoría de los inmigrantes. Así, de las palabras traídas por quienes venían a hacer la América se destacan las que llegan desde los dialectos italianos (especialmente, el genovés), como amurar o biaba, junto con algunas francesas, especialmente las referidas a la vida nocturna –garçonnière 'vivienda de soltero', pris o prissé 'pulgarada de cocaína'–. También, las aportadas por otros grupos extranjeros (papirusa, del polaco; bondi, del portugués). Por algún motivo que desconozco, casi no hay palabras de las lenguas regionales españolas, pese al importante número de inmigrantes ibéricos.

A través del gauchesco llegaron indigenismos (cancha, pucho), afronegrismos (quilombo, mandinga) y arcaísmos españoles (aguaitar, espichar); en este grupo se cuentan palabras del caló (dialecto de los gitanos españoles) como araca y mangar, junto con palabras de la germanía (dialecto de los bajos fondos españoles del siglo XVIII) como runfla y taita. Con respecto a las palabras aportadas por los negros, no hay que olvidar que constituían un porcentaje importante de la población durante la primera mitad del siglo XIX. Estas palabras se consolidaron a mediados de ese siglo, debido a la interacción entre argentinos, uruguayos y brasileños en los ejércitos que pelearon tanto en guerras internas como en la de la Triple Alianza.

Además de esas dos ramas principales, integran el vocabulario lunfardo palabras inventadas (algunas, a través del intercambio de la posición de las sílabas, procedimiento conocido como vesre –ortiba, feca–, y otras de origen incierto, como mandanga o trolo) y palabras castellanas resignificadas (marrón 'ano', moco 'error importante'). Este tipo de palabras ha crecido en porcentaje dentro del conjunto de palabras lunfardas a medida que ha transcurrido el tiempo.

Si afirmamos que el lunfardo es sólo un vocabulario, un conjunto de sinónimos que cada hablante usa para dar un matiz a su discurso, esto se debe en enorme medida a la escuela pública. En efecto, el alud inmigratorio fácilmente pudo hacer que surgiera un nuevo idioma, o, al menos, un dialecto, producto del cruce de tantas lenguas, tantos registros; especialmente si tenemos en cuenta al menos dos situaciones: la falta de medios de comunicación masivos que ayudaran a fijar el castellano, y, sobre todo, los escasos conocimientos de los inmigrantes, en su amplia mayoría pobres, y en buena medida, casi analfabetos. Fue la escuela pública la que fijó el castellano como lengua de la Argentina, la que hizo que el cocoliche quedara reducido a la condición de habla de transición (el habla de quien está haciendo el cambio, adaptándose a un nuevo idioma); la que, en fin, hace que pensemos en castellano y sobre esas palabras ortodoxas, luego, decidamos salpicar el discurso con alguna heterodoxa.

Con los años, el lunfardo fue extendiéndose por todas las clases sociales, a partir de la difusión que le dieron las letras de tango, el teatro (fundamentalmente, los sainetes) y cierto periodismo popular, y debido, asimismo, a la movilidad social, que llevó a muchas personas que en esa época vivían en la pobreza a los estratos medios y altos de la sociedad.

Ese periodismo popular y los sainetes menguaron o desaparecieron hacia finales de los años 20, y la ligazón tango-lunfardo se hizo más notoria. En la década del 30, el tango, a través de la radio, llevó masivamente estas palabras a hogares donde con toda probabilidad se las conociera; pero, sobre todo, ayudó a darles cierta legitimación, ya que a menudo se las consideraba como algo a superar, algo que deturpaba el lenguaje, algo propio de las clases bajas.

Ya a mediados de la década del 20, comenzaron a surgir autores de letras de tango que prescindían de las palabras lunfardas, como Homero Manzi, que apenas las usa. Para ese tiempo, también, cambia, aunque sea parcialmente, la temática de los tangos, y éstos comienzan a abandonar lentamente las historias del bajo fondo (más propicias, a priori, para las palabras lunfardas) y se interesan por la nostalgia, como Manzi, o la moral, como Discépolo.

A comienzos de la década del 40, la presión de los grupos puristas se hizo sentir, y el lunfardo fue prohibido en la radio. No hubo una ley ni un decreto que lo censurara. Probablemente, se haya tratado de una orden interna, verbal o escrita, del organismo que regulaba las comunicaciones, o de una reinterpretación del marco legal vigente. Los autores debieron cambiar las letras de sus tangos que contenían palabras lunfardas, o resignarse a que no se los difundiera. Obviamente, los tangos compuestos en aquellos años carecían de lunfardismos. El gobierno de Perón, también de un modo impreciso, puesto que no hay documentos de ello, levantó la prohibición a finales de la década del 40.

A partir de mediados de la década del 50, el tango comienza a decaer, y junto con él todo lo referido a la cultura popular. Hay quienes resaltan la coincidencia temporal entre esta decadencia de lo popular y el derrocamiento del gobierno de Perón. Como fuere, los productos culturales difundidos por la radio y la novedosa televisión cambiaron; al mismo tiempo, fueron quedando atrás los lugares y las costumbres de los que hablaban los tangos.

Del tango al rock nacional y la cumbia:

Pero, a finales de los años 60, surge el llamado rock nacional, originariamente llevado adelante por grupos de jóvenes que no participaban de la masificación propuesta, y nuevas palabras comienzan a surgir. La cultura rock es el soporte en el que circulan palabras como pálida o copar. Si esas palabras pueden ser consideradas lunfardas es asunto de discusión. Personalmente, creo que un hecho que se produjo recién en la segunda mitad de la década del 80 permite juzgarlas como tales. Hablo de la masificación del rock –que fue lenta pero incesante en los 70, y exponencial a partir de la guerra por las Malvinas– y de su llegada a las clases bajas de Buenos Aires, junto con una revalorización de lo popular, en la que mucho tuvieron que ver Sumo, los Redonditos de Ricota y los grupos punks de la época.

La recuperación de la calle, de la vivencia cotidiana, la reivindicación de la estética de la ginebra de Sumo, la urgencia y lo explícito de las letras punks y el público que comenzó a seguir masivamente a los Redondos contrastaban radicalmente con las alucinaciones solipsistas de Spinetta o la vocación de estrella del subdesarrollo de Charly García.

A partir de esa época, las palabras que podríamos llamar "de los jóvenes" o "del rock" comenzaron a circular en boca de estos jóvenes junto con palabras del lunfardo que podríamos llamar "tradicional" o "del tango", nombrando una misma realidad sin que se noten los cien años que las separan. Así nos encontramos con la convivencia de yuta y fumanchero, de faso (aunque resignificada; ya no 'cigarrillo', sino generalmente 'cigarrillo de marihuana') y pete.

Esa línea se profundizó en los años 90, con grupos entre los cuales se destacan por su masividad La Renga, Los Piojos, Divididos y hasta Los Caballeros de la Quema, cuyo cantante y letrista, Iván Noble, es seguramente quien más ha utilizado lunfardismos en sus canciones. Por otra parte, en los últimos años de esa década, algunos grupos de la llamada "música tropical" comenzaron a desarrollar en sus letras una temática completamente distinta de la habitual: Guachín, Yerba Brava y Flor de Piedra abrieron el camino de lo que popularmente se conoce como "cumbia villera". Estas canciones no siempre son un mero estribillo, generalmente con doble sentido, y, con suerte, algunos versos más o menos referidos a aquel. Por el contrario, nos encontramos con canciones que describen (con todas las salvedades que pueden hacerse) ambientes de la clase baja, muchas veces marginales, con crudeza y de un modo explícito.

Por ejemplo, El pibe cantina, de Yerba Brava, hace transcurrir, creo que por primera vez, una historia narrada por la música popular en una villa de emergencia; y lo hace con una naturalidad apabullante desde esos dos versos iniciales que ya son clásicos: "En los pasillos de la villa se comenta que el pibe cantina se sacó la lotería". Esta forma musical no solo introdujo nuevos escenarios y nuevas situaciones en la música popular (es insoslayable Los pibes chorros, del grupo homónimo, canción que narra el asalto a un banco en primera persona y que contiene otros versos que marcan la época: "Estamos todos jugados, nada nos importa ya. Sigamos haciendo quilombo, la yuta no nos va a llevar"), sino que sirvió de soporte a un numeroso grupo de palabras usadas en los ambientes descriptos por esas canciones para trascender si no a la sociedad toda, al menos a buena parte de ella. Lamentablemente, sus propias limitaciones y la censura llevada adelante por el gobierno del presidente Duhalde han constituido un escollo difícil de superar –y que quizá sea insalvable– para esta forma de expresión.

Como en todo idioma, dialecto, vocabulario, etc., con el paso de los años, algunas palabras han desaparecido (asnaf ), otras han permanecido (cana), algunas han surgido (masa), otras se han resignificado (grela) y hasta hay algunas (pibe) que han sido admitidas en el Diccionario de la Real Academia Española, prueba de que su uso no se limita a Buenos Aires ni al área del Río de la Plata.

No obstante, la desaparición del uso cotidiano de palabras como amurar, embrocar o fesa en absoluto permite inferir una merma en el uso del vocabulario lunfardo. Si tomamos, por ejemplo, la última edición del Diccionario de la Real Academia Española, editada en 2001, y comparamos las palabras que registra con las que trae una edición de la primera mitad del siglo XX, veremos que la diferencia es notable. Pues bien, en los dialectos, argots, vocabularios marginales (o marginados), etc., debido a su intrínseco dinamismo, mucho mayor que el de los idiomas, esas variaciones son enormemente más frecuentes.

Por poner otro ejemplo: si tomamos las obras de Cervantes, Quevedo y otros autores del siglo de oro de la literatura española, encontraremos unas cuantas palabras desconocidas, una ortografía distinta de la actual e incluso una sintaxis diferente, todo lo cual complica la intelección de esas obras. Pese a todo esto, nadie duda de que están escritas en español. Con esto quiero decir que la desaparición de algunas palabras (o una permanencia limitada a obras artísticas, como el verbo amurar, inmortalizado por el tango Mi noche triste, que comienza "Percanta que me amuraste...") para nada tiene su correlación con la a veces mentada desaparición del lunfardo.

Nadie pretende que hablemos en lunfardo (porque, como ya hemos visto, es imposible) ni que usemos más palabras lunfardas. En cambio, es importante que se lo reconozca como una parte insoslayable de la cultura popular porteña y, por ende, argentina. Sin embargo, aún hoy debe soportar prejuicios similares a los de hace décadas; sobre todo, dos que son clásicos: que deforma o deturpa el idioma y que está vinculado indisolublemente al delito. Este último, el más necio –y el que más muestra la hilacha de la discriminación–, ha quedado desacreditado para quien quiera verlo por distintos trabajos, empezando por Lunfardía, de José Gobello. El otro, vinculado con la deformación del idioma, parte de un supuesto equivocado: si el uso del lunfardo es un uso consciente, tenemos que saber que hay una palabra correcta para, luego, sobre ella, usar una alternativa. Es llamativo que quienes se preocupan por esas supuestas deformaciones no noten que la avalancha de extranjerismos a la que estamos expuestos –especialmente, anglicismos– día a día nos presenta palabras ajenas a la fonética española que reemplazan a otras ya existentes; que agrega a algunas palabras significados que tienen sus parónimas inglesas; que modifica construcciones e incorpora incluso variantes sintácticas impropias.

Seguramente no todos los porteños tienen una idea clara de lo que es el lunfardo, pero eso tampoco puede ser usado como prueba por quienes aseguran que el lunfardo está agonizando, o simplemente extinguido. No todos los porteños sabemos de tango, no todos comemos asado, no todos tomamos mate ni a todos nos gusta el dulce de leche. Más allá de las diferencias en cuanto a qué es exactamente el lunfardo, creo que nadie que profundice un poco en el tema puede hacer seriamente esas consideraciones agoreras sobre el lunfardo. Una buena prueba de su vigencia está en las ya mencionadas letras de grupos de rock o de cumbia, enormemente populares –especialmente entre los jóvenes– en la actualidad.

Nora López


Una institución que resguarda el lenguaje popular:

La Academia Porteña del Lunfardo es una institución privada, sin fines de lucro ni subsidios estatales, cuyo objeto consiste en la investigación lingüística y, en particular, el estudio de la evolución del habla coloquial de Buenos Aires. Fue fundada el 21 de diciembre de 1962, a raíz de las ideas de José Gobello, Nicolás Olivari y Amaro Villanueva.

El mismo Gobello, acompañado por Luis Soler Cañas y León Benarós, convirtió esos propósitos en realidad al convocar a un grupo de escritores y periodistas para considerar la creación de un instituto destinado al estudio del habla popular.

Fueron presidentes de la Academia José Barcia, periodista porteño de larga trayectoria; Marcos Augusto Morínigo, lingüista de vasto renombre, alumno de Joseph Vendryes y miembro correspondiente de la Real Academia Española; y Sebastián Piana, músico que alcanzó gran popularidad con sus creaciones (Caserón de tejas y Tinta roja, entre otras) y que fue, además, el recreador de la antigua milonga porteña. En 1995, Gobello fue elegido presidente de la institución.

La Academia está compuesta por Académicos de Número, que viven en Buenos Aires y sus alrededores; Académicos Correspondientes, que viven en el resto del país o en el exterior, y por Académicos Eméritos, que son Académicos de Número que se han retirado.

Académicos de Número

José Gobello, Luis Alposta, Héctor A. Chaponick, Carlos Cañás, Roberto Selles, Natalio P. Etchegaray, Enrique Mario Mayochi, Ben Molar, Héctor Negro, Horacio Ferrer, Horacio Salas, Eduardo Rubén Bernal, Carlos García, Oscar del Priore, Aníbal O. Claisse, Orlando Mario Punzi, Miguel Unamuno, Aníbal Lomba, Cora Cané, Hipólito J. Paz, Norberto Pagano, Ricardo Ostuni, Oscar Conde, Marcelo Oliveri, Jorge Palacio (Faruk), Susana Freire, Jorge Waisburd.

Académicos Eméritos

León Benarós, Jorge Alberto Bossio, Miguel Ángel Lafuente, Luis Ricardo Furlan, Ángel Héctor Azeves, Adolfo Enrique Rodríguez.