Tal vez la función esencial de la familia es producir sujetos aptos para su sociedad. Ahora bien, como el "perfil" de los sujetos varían de acuerdo a la época, es de esperar que los lineamientos de esa "producción de niños" también lo haga. Eso está íntimamente ligado al concepto de "infancia" (las intervenciones institucionales que, actuando sobre el párvulo y su familia, producen lo que cada sociedad llama "niño") vigente en cada época. Comparemos, por ejemplo, el concepto de infancia en el medioevo, en la modernidad (siglo XIX y principios del XX) y la época actual.
1- Uno de los hechos más significativos del niño en el medioevo es que no hayan quedado registros acerca de él. Cuando por razones religiosas debía hacérselo, el niño aparece como un adulto en miniatura. Esa ausencia de representación se debe a que la realidad infantil en la Edad Media no merecía atención. No había educación sino aprendizaje del joven que convivía con adultos, de quienes aprendía ayudándolos. La separación del mundo de los niños del de los adultos era ignorada, ambos convivían mezclados en una vida social consolidada por fuera de la familia que fue bien ilustrada por Brueghel. No había juegos, ni juguetes, ni vestimentas especiales para niños. La mortalidad infantil era elevadísima, se engendraban muchos hijos para conservar sólo algunos y la vida del niño se consideraba con la misma ambigüedad que la de un feto de hoy en día. La infancia era así un pasaje sin importancia. El niño era la forma inmadura de un adulto no demasiado interesante ni merecedora de trato especial: había que soportar ese estado esperando su maduración, como se espera que una breva devenga higo.
Aun cuando pueda parecernos extraña, esa concepción de infancia es coherente con la sociedad medieval que concebía que el Mundo Sagrado estaba ya creado y no era posible cambio alguno a lo "ya dado". La infancia medieval productora de párvulos, una versión pequeña e insuficiente de un adulto, produjo excelentes sujetos para el no cambio. En la de transmisión generacional el niño entra en la cadena como un pequeño adulto del que sólo se requería que preserve la continuidad.
2- El concepto de infancia en la modernidad es bien diferente. El niño es concebido como inocente, sin maldad ni sexualidad. Por ello es pensado como frágil e indefenso y debe ser protegido del desvío de los adultos. A la inversa del medieval, concita al máximo el interés de una familia y una sociedad que lo cuida y lo educa para que "se forme bien". Es una "promesa de futuro". Si se lee eso como una negación, el niño sólo cuenta en tanto lo que será. El paradigma princeps de la modernidad fue el del progreso. En su misión de formar al niño, "el hombre del futuro", la familia moderna fue asistida (¡y controlada!) por decenas de instituciones. La infancia moderna generó así niños excelentes como receptáculo de las proyecciones adultas en búsqueda de un ideal de perfección no ya divino, como en la Edad Media, sino humano. El niño debía ser en un futuro lo que los adultos no habían sido. La transmisión generacional va así, en la modernidad, de adultos "iluminados" a niños "a formarse" para el futuro.
La diferenciación niño/adulto fue tajante. El adulto sólo juega a "cosas de niños" para "ayudar" a los pequeños a formarse. Los juegos (la literatura, la gráfica y la vestimenta) fueron especialmente diseñados por adultos con la idea de que contribuyan a la "buena formación" de niños. Los juguetes típicos fueron los "didácticos". El maestro y la familia moderna se regocijaban cada vez que el niño lograba "por sí sólo" arribar a formulaciones preexistentes, incluso novedosas, que en general no cuestionaban lo establecido.
3- Resulta difícil hablar del niño en la actualidad por la falta de perspectiva y porque vivimos una etapa de transición (de velocidad sin precedentes) que no ha alcanzado una forma estable. Por lo tanto deberemos generalizar más de lo que querríamos. Lo más destacable de los niños en la actualidad es cómo se apartan de las expectativas modernas. Lo cual es congruente con lo que acontece en la mente de sus padres y de los adultos que, como nosotros, hemos sido formados en la ideología moderna: tendemos a pensar que no se trata de cambios, sino de desvíos o aberraciones. Lo cierto es que, a modo de síntomas, una a una las caracterizaciones del niño moderno están siendo contradichas por el niño de la actualidad. El niño da hoy muestras constantes de no ser adecuadamente representado por el concepto "infancia" de la modernidad: muestra que no es inocente (como lo anuncian diariamente las noticias y la popularidad de videojuegos y series televisivas con escenas inadmisibles 20 años atrás); no se presenta ni frágil ni indefenso (se está revisando la inimputabilidad del menor en casi todos los países); la idea de proteger a los niños de la influencia de los adultos parece estar invirtiéndose; no se muestra ni dócil ni maleable y se resiste a ser considerado un "vacío a llenar por contenidos adultos"; más allá de cualquier indicación de los adultos, los juegos predilectos son aquellos que eluden -como por un bypass- el marco impuesto por los adultos; la división -otrora tajante- por edades también tiende a desaparecer, prevalece ahora la idea de que hay una edad (la del joven adolescente) a la que todos (niños y adultos) deberían parecerse (a esto parecen apuntar la inclusión permanente de las "transformaciones" en los juegos infantiles y la pasión adulta por la cirugía estética); la escuela se está convirtiendo, más que en el sitio de formación de iluminados "ciudadanos del futuro", en un lugar de provisión de herramientas tecnológicas para la conexión en el universo informático. Así, la familia, actual no cesa de mostrarse ineficaz en la función de generar niños al estilo del concepto "infancia" de la modernidad. La posta de ese "vacío" es tomada por los "Medios". Para ellos el rol del niño es central en el ingreso y en la transmisión de mensajes a la red. Es que los niños rápida y eficientemente, sin necesidad de "entender" demasiado "captan" y "transmiten" toda novedad y hasta se modelan con ella. Las sustituciones son hoy tan vertiginosas que, al revés que en la modernidad, son los adultos los que quedan atrás. La transmisión generacional tiende ir ahora del niño al adulto.
En la introducción de los juegos en el mercado puede tal vez evidenciarse algo más de lo que he dicho. Los juguetes modernos "entraban" a través de una propaganda dirigida a los padres elogiando sus bondades "didácticas". Los juguetes de hoy -todos ligados a la informática- se imponen al margen de esa consideración. Su entrada en el mercado infantil se logra haciendo una suerte de bypass de los adultos: los juguetes de hoy se diseñan especialmente para que los adultos no los entiendan.