Gran parte de la medicina actual es un ejercicio de futurología sustentado en probabilidades estadísticas de grandes poblaciones. Tratamos “riesgos” más que “hechos”, “posibilidades” más que “sucesos”. Sin embargo casi toda nuestra formación académica se orienta al reconocimiento de enfermedades concretas mediante el uso reglado de la clínica. Las habilidades cognitivas imprescindibles para uno u otro enfoque son muy diferentes.
Entre una medicina al pie de la cama del paciente y una medicina de escritorio hay mucho más que un cambio de escenario
Excepto en unas pocas especialidades –cirugía, cuidados intensivos, obstetricia- buscamos, encontramos e intervenimos sobre cosas que aún no han sucedido. De allí que una educación enfática sustentada en la identificación de acontecimientos clínicos del presente produzca con mucha facilidad profesionales perplejos antes las nuevas demandas. Quien espera encontrar lo que aún no está presente siente que no hay nada que buscar y que sus intervenciones son meros ejercicios de ciencia ficción. Eso los hace escépticos, incrédulos, frustrados y sujetos a la inercia en sus actuaciones.
Entre una medicina al pie de la cama del paciente y una medicina de escritorio hay mucho más que un cambio de escenario. Existe un giro epistemológico para el que se requieren habilidades y competencias muy diferentes para las que, en general, nadie nos ha preparado jamás. El riesgo de entender una probabilidad como un hecho nos transforma en técnicos ignorantes y peligrosos. La tentación de interpretar una recomendación epidemiológica como un mandato clínico individual nos convierte en dogmáticos e irreflexivos. Entre la epidemiología y la asistencia a personas únicas a irrepetibles está el territorio específico del trabajo médico.
Este terreno pantanoso del que huyen las certezas y donde la incertidumbre manda. Esa porción difusa y ajena a las verdades categóricas, eso es la Medicina. El resto es muy importante, funda la toma de decisiones, pero es ciencia básica, epidemiología, ensayos clínicos controlados, y muchas veces meras estrategias de marketing.
Nuestra tarea frente las críticas al modelo médico debería ser esmerarnos por no merecerlas
No existe otra manera de ejercer la Medicina que no sea frente a una persona en particular. Nuestros actos apuntan a un individuo con una historia, una biografía, un universo de valores y creencias situado en el complejo y contradictorio mundo real. Las evidencias son herramientas y no reglas. Se hace medicina en un espacio atravesado entre lo general y lo particular, entre la medición y el sentido. Entre lo cuantitativo y lo cualitativo. Restringirnos a lo primero nos convierte en tecnócratas y aplicadores automáticos de algoritmos. Encerrarnos en lo segundo nos condena a la charlatanería y nos priva de la maravillosa inteligencia colectiva de la ciencia. Sobran ejemplos de los dos casos. Basta mirar a nuestro alrededor para encontrar a unos y a otros. Ser médico hoy es encontrar el delicado equilibrio que nos resguarde de ambos.
¿Qué hacer antes las críticas al modelo médico?
Las críticas al modelo médico vigente son muchas veces justas. Pero otras tantas no son más que el producto de la ignorancia o de la defensa corporativa de espacios de poder en especial de quienes desconfían, ignoran o repudian el método científico. Es ingenuo e interesado afirmar que la medicina científica implica su deshumanización. No es cierto. Cuando ello ocurre es debido a un desvío imperdonable que debe y puede corregirse. Lo que no tiene remedio -y es una irresponsablididad social- es asistir a personas sin poner a prueba las intervencioes y sin fundamento demostrado para aplicarlas.
La subjetividad ha sido siempre parte de la medicina, no solo por cuestiones básicas de relaciones humanas sino porque es completamente anticientífico no considerar ese aspecto indispensable. La realidad es estratificada, los niveles que la enfermedad afecta van desde lo molecular a lo social, la ciencia lo sabe, la medicina lo aplica. El contexto donde un problema de salud sucede es un determinante mayor de las causas, el curso y del pronóstico de una enfermedad. Esto no es un "descubrimiento" novedoso que nos llega desde fuera de la propia disciplina. Ha sido precisamente la medicina a lo largo de la historia quien lo ha puesto de manifiesto y lo ha demostrado científicamente. No hay novedad más vieja que esa. Lo que es un intolerable acto de analfabetismo científico es convertir el padecimiento humano en pura subjetividad desencarnada, en interpretación desaforada librada a su propia insensatez.
Nuestra tarea respecto de las críticas al modelo médico debería ser esmerarnos por no merecerlas. Desmentirlas con nuestro trabajo cotidiano en contacto con nuestros pacientes. Somos muy afortunados quienes ejercemos esta profesión. Ella nos acerca al apasionante mundo del conocimiento verdadero y al conmovedor tembladeral de las relaciones humanas. Pero también nos aleja de los discursos pedantes y vacíos tanto como de la desapasionada mecánica de las máquinas. Pocos tienen ese privilegio. No será despojando a la medicina de su propia especificidad que se va a enriquecer. Tenemos mucho que aprender de otras disciplinas y estamos abiertos para hacerlo. Pero algunas pretenden enseñarnos medicina, que es precisamente lo que ignoran. Es necesario analizar las críticas y formular propuestas para superarlas cuando tienen fundamento. Pero sería un suicidio intelectual despojar a nuestra práctica del conocimiento indispensable que la sostiene. Sin biología no se puede hacer medicina tanto como no es posible ejercerla solo con ella.
No somos ni científicos ni charlatanes. Somos médicos..., y eso es otra cosa.
Nuestros consultorios no son laboratorios de investigación donde las condiciones de los acontecimientos están perfectamente controladas como variables. Tampoco son templos paganos de la charlatanería institucionalizada y arrogante donde nada de lo que se hace o se dice deba someterse la demostración y a la prueba empírica. No somos ni científicos ni charlatanes. Somos médicos..., y eso es otra cosa.
No existe medicina sin fundamentos científicos pero tampoco sin relaciones interpersonales. Vivimos rodeados de incertidumbres pero las afrontamos con nuestras pocas certezas. Somos conscientes de esa limitación. Nos movemos entre lo que cambia y lo que permanece. Sabemos lo que ignoramos y esa consciencia de los límites es una ventaja enorme. Pero si alguna vez se nos olvida. Si en ocasiones nos deslumbran las falsas verdades y nos encandila la tonta aritmética del padecimiento humano. Si caemos en la soberbia del que ignora lo que ignora y supone que tiene respuestas generales que podrá aplicar automáticamente a personas individuales. Si la estupidez de una cultura científicamente analfabeta nos hace repetir la jerga atrevida y locuaz de los imprudentes opinadores profesionales. En fin, si el inestable suelo donde la práctica médica se ejerce nos corre del preciso lugar donde deberíamos quedarnos, siempre estará allí, frente a nuestros ojos, la mirada de nuestros pacientes. El reclamo irrenunciable de quien pide ayuda y confía en nosotros para recibirla. ¿Qué más podíamos pedir para ser felices haciendo lo que queremos hacer?
Daniel Flichtentrei
*Imagen José Pérez (USA) "Médico de familia"