Por el Prof. Dr. Oscar Bottasso

Un infarto indulgente para tan noble corazón

Puentes entre la música y el dolor

Autor/a: Profesor Dr. Oscar Bottasso (UNR)

Vecchia zimarra, senti,
Io resto al pian, tu ascendere
Il sacro monte or devi.
Le mie grazie ricevi.

Mai non curvasti
il logoro dorso ai ricchi ed ai potenti.
Passar nelle tue tasche
Come in antri tranquilli, filosofi e poeti.
Ora che i giorni lieti fuggir.
Ti dico: Addio! Fedele amico mio!
Addio, addio!
[1].

 

La representación de La Boheme en la Opera de Oslo venía de parabienes. Restaba apenas el tramo final del último acto, lejos de la algarabía de los dos primeros e impregnado de una atmósfera donde la fatídica tuberculosis haría una vez más su trabajo. A poco de concluir el dúo Sono andati?, Mimí parece adormilarse aunque en realidad está a punto de expirar. Mientras la orquesta suena una tierna melodía distintiva de esa otrora luciente joven, el concertino -Stig Nilson- advierte el gesto doloroso del conductor, y deja el violín para socorrerlo de alguna manera. A manera de ratificación verista, el director estaba cursando un infarto de miocardio; que no llegó a llevárselo como si lo había hecho con su padre, Arvids Jansons, doce años antes, en ocasión de dirigir la Orquesta Hallé de Manchester allá por 1984. Felizmente el hijo se recuperó bastante bien y tiempo después le implantaron un pequeño desfibrilador durante una de sus tantas estancias en Pittsburgh. Mariss se involucraba muy emocionalmente con la pieza musical y solo en contadas ocasiones volvió a dirigir ópera. Sottovoce era bien sabido lo de su lagrimeo en ocasión de dirigir la 5ta sinfonía de Shostakovich muy poco después de la partida del querido Papá.

Ante la pregunta de si la Opera constituye una actividad de riesgo uno diría que la evidencia es más tan endeble como circunstancial. Viene a la memoria la muerte del Leonard Warren en el Metropolitan, año 1960, a poco de arrancar con “urna fatale del mio destino” de la Forza verdiana. El anecdotario también habla de una ópera maldita “Carlos VI” de Fromental Halévy, centrada en el intento del rey de Francia de derrotar a los invasores ingleses. A la hora de interpretar el aria “Oh Dieu, détruis-le” que alude al invasor inglés, se produjo la caída fatal de un tramoyista desde lo alto, al tiempo que unos minutos después fallece un señor del público ubicado en la zona de palcos. Pero no querría abundar mucho más al respecto porque son cuestiones más bien fortuitas.

Lo que sí resulta harto evidente, es que más allá de los tecnicismos ciertos músicos o cantantes cuentan con una condición distintiva que los torna particularmente singulares en su performance. El ejemplo por antonomasia sería La Callas y a partir de allí toda la catarata de especulaciones que han intentado explicar esa suerte de plusvalía. Al barajar posibilidades explicativas entra a tallar algo que Freud enunció hace más de un siglo en sus series complementarias, sustancialmente la primera y segunda de ellas, donde los acontecimientos ocurridos durante la infancia dejan una huella que al interaccionar con la herencia constituye la disposición; en nuestros días bastante bien explicado por el binomio genética-epigenética.

No parece disparatado avizorar que un fenómeno de estas características se haya dado en Mariss. Su nacimiento a principios de 1943 se produjo casi de incógnito en el gueto judío de Riga durante la ocupación nazi, la cual se había cobrado la vida de su abuelo y tío maternos. En relación con ello, hace varios años un grupo de epidemiólogos daneses reportó que los hijos nacidos de madres con un intenso dolor mental durante el embarazo tenían más chance de presentar alteraciones en el montaje de la respuesta antiinfecciosa. Ergo, la presencia de un elemento capaz de otorgarle esa fina sensibilidad sería factible. En paralelo, existen investigaciones donde se señala que factores como el abandono, vicisitudes familiares, guerras, o desastres naturales durante la infancia se relacionan con alteraciones en la vida adulta reflejadas en un modo de respuesta desigual ante un posterior estresor, evidenciado en trastornos emocionales, o de los aparatos gastrointestinal y cardiovascular, entre otros.

Pero Juno tiene dos caras, y a pesar de la tenebrosidad de tales tiempos, la familia de Mariss era bien resiliente. Como él solía afirmar su entorno había sido un modelo en todos los aspectos. Creció contemplando los ensayos y conciertos a cargo del padre en la Ópera de Riga, para después intentar imitarlo. Las dotes de Arvid como director de orquesta hicieron que fuera convocado por Yevgueni Mravinsky, de la Filarmónica de Leningrado lo cual significó el traslado de todo el clan en plena guerra fría; cuando Mariss daba sus primeros pasos como adolescente. Los astros comenzaron a alinearse y en un entorno más favorable aún, el joven estudió violín, piano y dirección orquestal; hasta que en 1973 recibe la invitación del propio Mravinsky para desempeñarse como conductor asociado de la referida agrupación.

A decir verdad, un par de años antes, von Karajan también había reparado en el talento de aquel muchacho al constatar sus cualidades durante el concurso de dirección organizado en 1971. Incluso intentó que Mariss fuese su asistente en Berlín, pero las autoridades soviéticas ni siquiera le hicieron saber de aquel ofrecimiento. Felizmente tuvo la oportunidad de secundar a Hans Swarowsky en un festival de Salzburgo, seguido de un viaje a Viena adonde conoció a otras tantas geniales batutas que desfilaban por esa suerte de santuario musical.

En definitiva, aunque la dupla nature vs. nurture lo predispusiera a vivir sus ejecuciones con una poderosa intensidad, mucho más que un riesgo terminó siendo un hálito vivificante. A lo que le sumaríamos otra característica muy propia de Mariss. Así como poseía una sólida formación académica, el hecho de que la misma se haya producido lejos de los hiperafamados centros musicales, no alentó esa marca de hosquedad y distanciamiento tan frecuente en dichos círculos. Muy por el contrario Mariss era talentoso, afectivo y sencillo. Un SEÑOR exento de dobleces y divismos, pero igualmente carismático y comunicativo como para subrayar sus profundas emociones, que en nuestros días hasta podría ser visto como una especie de flaqueza.

La recomendación de Swarowsky de escuchar a la orquesta cual si fuese un único instrumento dio sus frutos y en 1979 obtiene su primera titularidad, al frente de la Filarmónica de Oslo, que logró situarla entre las principales orquestas europeas del momento. Permaneció durante dos décadas al frente de la misma renunciando a raíz de varias disputas por la mala acústica de la sala de conciertos. En las palabras de los integrantes de aquella agrupación Mariss era un genuino artífice, minucioso con las partituras y enemigo de los autoritarismos.

Dotado de tan eximias cualidades su carrera fue un continuo in crescendo, llegando a dirigir a prestigiosos conjuntos como la London Symphony o London Philharmonic, la Sinfónica de Pittsburgh, de la Radio Bávara (su liaison más intensa y duradera). Paralelamente fue titular de la Orquesta Real del Concertgebouw de Amsterdam entre 2004 y 2015. Tuvo además una larga y fecunda relación con los festivales de Salzburgo, la Filarmónica de Viena y los conciertos de la Muskiverein a punto tal de constituir un verdadero niño mimado, actuando de manera casi interrumpida entre 1990 y 2018. Subsisten en el recuerdo sus tres direcciones del Concierto de Año Nuevo en Viena, en 2006, 2012 y 2016, con ese particular modo de ejecutar el vals. Mismo la maestría para dirigir las sinfonías de Mahler y el gran repertorio sinfónico ruso. Lo que se dice, un verdadero pulidor de diamantes para que resplandecieran de un modo sin igual.

Por suerte han quedado un buen número de grabaciones, muchas de ellas galardonadas con lustrosas distinciones, en paralelo al otorgamiento de otros tantos honores, como la Cruz al Mérito del Rey Harald de Noruega, la pertenencia a la Real Academia de Música de Londres y a la Gesellschaft der Musikfreunde de Viena.

Pero detrás de todos esos resplandecientes escaparates siempre emergía el entusiasta Mariss. Aquel de las recordadas escapadas al cementerio de los pobres de Viena Zentralfriedhof, albergando la esperanza de un buen día llegar a encontrar una pista del sitio en el que habría sido sepultado Vivaldi. Mismo el del memorable concierto del Heinz Hall de Pittsburgh, 4 días después del ataque terrorista a las torres gemelas.

Falleció el 30 de noviembre de 2019 en San Petersburgo donde había vivido la mayor parte de su existencia. Al día siguiente, mientras la Filarmónica de Viena anunciaba su partida, conspicuos medios periodísticos planetarios daban cuenta de una extraña neumonía atípica cuyos primeros casos se estaban produciendo en la ciudad de Wuhan, China central.

Por suerte no le tocó vivir aquel mundo en stand by, de un silenciamiento tan malsano, cuando el recurso de la fantasía se volvió un lugar común y cada uno apeló a su propia inventiva para paliar tamaño desasosiego, en tanto sobrevolaba la idea que tras la pandemia la humanidad saldría fortalecida.

Apenas una quimera, las miserias siguen haciendo gala de su ruindad y se ha empobrecido la argumentación al igual que las relaciones interpersonales, impregnadas por un intercambio de insultos que se supera día tras día. Las redes sociales, incluso, han cambiado completamente los estándares del lenguaje relacional. No quieras saber Mariss, hiperproliferan una suerte de recintos donde moran trashumantes siempre atentos a descalificar al otro, con miras a silenciar cualquier tipo de disonancia que se aparte de tal o cual perorata estatuida. Las sandeces no solo llevan las de ganar sino que el oscurantismo y la vulgaridad se han vuelto temerarios y descabelladamente aspiran a que sus dislates revistan la condición de enunciados a priori.

Vanos y maliciosos bullicios de factura comunicativa para tantas soledades, en clara necesidad de aquella ejemplar empatía tuya de ver al otro antes que nada como persona.

Esa franca sonrisa de individuo cabal y absolutamente coherente entre el decir y proceder es un soplo esperanzado de que este descalabro no tiene la última palabra.

 

[1] Viejo sobretodo, escucha, yo me quedo en tierra; tú, asciende al sacro monte de piedad. Recibe mi agradecimiento. Jamás encorvaste la espalda ante el rico y el poderoso. Pasan, en tus bolsillos, como en amenos refugios, filósofos y poetas. Ahora que los días felices se nos van, te digo adiós, fiel amigo mío. Adiós, Adiós... Aria de Colline, 4to Acto de La Boheme


Autor: Dr. Oscar Bottasso. Médico, investigador superior del CONICET y del Consejo de  Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.

*IntraMed agradece al Dr. Oscar Bottasso su generosa colaboración.

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