Una reflexión del Dr. Ernesto Gil Deza

Elogio del examen clínico

La educación intelectual, sensorial, emocional y existencial.

Autor/a: Dr. Ernesto Gil Deza

Esta es o quiere ser una autocrítica a nuestro trabajo docente.

Desde segundo año de la carrera ejerzo en la docencia (de ayudante de cátedra a director de carrera), por lo que llevo ya 46 años haciéndolo, aunque a fuer de ser sinceros empecé como profesor de religión, en mi colegio, un par de años antes, cuando finalizaba el secundario.

A lo largo de todo este tiempo he aprendido que los docentes básicamente servimos para tres cosas: transmitir conocimiento, enseñar habilidades e inspirar el trabajo de otros.

En la formación médica eso significa: enseñar un lenguaje nuevo; desarrollar una ciencia aplicada a la dilucidación de las estructuras, formas, relaciones y funciones del organismo vivo; aproximar al alumno al estudio, clasificación, diagnóstico y tratamiento de las enfermedades; fomentar la deliberación moral para una conducta ética con los pacientes y sus familias y comprometerlo en el cuidado de la salud poblacional y del ambiente.

Todos los programas de formación incluyen más o menos lo mismo. Para poder transmitir esos conocimientos, habilidades e inspiraciones, un punto crucial es la educación intelectual, sensorial, emocional y existencial.

La educación intelectual, fundamentalmente está relacionada con el reconocimiento de la verdad. ¿Qué es verdadero? ¿Qué es demostrable? ¿Qué son hechos y qué son opiniones? Podríamos sintetizarlo en la transmisión de los aspectos científicos de la medicina.

La educación sensorial, fundamentalmente está relacionada con la capacidad de observar y comprender. Como decía Jorge Wagensberg: observar es detectar lo que tienen de distinto los iguales y comprender es descubrir lo que tienen de iguales lo distinto. Saber ver, palpar, percutir, auscultar, oler, gustar, escuchar, han hecho de los médicos instrumentos exquisitos para detectar anomalías en el estado de nuestros pacientes. Pero además de detectar alteraciones tenía un beneficio adicional generaba confianza en nosotros mismos.

La educación emocional se centra en el desarrollo de la empatía, que es la clave de una comunicación prudente (pensar antes de hablar), honesta (hablar con la verdad) y afectuosa (adecuada a las necesidades y condiciones del paciente). Sobre todo, ayuda a que el médico comprenda que su palabra es un medicamento con efectos beneficiosos y adversos, dosis, indicaciones y contraindicaciones, formas de administración y coadyuvantes.

La educación existencial está relacionada con otra acepción de la palabra sentido. La medicina es una profesión al servicio del enfermo, del necesitado, del menesteroso, del doliente, del vulnerable, de aquel que deposita su confianza en nosotros. Por eso está relacionado con el desarrollo de la conciencia, de la sobriedad, de la autolimitación, del resguardo del secreto, del cuidado de la intimidad.

Hoy tenemos poderosos instrumentos para escudriñar la intimidad de la célula, detectar alteraciones milimétricas en nuestros tejidos y predecir con elevada certeza el número de días por vivir.

Tenemos también armas cada vez más poderosas, algunas se aproximan al milagro: podemos fertilizar a una virgen, hacer oir un sordo, ver a un ciego y hacer caminar un paralítico.

  • Podemos vencer una infección, bajar la glucemia de un diabético, reemplazar el funcionamiento de los pulmones, el corazón y los riñones.
     
  • Podemos darle un hígado nuevo a un alcohólico, sortear el daño de los quimioterápicos, modular el sistema inmune y editar el genoma.
     
  • Podemos registrar los cambios en el sueño, la comida o el ejercicio, predecir lo que alguien va a decir y hasta ver la activación cerebral de sus pensamientos.

El problema es que cuanto más poder tengas más conciencia debes desarrollar si quieres tener médicos. Sigue siendo una definición verdadera que el médico es una buena persona dotada de la pericia en el arte de curar (Escribonio Largo: Vir bonus medendi peritus). Esta fusión inseparable entre ambas condiciones es lo único que logra un médico.

Sin embargo, muchos de nuestros alumnos, lamentablemente han perdido confianza en sus habilidades. Han perdido confianza en sus propias intuiciones y sensaciones.

Por eso cuando voy al médico y éste no me revisa, tengo la íntima sensación que, de todos los instrumentos posibles, para acceder a mi intimidad hemos dejado de usar el mejor.

Es más, tengo la íntima sensación de que el mejor instrumento está, al mismo tiempo, tan despreciado por el marketing que no puede venderlo y tan deslumbrado por los datos a los que podemos acceder, que ha olvidado que para que un dato sea conocimiento y este conocimiento logre alcanzar sabiduría, se requiere de su cerebro, sus sentidos, su sensibilidad, su confianza, su inspiración y su creatividad.

Además, el tiempo del examen clínico es un tiempo silencioso en el que integramos toda la información provista por los análisis, las imágenes y nuestra propia percepción.

Adicionalmente, nada tranquiliza como la mano del médico, cuando hacemos que el paciente diga “treinta y tres” también depositamos nuestra palma en su dorso y es un modo afectuoso de decir: estoy aquí, para servirle.

Nuestros maestros nos lo enseñaron de esa manera, no poder transmitir esto adecuadamente a nuestros alumnos es nuestra falta. Anhelo que otros puedan hacerlo con mayor claridad y eficacia.

Un gran abrazo Ernesto


Datos biográficos

Ernesto Gil Deza nacio el 4 de Agosto de 1959 en San Miguel de Tucumán. Es egresado con Medalla de Oro de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Tucumán. Es Director de Investigación y Docencia del Instituto Oncológico Henry Moore y Director de la Carrera de Oncología de la Universidad del Salvador. En 2005 recibió el Premio Gerónimo H. Alvarez de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires por el trabajo “Metástasis de pulmón: Diagnóstico, Tratamiento y Resultados” en colaboración con otros colegas. Es autor de numerosos artículos y estudios sobre Oncología publicados en revistas y libros nacionales y extranjeros. Es miembro de la Asociación Argentina de Oncología Clínica, de la Asociación Argentina de Medicina y Tratamientos Paliativos, de la American Society of Clinical Oncology (ASCO) y de la New York Academy of Sciences entre muchas otras. Es además un entusiasta lector de los mejores libros de divulgación científica y se anima aquí a contar un poco de todo lo que le ha permitido experimentar su intensa vida profesional.